Me ha cautivado, en alguna ocasión, la contemplación
de la alucinante belleza del firmamento estrellado. La inmensidad del cosmos y
la pequeñez del hombre se dan la mano en el insondable misterio del universo.
No es extraño que la astrología haya fascinado tanto
desde lo remoto de los tiempos y que las luminarias más representativas sean
veneradas como divinidades en la antigüedad en la creencia mítica de su
ineludible influencia en el comportamiento y destino de la humanidad.
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Una estrella guió a los magos de oriente, según el
relato bíblico (Mt 2,1-12), en su búsqueda del Rey de los judíos. El oráculo de
Balaán ante Balac, rey de Israel, es considerado por la tradición cristiana
como vaticinio del evento evangélico mencionado: “Avanza una estrella de Jacob,
y surge un cetro de Israel” (Num 24,17).![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgj9biluPfYJahyphenhyphenro9_ydlaOIRLehuhoaOCWdsYpZ1gsstE9cDXe0KIa5ydT89DjW2l7Uoo1F4q9DLE1jebu9rRm5N6vL33wt-dl1T6-qof_qukafT4MvErqfmZR_GFMklChyj0AO3DgNQ/s320/los-reyes-magos.jpg)
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgj9biluPfYJahyphenhyphenro9_ydlaOIRLehuhoaOCWdsYpZ1gsstE9cDXe0KIa5ydT89DjW2l7Uoo1F4q9DLE1jebu9rRm5N6vL33wt-dl1T6-qof_qukafT4MvErqfmZR_GFMklChyj0AO3DgNQ/s320/los-reyes-magos.jpg)
No son las únicas alusiones en la Biblia a las
estrellas, pero, a diferencia de otras civilizaciones, el texto bíblico las
considera, en todo momento, criaturas de Dios. El salmista lo reconoce
expresamente: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las
estrellas que has creado…” (s 8,4).
Su función está bien definida en el relato de la
creación: “puestas en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, para
regir el día y la noche y para separar la luz de la tiniebla” (Gen 1,17s). “El
Señor puso el sol para alumbrar el día, las leyes de la luna y las estrellas
para alumbrar la noche” (Jer 31,35).
El dominio de Dios sobre las criaturas celestes se
pone también de manifiesto cuando con su actuación, por orden divina, deciden
la victoria de Israel contra los enemigos (Jos 10,13; Jue 5,20).
La alianza de Dios con Abrahán incluye la promesa de
que su descendencia será tan numerosa como las estrellas del cielo (Gen 15,5).
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También el lenguaje es expresión de la atracción que
ejercen las estrellas. Así hablamos de “tener buena o mala estrella” y nos
referimos a personajes más o menos ilustres o mediáticos como “estrellas”.
Cuando invocamos a María, “Stella maris”, la
reconocemos implícitamente referencia y guía en la singladura del mar proceloso
por el que navegamos en esta vida.
Inmersos en el tiempo litúrgico que discurre en estos
días de Navidad resuena aún el eco de la antífona: “O Oriens, splendor lucis
aeternae, et sol justitiae: veni, et illumina sedentes in tenebris, et umbra
mortis”, “Oh Sol naciente, Esplendor de la luz eterna, Sol de justicia: ven
ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y yacen en sombra de muerte”.
En una manifiesta mención al fulgor que emana de
Belén, Benedicto XVI en el reciente mensaje navideño sentencia: “Si la luz de
Dios se apaga, se extingue la dignidad del hombre”.
Todas estas cavilaciones afloran a mi mente cuando,
habiendo celebrado la Natividad hace unos días, nos acercamos a la festividad
de la manifestación del recién nacido a todos los pueblos en la Epifanía del
Señor.
Cristo es la luz (Jn 1,9). Es la “estrella” que
ilumina el camino, orienta nuestros pasos y nos lleva al Padre (Jn 14,6).
Declaro haber recibido, desde la remota infancia, el
don de vislumbrar y paulatinamente descubrir esta “estrella” que, como a los
magos de oriente, me ha seducido y conducido a Belén.
En el trayecto ha habido momentos, ocasiones en los
que, obnubilados los ojos, los pies han errado el camino. Pero, como les
sucedió a los magos, la “estrella”, reiniciada la andadura, surge nuevamente
para guiar los pasos hacia el encuentro definitivo (Mt 2,9).
Con esta convicción, esperanza
e ilusión me dispongo
a celebrar la Epifanía de Jesús, al comienzo del año nuevo.
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¡Que sea 2013, para todos, año de reconciliación, año
en el que los deseos de paz, justicia, solidaridad… se hagan realidad! Algo
así, al menos en su espíritu, si no literalmente, como el año sabático
decretado en el Deuteronomio (Dt 15, 1-18) para el pueblo de Israel. ¡Feliz año
2013!