Han transcurrido tan solo unos días. El tiempo
suficiente para que los sentimientos y las reflexiones se sedimenten. El pasado
sábado, 19 de enero, Paco, uno de mis cuatro hijos, recibió el orden
sacramental del diaconado.
D. Juan José Asenjo, Arzobispo hispalense, presidió
la celebración que se desarrolló en la parroquia regentada por los religiosos
de la Congregación de los Sagrados Corazones en Sevilla.
La diócesis de Málaga, donde mi hijo convive en la
comunidad de la parroquia “Virgen del Camino”, en la malagueña barriada de san
Andrés, había notificado previamente el acontecimiento en la web diocesana.
La crónica del acto fue
redactada cariñosa y completísimamente por Fernando Bueno, ss.cc.
“¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la
ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus
caminos!”. El himno de Pablo (Rom 11, 33) ensalzando la sabiduría de Dios
estuvo presente en la mente de cuantos, paso a paso, hemos seguido la evolución
vital y el proceso de fe de Paco desde la más temprana infancia hasta el
presente y, singularmente, de nosotros, sus padres.
El Espíritu del Señor se había retirado de Saúl. El
Señor envió a Samuel a casa de Jesé en Belén, porque entre sus hijos había
elegido al sucesor del rey de Israel. Las apariencias engañaron al anciano
profeta al tratar de reconocer al escogido por Yavé. “El hombre mira a los ojos,
mas el Señor mira el corazón“(v7). Unos tras otros fueron desfilando ante
Samuel los siete hijos de Jesé. “El Señor no ha elegido a estos” (v10), fue la
reacción del profeta.
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“¿No hay más
muchachos?”
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“Todavía queda
el menor, que está pastoreando el rebaño” (v11).
Él fue el elegido por el Señor.
Ninguna trayectoria insólita por nuestra parte ha
sido fundamento para el libérrimo designio de Dios.
Jesé no esperaba la visita del enviado de Yavé. No
podía imaginar que entre sus hijos y, desde una perspectiva humana, el menor de
ellos, descartado desde el comienzo del proceso, se encontrara el elegido de
Yavé.
No, no esperábamos esta bendición del Cielo. Tan
cierto es esto que la declaración de intenciones de nuestro hijo, un día ya
lejano, (han transcurrido ocho años), a primera hora de la mañana, durante el
desayuno, suscitó en mi una desconcertante sorpresa y hasta incredulidad. Estaba
convencido de que se trataba de una broma más, a la que, por otra parte, era muy
propenso nuestro hijo.
Pero, no. Estaba ya muy convencido y decidido. Todo
el proceso posterior ha sido una reafirmación en el propósito consistente de
respuesta fecunda a la elección divina.
El ministerio del diaconado tiene entidad en sí
mismo, aunque se considere también una etapa que culmina en la ordenación como
presbítero.
Entre las funciones propias del diácono destaca el
ministerio de la Palabra. Así lo recordó D. Juan José Asenjo durante la homilía
de la celebración. Para ello, es absolutamente ineludible que el diácono reciba
la Palabra como el tesoro (Mt 13,44) del que no puede desprenderse y que ha de
iluminar su vida irradiando hacia la comunidad cristiana.
Este es, como padres, nuestro deseo, Esta coherencia
con la Palabra es lo que siempre hemos intentado vivir y transmitir a nuestros
hijos. Esto es lo que vivamente anhelamos.
Nos faltan palabras para expresar nuestro
agradecimiento porque el Señor haya dirigido sus ojos hacia nuestra familia y
su mirada encontrara la respuesta decidida, valiente y generosa de su elegido
Paco.
Salvador Egea Solórzano