Me
resistía a aceptar que la narración que había comenzado a leer se limitara
simplemente a un relato insólito, original y creativo del autor.
Avanzaba
las páginas buscando veladas interpretaciones. En algún momento se fue fraguando
en mi mente la hipótesis de que “El hombre duplicado” (1) era una
fábula que vendría a configurarse como alegoría o metáfora de la vida.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEibdHoriOz7ErPXbFQJ5CskokbX2yj65Gdf3N0-2u8YYsKLkbR8dZU2su4Hw_vzzC9POKoaovPwav1JNXgOd6WG-aVP0DyUb3pn4x3555KEA8SmMX77uTi0oX5wQNQLmHS-6UewztcM22A/s320/El+hombre+duplicado+001.jpg)
“El
hombre duplicado” no es meramente un relato biográfico,
sobre todo si consideramos el inesperado y alucinante final de la novela.
El
desarrollo de la hipótesis orientó mis reflexiones hacia el “síndrome de doble
personalidad”, tema recurrente en los estudios psiquiátricos y que en la
historia de la literatura ha dado origen a múltiples relatos, con heterogéneos
argumentos y enfoques, algunos de ellos llevados a la gran pantalla como obras
magistrales cinematográficas.
El
“trastorno disociativo”, expresión clínica del síndrome,
ha sido objeto de estudio desde las teorías del psicoanálisis de Freud y desde la perspectiva de la psicología de Jung, entre otros autores de
renombre.
Es
un tema cuyo interés me viene de antiguo. Así que, cuando profundicé algo en
él, dilatando el ámbito de mis lecturas, me causó enorme satisfacción encontrar
amplia bibliografía.
Una
prolija relación de escritores ha desarrollado literariamente el argumento. La
trama ha generado asimismo extensa
filmografía (2).
¿Por
qué el tema ha suscitado tanta fascinación que ha derivado en tal producción
literaria y artística en general?
En
este punto me atreví a redimensionar y acotar el alcance del interrogante a un
entorno más próximo y conocido, incluyéndome, por supuesto, yo mismo en él.
Intenté
descubrir y analizar actitudes y comportamientos que en el hombre vulgar y
corriente muestran una disfunción, cuya sintomatología no alcanza límites patológicos,
pero que, sin embargo, aparecen como derivaciones de un “yo” que más bien
constituye un “otro”. Es la “tragedia” de nuestra limitación radical.
La
aspiración humana a lo supremo, “seréis
como Dios, en el conocimiento del bien y del mal” (3), que nos
relata el mito bíblico, queda truncada con la expulsión del paraíso.
El
reconocimiento de nuestra precariedad, la aceptación del “yo” finito, que desde
la perspectiva cristiana, implica la reconciliación con el Creador, es el
primer paso para la vuelta a la casa del Padre.
Pablo
de Tarso refiere su experiencia personal (4): “…no entiendo mi
comportamiento, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco (…).
Ahora bien, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mi (…)”. En
la carta a los gálatas (5) sentencia: “Vivo, pero no soy yo el que
vive, es Cristo quien vive en mi”.
La
lectura de “El hombre duplicado” me ha inducido al empeño y esfuerzo de
integración de mi “yo” y mi “otro”. Ha propiciado la evolución hacia la
confluencia de ambos vectores de la personalidad, asumiendo, en todo caso, que
el proceso no es uniforme y rectilíneo, sino que tiene todas las desviaciones y
ambigüedades inherentes a la condición humana.
Tal
vez esto último quiso sugerir José Saramago cuando, al final de la novela, tras
la muerte en accidente del “duplicado”, surge, con una insospechada y
repentina llamada telefónica un segundo “duplicado”.
Salvador Egea Solórzano
(1) José Saramago, “El hombre duplicado”, Círculo de
Lectores, (2003), Barcelona.
(2) Relaciono tan sólo algunas de las innumerables
obras que, con diversos argumentos, han tratado el tema tanto literaria como
cinematográficamente.
Literatura:
E.T.A.
Hoffmann, “Las aventuras de la noche de san Solvestre”.
F.M.
Dostoievski, “El doble”.
R.L.
Stevenson, “El extraño caso del Dr. Jekill y Mr Hyde”.
O. Wilde,
“El retrato de Dorian Gray”.
J. Cortázar,
“La noche boca arriba”.
Ítalo Calvino,
“El vizconde demediado”.
V. Nabokov,
“Desesperación”.
F. Kafka,
“El castillo”
Filmografía:
Stellan Rye
y Paul Wegener, “El estudiante de
Praga”.
Krzysztof
Kieslowski, “La doble vida de Verónica”.
Charles
Chaplin, “Monsieur
Verdoux”.
R. L.
Stevenson, “El extraño caso del Dr Jekill y Mr Hyde”.
G. Hoblit,
“Las dos caras de la verdad”.
(3) Gen 3, 5
(4) Rom 7, 14-25
(5) Gal 2, 20
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