Un miércoles más, como viene siendo habitual desde
que en septiembre pasado se inició el curso escolar, nos acomodamos en el coche
mi mujer y yo rumbo a Sevilla. Los horarios laborales de mi hija y yerno
determinaron en su momento que el miércoles fuera el día señalado para, como
abuelos, ejercer de solícitos canguros de nuestra nieta.
En los trayectos medianos y largos tenemos la
costumbre de invocar la protección del Cielo al comienzo del viaje recitando un
Padrenuestro… Desde hace algún tiempo ampliamos el periodo de oración con la
breve audición del contenido propio del día en www.rezandovoy.org.
En esta ocasión sugerí a mi mujer posponer la citada
audición, mientras escuchábamos algunos boleros del grupo musical “Café
Quijano”, del que recientemente me habían regalado la última producción.
No obstante, antes de llegar al peaje de la autopista
habíamos ya escuchado el relato evangélico y el comentario que lo esclarece y
facilita la reflexión personal.
Tantas veces he leído la segunda carta de Pablo a
Timoteo que, este miércoles, dudé porqué me impactó especialmente la cita
paulina: “Sé de quién me he fiado” (2Tim
1,12).
Tal vez la sensibilidad de los años ya cumplidos, que
con demasiada insistencia hace que dirija una reiterada y retrospectiva mirada
al pasado, fuera el detonante de este aldabonazo a mi conciencia.
Realmente ¿de quién o de qué me fiado a lo largo de
mi vida?, ¿en quién o en qué he depositado mi confianza en la búsqueda de esa
seguridad que todos ansiamos?, ¿tiene sentido cristiano la búsqueda de
seguridades? Fueron interrogantes que afloraron a mi mente en un flash
instantáneo.
Como nunca anteriormente detuve mis cavilaciones
rumiando la confesión de Pablo a su discípulo, compañero y amigo Timoteo. En el
contexto biográfico del apóstol ¡cómo sintetizan tan pocas palabras toda la
experiencia de quien recorrió los caminos del Imperio entregado radicalmente a
la evangelización! y en sus propias palabras “…Cuántos viajes a pie, con
peligros de ríos, peligros de bandoleros, peligros de los gentiles, peligros en
la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos
hermanos, trabajos y agobio, sin dormir muchas veces, con hambre y sed, a
menudo sin comer, con frío y sin ropa” (2Cor 11, 26 s.).
Iluminado por este extremo testimonio valoré en un
fulgurante destello decisiones y actitudes de mi vida. ¡Qué pobreza y
raquitismo! ¡He consignado mi confianza en tantas seguridades efímeras!
Siempre es momento propicio para reorientar el
presente, proyecté decidido. Nunca tiene sentido idolatrar el dinero, el poder,
la ambición, el ansia posesiva, el consumismo desaforado…, menos aún ante el
escaparate de indigencia y desamparo en el que, en nuestro entorno próximo, se
encuentran tantas familias y hermanos.
La afirmación de Pablo incluye implícitamente una
absoluta y radical voluntad de seguimiento de Cristo, una disposición plena
para hacer efectiva la instauración del Reino, una total confianza en que nunca
se sentirá defraudado.
Desde mi fe, tantas veces titubeante y mediocre,
quisiera expresar con sincera y profunda convicción la misma expresión de
Pablo. Pero las palabras desgraciadamente se traban en mi mente. A lo más,
balbuceo un inseguro deseo y vacilante propósito.
Para el amor del Padre que sale al encuentro del hijo
con los brazos abiertos, sé que es una disposición suficiente. Por ello, aun
con todas las inseguridades y contradicciones, y como queriendo reafirmar cada término,
confiado, me atrevo hoy a confesar y escribir: “Sé de quién me fiado”.
Salvador Egea Solórzano
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