Ha dejado amargura
filtrándose por los entresijos del alma y alcanzando lo más insondable de las
entrañas.
“La voz dormida” (1) me ha ensimismado
durante unos días, el tiempo que transcurre raudo entre las primeras y últimas
páginas del libro. Pero, en lo más recóndito de mí mismo el relato ha
afianzado, incisivo, un interrogante: ¿Por qué, en ocasiones, nos empeñamos en
hacer tan difícil la convivencia?
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¡Qué difícil es, en
ocasiones, la convivencia!, exclamo observando
el retrovisor donde van reflejándose escenas de mi propia existencia.
Aludiendo al profeta
Ezequiel, Benedicto XVI, en la Carta Pastoral “Porta Fidei”, afirma que, antes
de cambiar las estructuras de nuestra sociedad, hay que transformar los
corazones. Desde la fe son palabras de esperanza. ¡Qué desilusión que mensaje
así proclamado no halle el eco adecuado en los dirigentes y responsables del
derrotero por el que hoy se desliza nuestra sociedad!
“La cuarta parte de los españoles perciben a los políticos
como un problema” es el titular de un rotativo (2), basado en el
barómetro del CIS, publicado en octubre. En el comentario de agencia no hay
atisbo de autocrítica seria y objetiva: “Los
populares se remiten a la herencia y los socialistas a las mentiras de Rajoy”.
En toda época y en
cualquier ámbito de la sociedad, desde el familiar, pasando por el laboral,
político, religioso también, así lo confirma la ambivalente historia de la
Iglesia, experimentamos convulsiones que parecen hacer naufragar la nave en la
tempestad, impidiendo su pacífica singladura que facilite el destino convenido.
Somos todos,
tripulantes y pasajeros, los que hemos de aunar esfuerzos, conjuntar energías,
definir rumbo con estrategias consensuadas, conscientes que en ello nos va la vida, para mantener la
nave a flote.
La ausencia de diálogo, el dogmatismo, las
actitudes excluyentes y belicosas son los ingredientes de todo enfrentamiento
en cualquiera de los ámbitos citados.
En referencia a la
trama de fondo de la novela, todo conflicto armado es incivil, porque es la
demostración de la incapacidad humana para orientar los problemas y tensiones
por cauces civilizados. Y la más incivil
de todas las guerras es la “guerra civil”, que enarbola banderas, símbolos
de pasiones fratricidas.
“La voz dormida” es parte del entramado de la
convulsa España durante tres décadas (1930-1960), del siglo XX, desde la óptica
de los “perdedores”. Pero, ¿hay, de verdad, vencedores y vencidos? ¿Es posible
caer en la simplicidad de clasificar categóricamente a los oponentes en “buenos
y malos”?
Transcurridas varias
décadas, en pleno s. XXI, y con cierta perspectiva histórica es el momento de
sentenciar que cuando el corazón del
hombre no es convenientemente transformado, todos hemos sido “vencidos”, todos somos “perdedores”.
Por ello ansío, como
anhela Benedicto XVI, como promete Dios al pueblo (3) que el corazón
de piedra trueque por un corazón de carne. Sólo así haremos posible la
convivencia.
(1) Dulce Chacón, “La
voz dormida”, Santillana Ediciones Generales, S.L., (2002).
(2) Diario de Cádiz, (9
de octubre de 2012).
(3) Ez 11, 19
Salvador Egea Solórzano