- La familia se reúne -
Pausadamente, como
los primeros rayos matutinos disipan la oscuridad de la noche, así fueron
llegando, uno tras otro, eludiendo disciplinadamente cualquier atropello.
Buscaron en su escalonada presencia que degustásemos individualmente la alegría
del reencuentro.
Es ya un inusitado
regalo hallarnos reunida toda la familia: ¡cuarenta y ocho
volátiles horas!
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhGNSrneiqTolpY-l3yx7AsXdnvKqpaTRs-j5ep8yjyyIg6TV4E5gH6j1rOHoG7ytbbetgSOgHAYTn0a3GBVd1aqv90ttU_U9Y3jQPo8QcUSSt7HxBmVkO4Cfk4C9ZGsbEg-oCAfWJR3ps/s1600/IMG-20140228-WA003.jpg)
El llanto de
Candela por aquí, los juegos y risas de Lola por allá…
Pablo pone un poco
de “cordura” y descansa placidamente después de un largo trayecto. Ha sido el
último en llegar. Aunque el “Alvia” vuele y acorte distancias, son demasiadas
horas para tan sólo seis meses entre nosotros.
Las habitaciones
son un revoltijo; ¿quién pone orden?
Maletas abiertas, coches capota, cambiador de bebé, trasvase de enseres
domésticos que han perdido su ubicación habitual…
El abuelo, sentado
en la esquina del sofá, anota improvisadamente, en un momento de calma, las
cuatro impresiones que bullen en su cabeza. La abuela es la señora de la
cocina.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg6jVIZvjVBiORKfmAqfdHGKUBAHCZVvx9tzpwEodo-fUWMga6XbD4S-Z6oIEf4PhMaZMfjNUXNwPYFSyLTW0NbDsyY0vaxyBRbFemK91emKPRI2sxZXz4eNb7w2c7QHLEcxc-HpG6jbA4/s1600/IMG-20140301-WA001+(1).jpg)
Abrimos espacios,
hacemos hueco que parecía imposible y nueve adultos nos sentamos alrededor de
la mesa de la cocina.
Lola ya ha comido.
Pero ¿quién le quita el gusto de acomodarse en el regazo de su madrina y
compartir con ella mínimamente el pastel de carne? Candela prefiere
alternativamente los brazos paternos y maternos ¡es la costumbre que crea
hábito! Pablo, tranquilo, estrena la trona que tiempo atrás ocupó su prima
Lola.
Hemos esperado el
encuentro familiar para celebrar con cuatro días de retraso el tercer cumpleaños
de Lola.
Los abuelos somos
madrugadores y cuando empiezan a desfilar los dormilones hemos completado
nuestra rutina diaria mañanera: primer café, oración, lectura, hemos
“engrasado” la maquinaria que nos permite iniciar las labores domésticas…
Lola es
bullanguera, se siente protagonista en la celebración de su aniversario.
“A la tercera va
la vencida” y con un poco de ayuda las velitas encendidas dejan de parpadear
sobre la tarta.
El abuelo observa
y al tiempo que obtiene algunas instantáneas con su cámara, va grabando toda
una película que almacena en los recovecos del recuerdo.
No hay cumpleaños
sin regalos y Lola va de sorpresa en sorpresa deshaciendo nerviosa el
envoltorio de cada obsequio.
Paco, en Colombia
durante la pasada Navidad, entrega también un detalle personal a cada miembro
de la familia.
Hay un momento en
que las horas comienzan a resultar aviesas. El tiempo se transforma en
adversario: juega en nuestra contra. Descubrimos que inexorable se acorta.
Vivir con más intensidad el instante, la coyuntura, es el único remedio.
Así lo hacemos
hasta que comienza el fatídico trance de la despedida.
Los abuelos
quisiéramos disfrutar individualmente de nuestros hijos y nietos. Expresarle a
cada uno la inmensidad del cariño que, en la ausencia, vamos acumulando
diariamente. Los abuelos quisiéramos tenerlos a todos juntos en casa, como
cuando jóvenes, pletóricos de ilusiones y proyectos no pensábamos en nosotros
porque teníamos en nuestras manos lo más preciado que pudiéramos desear. Los
abuelos quisiéramos todo…, lo posible y lo imposible.
Pero…, la casa
vuelve a quedarse vacía. Tan sólo en algún rincón del recuerdo resuenan la
inquietud de Candela, la algarabía de Lola, la sonrisa dibujada de Pablo…
Contamos los días
para el próximo encuentro. Mientras, nos llena el corazón la súplica, la
exigencia de Lola a los padres camino de su casa en Sevilla: “¡No quiero dormir
aquí, quiero dormir en casa de los abuelos!”,
Salvador Egea Solórzano
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