Son
recuerdos permanentes, huellas indelebles, ¿cómo puede esfumarse la memoria del
primer encuentro, de aquellos momentos en los que juntos fuimos tejiendo el
proyecto del que hoy, con la mirada retrospectiva, nos sentimos legítima y honradamente
satisfechos?
El
destino, el azar, nosotros siempre hemos entendido que la mano providente del
Padre, fue determinando el camino hacia la ocasión del acercamiento.
Seguimos
convencidos de que nuestras vidas, errantes hasta entonces, estaban convocadas
hacia una fructífera confluencia.
Nuestro
proyecto, como todo diseño juvenil, se fraguó pletórico de ilusiones y sueños:
Tú y yo, dos vidas que decidimos iniciar la aventura...
“Los
sueños, sueños son”, sentencia nuestro clásico Calderón por boca de Segismundo.
En
nuestro caso, los sueños se han visto superados por la realidad, como si al
despertar y abrir los ojos cada mañana fuéramos descubriendo el regalo diario
del amanecer, de los hijos que, sin darnos cuenta, o tal vez sí, se han hecho
hombres, de las respectivas parejas que han enriquecido la familia, de los
nietos que hoy colman nuestro renqueante corazón de felicidad.
¿Quién
nos lo iba a decir hace treinta y siete años, cuando en la Nochebuena de 1976
nos comprometimos ante el altar, testigo de tantos eventos familiares
posteriores, a caminar juntos de por vida?
“Ciencia
exacta” es la expresión con que se alude a las Matemáticas, dada la
indefectible seguridad que determinan sus postulados y axiomas lógicos.
Pero
al contemplar todo el proceso que nos ha traído al momento presente hoy quiero
reconocer que “las cuentas no me cuadran”.
He
aprendido con los años que, en determinadas circunstancias, debo prescindir de
la lógica.
¿No
hay un pequeño resquicio que permita, por una sola vez al menos, violar la
pétrea estructura del razonamiento matemático? ¿Todo en la vida es silogismo
deductivo?
¡No!,
a mí hoy no me “salen las cuentas”.
Con
el aplomo que permite y facilita nuestra propia experiencia y sin ánimo de
irritar a los académicos matemáticos, afirmo rotundo: ¡Puri, tú y yo somos
doce!
Salvador
Egea Solórzano
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