"En torno a la ordenación presbiteral de mi hijo Paco"
A los que
efusivamente le felicitaban, sobre todo jóvenes, a quienes mi hijo Paco
acompaña en el proceso de maduración de la fe y que con insistencia se dirigían
a él: “Paco, hoy es tu día”, mi hijo les remitía al único protagonista: el
Padre que regala la gracia de la vocación.
El pasado 28 de
septiembre en Sevilla, Parroquia “Sagrados Corazones”, mi hijo recibió la
ordenación presbiteral, mediante la imposición de manos, de don Santiago Gómez
Sierra, obispo auxiliar de la archidiócesis hispalense.
Aun con la
salvedad con que he iniciado estas líneas, me atrevo a declarar que, si ha habido un instante en el que, como padre,
me he sentido, en cierto modo protagonista, durante la ordenación presbiteral
de mi hijo ha sido en la presentación de la patena y el cáliz. Y ello no porque
en la ritual procesión hacia el altar pudiera concentrar la atención de los
participantes en la celebración, sino por el significado que el gesto litúrgico
adquiría en aquel momento para mí.
Ofrecer la patena
y el cáliz es poner en manos del neopresbítero los objetos sagrados en los que
se hacen presentes el Cuerpo y Sangre del Señor.
Dos reflexiones
afloraron a mi mente en tan breve recorrido.
Mi hijo Paco, por
primera vez, evocaría sobre el Pan y el Vino el memorial de la Cena del Señor: “Este es mi
Cuerpo (…), esta es mi Sangre…”, pero ello implica el compromiso firme de
servicio a los hermanos: “Tomad aquello que sois, Cuerpo de Cristo; sed aquello
que tomáis, Cuerpo de Cristo (San Agustín).
¡Qué enorme
responsabilidad! Por eso he rezado mucho, he rogado al Padre que otorgue
fortaleza a mi hijo para que no le defraude nunca, como tampoco a aquellos a
quienes, como presbítero, ha de atender y servir.
“Sed aquello que
tomáis” es despojarse de uno mismo, a imitación de Aquel que tomó la condición
de esclavo (Filp 2, 6-7) y hacerse uno, con quienes está llamado a ser
servidor. En palabras del Papa Francisco, tan reiteradamente comentadas, “ir a
las periferias existenciales”.
“Sed aquello que
tomáis” es revelarse tan diáfano y transparente que cuando enfocamos la mirada
hacia el presbítero hallamos la imagen de Cristo.
“Sed aquello que
tomáis” es asumir plenamente el testimonio de Pablo: “Vosotros sois el Cuerpo
de Cristo” (1Cor 12, 27) y, por consiguiente, descubrir en cada hermano el
Cristo de la fe: “lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños,
conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).
“Sed aquello que
tomáis” es adentrarse como pastor en medio del rebaño, acogiendo con pasión
afectuosa cada una de las ovejas del redil. “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,
15-19) es la cita elegida en la invitación a la ordenación sacerdotal,
perteneciente al evangelio leído durante la celebración. “Olor a ovejas”,
reclama el Papa Francisco de todos los pastores y ha recordado mi hijo en las
palabras de agradecimiento al finalizar la Eucaristía.
Fortaleza,
servicio, transparencia, coherencia, actitud que evite la distorsión entre la Palabra proclamada, Cuerpo y Sangre en la Eucaristí a , y la Palabra vivida.
La segunda
reflexión expresa, de algún modo, los sentimientos que me embargaban en
aquellos momentos.
La única ofrenda
es el Hijo que el Padre ha entregado por nuestra salvación.
Pero en lo más
profundo de mi desgastado corazón yo tenía la sensación paternal de que lo que
presentaba, aquello de lo que me desprendía, alegóricamente, como Abrahán (Gen
22, 1-19) y ponía en las manos del Padre era mi propio hijo Paco.
No quiero ser
presuntuoso al evocar la figura del Padre de los creyentes. La fe de Abrahán es
un estímulo y una meta de la que me considero muy alejado.
Sin embargo durante
aquellos pasos que me acercaban al altar tuve ocasión de rememorar, como un destello instantáneo, todas las
experiencias vividas, años y años: infancia, adolescencia, juventud, madurez,
de una relación única y entrañable paternofilial.
Y yo deducía,
invocando mis propias vivencias, cómo el Señor va guiando nuestros pasos,
abriendo caminos, cuando, a veces, nos perdemos en la oscuridad y parece que ha
desaparecido el horizonte.
Sé que la
consagración sacerdotal y absoluta entrega al ministerio nunca cercenan
disponibilidades y afectos enraizados en el ámbito familiar, aunque siempre
podamos sentir la lejanía física; al contrario, ensanchan el corazón,
multiplican la ternura y el cariño, de modo que en el reparto, todos saciados,
llegamos a recoger “doce cestos llenos de sobras” (Mt 14, 20).
Doy gracias a Dios
en mi nombre, en el de mi mujer y resto de la familia porque el Señor ha
dirigido su mirada y sorprendente y gratuitamente ha posado sus ojos sobre mi
hijo. ¡Que, en todo momento, el mismo Espíritu del Señor que vino sobre David
(1Sam 16, 13) esté sobre mi hijo Paco desde “aquel día en adelante”!
Salvador Egea Solórzano
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