Tengo
“síndrome postvacacional”. Cuando llevo siete años ya cumplidos desde mi última
incorporación en septiembre a la función docente en la
escuela pública; es
decir, siete años de feliz jubilación, la afirmación
puede parecer justamente irónica o incluso lesiva e hiriente para tantos
compañeros de profesión que, al finalizar agosto, terminan su paréntesis
vacacional.
Durante
mi vida laboral, en estos primeros días de septiembre, yo solía insinuar en círculos
familiares o entre compañeros y amigos, “ahora
empiezo mis vacaciones”. A mi mujer siempre le ha parecido, con razón,
conociendo exactamente el significado de las expresión, un comentario, al menos,
poco acertado, si no de mal gusto.
Cualquier
extraño podría suponer, al escucharme, que había encontrado en mi un claro
exponente del funcionariado criticado por Larra en “Vuelva usted mañana”, mutando oficina
administrativa por escuela pública.
Nada
más lejano a la realidad. Lo que yo quería expresar
con tan controvertido aserto era precisamente declarar
la suerte de ejercer una profesión, a la que entregándome con total dedicación,
tantos reconocimientos, afectos y satisfacciones me deparaba por parte de compañeros, padres y alumnado.
Hoy no añoro aquellos años. En la vida no existe retroceso y, por
tanto, no tiene sentido esperar que el pasado recupere existencia en el
presente.
No recuerdo haber tenido durante mi dilatada vida profesional el
tan traído y llevado “síndrome postvacacional”.
Seguramente las ocupaciones, los proyectos y actividades con los
que colmo cada uno de mis días me vuelvan muy pronto a la rutina cotidiana.
Sin embargo echaré de menos momentos pasados. Cada vez que
conseguimos reunirnos la familia
, ya incrementada con yerno y nueras, me queda
el rescoldo ¿habrá una próxima vez?, ¿cuándo?
Año tras año va siendo más difícil, por razones laborales,
coordinar periodos vacacionales, días en los que nuevamente podamos grabar un
instante familiar conjunto.
Y echaré de menos los pasitos inestables, el balanceante e
incipiente correteo de mi nieta Lolita por el pasillo de casa, buscando al
abuelo, “belo Vadó”, que se esconde
en un juego de risas, besos y abrazos.
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Echaré de menos este verano. Tengo “síndrome postvacacional”.
Salvador Egea Solórzano