Había concluido la
lectura del último libro de mi viejo compañero y amigo Apuleyo
Soto, “A lo largo del río Riaza”.
Necesitaba continuar leyendo, no dejar pasar los días sin volver a tener entre
mis manos un nuevo ejemplar que colmase la pasión lectora y simultáneamente
estimulara la segregación de endorfina, como si, en lugar de reposar tranquilo
y ensimismado en la creación literaria, estuviera realizando un apacible
ejercicio físico, recomendado insistentemente por el especialista
cardiovascular.
Hacía tiempo que
había atraído mi atención un título que sesteaba sobre la mesa de la habitación
que suelen ocupar mi yerno e hija en sus habituales fines de semana en casa:
Javier Cercas, “Las leyes de la frontera”.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgegaedF_wQPYTr-hVDePV_HaAznA72mxnRVKlUdJc0WrprqWYe0d7BnnxDKkqEuaIK1qZQVvIE-WCjjNMUTgWoUcl3T00xfA9Ocwo4RRDpIdhm2dw7EPng5Qe0LRYB3yW-MgiWQlMQA_o/s320/javier+cercas.jpg)
Pero la frontera a
la que aludía el autor y el argumento del texto nada tenían que ver con el
flujo migratorio. Nuestra sociedad establece fronteras que deslindan
territorios que no son precisamente espacios físicos o geográficos. Fronteras
entre el amor y la violencia, entre la verdad y la mentira, entre la libertad y
los grilletes, símbolos de esclavitudes que nos encadenan en este ya bien
entrado siglo 21.
Dos temas se
deslizan destacados a través de las páginas del libro, dirigiendo mi atención
hacia ellos, como trasfondo del argumento literario de la novela: ¿qué es la
verdad? y el miedo a la libertad.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgSueIg3H3PqpvZAaLm-2ZjdA5J6Mtsjo0rf2652AhjCFbe5hTuqoYxpTN0qYyLRcqohxP538dZptjiUmRHHuZHLpeJHW5EUDegUdnjhhq5M_ELqASqMILKPHxiS74dqb57De66M6-crD0/s320/Erich+Fromm.jpg)
El Zarco, protagonista
de la novela de Javier Cercas, aún no era el Zarco, pues el autor remonta su
historia a principios del verano del 78.
La lectura de
Erich Fromm, en las circunstancias personales del momento, me ayudó
determinantemente en decisiones que dieron un vuelco o enfoque nuevo y
definitivo a mi proyecto vital.
El “miedo a la
libertad” atenazaba al Zarco que, una y otra vez reiteró el tránsito a la otra
orilla de la frontera, como si las rejas y barrotes de la cárcel fueran su
hábitat natural.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhYFLwvIIkY32SLGubm4NYkQexgI0qRT82IAag-LNXkmXX6pl3o7nfTKDKVdsnXQe7KNFGNevhXBl4dAwXNKMJig0YQlIp7N096VFYtUrI2dpdjD5P2_XjFKkxO6rLJf_AHkOF2mv4i7eA/s320/2_Salto%2520al%2520Vacio.jpg)
Es el momento,
orillando el “miedo a la libertad”, de los compromisos arriesgados, hondamente
meditados y por ello firmemente involucrados en llevarlos a término.
La capacidad de
asumir decisiones, liberados de la mediación de agentes externos que las
condicionen, es exponente máximo de la madurez y libertad.
Respecto al primer
tema, ¿qué es la verdad?, deduje en el
relato una visión poliédrica, no ajena a la experiencia y perspectiva de cada
uno de los personajes.
La verdad no siempre
se percibe de forma unívoca.
Es cierto que lo
objetivo tiene entidad en sí mismo, independientemente de juicios personales.
Es una de las acepciones del término “verdad”, cuando se vincula a algo real y
no ilusorio o aparente. Es el legado de la filosofía clásica griega.
Pero tanto el
relato de Javier Cercas, como la experiencia cotidiana, en muy diversos
ámbitos, nos revelan con frecuencia la dificultad de alcanzar la sintonía y
confluencia para identificar y definir la verdad como predicado de una realidad
que se transforma en calidoscopio a los ojos dispares de cada observador.
En este caso
prefiero remitirme a la verdad según lo entendía el pueblo hebreo: “La
verdad es primariamente la seguridad, o, mejor dicho, la confianza. La
verdad de las cosas no es entonces su realidad frente a su apariencia, sino su
fidelidad frente a su infidelidad. Verdadero es, pues, para el hebreo lo que es
fiel, lo que cumple o cumplirá su promesa, y por eso Dios es lo único
verdadero, porque es lo único fiel (…). Lo contrario de la verdad es para el
hebreo la decepción; lo contrario de ella es para el griego la desilusión”.
Entre la decepción
y la desilusión se mueve Ignacio Cañas, miembro fortuito y tempranero de la
basca, reciclado en un brillante abogado, ante el previsible final del Zarco.
A modo de
conclusión, sin miedo a la libertad, yo elijo abrir “fronteras”, permeabilizar
lo que aparece compacto e impenetrable, porque ese es el camino trazado y
recorrido por Aquel que “es el único fiel”.
Salvador Egea
Solórzano