Vuelan las horas,
vuelan los días…, los acontecimientos se precipitan en vorágine permanente. Lo
dejó sentenciado el poeta: “Nuestras vidas son los ríos…” Así han ido cayendo
las hojas del calendario durante este verano que termina, preludio e imagen de
un otoño en el que se desnudan las higueras de mi pequeña parcela.
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Sentado, cobijado
en el porche, percibiendo la atmósfera relajante del atardecer, cuando la
calima cede paso al crepúsculo, presidido por la luna, los sentidos se abren a
múltiples sensaciones: el olor del césped recién cortado y regado, el silencio
envolvente, interrumpido, a veces, por el chirrido del grillo que pretende
atraer a sus hembras, los pálidos colores de la anochecida…
Y la imaginación
vuela y la mente elabora sueños y el corazón palpita al ritmo de mil y una
nostalgias…
Las fuerzas ya me
abandonaron hace unos años cuando el chasquido fustigante del infarto me acercó
al umbral de lo desconocido y me abrió los ojos a la relatividad de tantos
absolutos con los que he ido jalonando los años.
Atrás ha quedado
aquel primer periodo de jubilación en el que, novato jardinero y hortelano,
cosechaba ilusionado, en estos días, el fruto del trabajo realizado.
Debilitada la
fuerza física, la lectura ha sido mi refugio. Ha absorbido largas horas estivales
y así por mis manos han pasado estos meses páginas y páginas casi
monotemáticas:
Bonhoeffer,
Dietrich, “El precio de la gracia. El seguimiento”
Castillo, J.M.,
“La humanización de Dios. Ensayo de Cristología. 2010”
Etxebarría,
Lucía, “Lo verdadero es un momento de lo falso”
Francisco.
Papa, “Lumen fidei”
González,
Félix, “Jesús su vida oculta”
Küng, Hans, “Verdad
controvertida. Memorias”
Picaza, Xabier.
“Hijo de hombre. Historia de Jesús Galileo”
Leer me
recuerda al caminante que ambiciona el horizonte que nunca alcanza por sus
pies. Y así, este verano, un libro me ha llevado a otro y este a otro: Picaza,
Bonhoeffer, Küng… y finalmente J.M. Castillo.
Es
sorprendente que cuando he considerado haber recorrido el trayecto que colma mi
ansia de conocimiento sobre un tema determinado, se amplía la perspectiva
descubriendo nuevos horizontes, nuevos interrogantes, nuevas posibilidades y
respuestas.
“Sólo puede buscar a Dios quien ya le conoce." (p.133)
“Asemejarse a la forma de Jesucristo no es un ideal que se nos haya
encomendado, consistente en conseguir cualquier parecido con Cristo. No somos
nosotros quienes nos convertimos en imágenes; es la imagen de Dios, la persona
misma de Cristo, la que quiere configurarse en nosotros (GaI 4,19). Es su
propia forma la que quiere hacer brotar en nosotros. (…) Ahora quien atenta
contra el hombre más pequeño atenta contra Cristo, que ha tomado una forma
humana y ha restaurado en él la imagen de Dios”. (p.232)
J.M. Castillo
ilustró la óptica desde la que había de iniciar el recorrido de la Cristología , al abogar
por una Cristología “ascendente”, desde el hombre Jesús, en contraste con la Cristología
“descendente”, tradicional, que toma como punto de partida la encarnación del
Hijo de Dios.
Quiero destacar el
resumen conclusivo del capítulo 2:
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Muy ilustrativo es
asimismo el párrafo que cito:
Hemos montado un cristianismo en el que ya
no es Jesús el que nos dice cómo es la religión, sino que es la religión la que nos dice
cómo es Jesús. Y
entonces, lo que ha ocurrido es que la religión de toda la vida es el filtro,
la rejilla hermenéutica, que nos interpreta a Jesús y que nos explica cómo
hemos de entender a Jesús. De lo cual ha resultado que la religión ha deformado
a Jesús. Y lo ha deformado hasta el extremo de que nos ha incapacitado para
entender a Jesús, su persona, su vida y su mensaje. Un Jesús filtrado por la
religión es un Jesús que pierde su originalidad, su significado y sobre todo
sus exigencias. (p. 278)
Esta pasión por la lectura
no ha impedido verme y considerarme afectado y sensibilizado por sucesivos
acontecimientos familiares: la enfermedad de mi cuñado y la prolongada estancia
hospitalaria de mi sobrina nieta, los intensos momentos en los que apreciaba la
cercanía de mi nieta Lola, mientras veíamos en la tablet, una y otra vez, las
aventuras de “la abeja Maya” o competíamos en alocadas carreras por el pasillo
al grito imperativo de: ¡Preparado, listo, ya! He disfrutado con mis hijos sus
breves días de descanso veraniego. He esperado ansioso e ilusionado el
nacimiento de mi nieto Pablo y la boda de mi hija Irene, la ordenación
presbiteral de mi hijo Paco…
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgicDdzJFLHCHi5pJ5mLeTGJrGOLvCvt61ZzLSCVG16_JAOIPSGN7hnPA7PqDI6SmK7mYy46mg6JH5ftucqZKfWAMcP0RJyI7WOTkR6lhbdOwU2AVHRPhNaQWNbaMyN-TydI065fB1g3VI/s320/inem.jpg)
Me he excedido en el
relato de mis vivencias, lecturas y reflexiones y vuelvo al comienzo de estas
líneas con la cita del salmo 90: “Mil años en tu presencia son un ayer que
pasó; una vela nocturna” (s. 90,4).
Las palabras del
apóstol Pedro (2 Pe 3,8) reafirman la relatividad de tantos afanes y obsesiones
que se incrustan en nuestro cotidiano devenir: “Mas no olvidéis una cosa,
queridos míos, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un
día”.
Bellamente expresó
Joan Manuel Serrat la leyenda del caminante en “Cantares”:
“Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos.
caminos sobre la mar” (…).
Salvador Egea Solórzano