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La imagen forma
parte del paisaje “Parque natural de la Bahía Gaditana ”. Concretamente,
en el entramado de marismas, salva el curso del caño “Carrascón” que da nombre
al sendero peatonal que, naciendo en el “Zaporito” y bordeando la corriente
marina, concluye en la confluencia con el caño “Sancti Petri”, ya en el puerto
pesquero “Gallineras”.
Es un entorno
privilegiado que he recorrido en varias ocasiones. Constituye el flanco sudeste
de la “Isla de León”, al límite de los
términos municipales de Chiclana y San Fernando (Cádiz). Merece la pena en
primavera adentrarse serpenteando las sinuosidades del sendero y contemplar al
amanecer o en la atardecida, fauna y flora autóctonas. La brisa salobre, la
variedad de sonidos de las distintas especies de aves acuáticas, el susurro del
agua borboteante que se desliza en pequeñas cascadas…, sensaciones que atraen y
concentran todos los sentidos.
No es la belleza
del paisaje, no obstante, el motivo principal de mi elección. Por expreso deseo
de mi hermano, isleño de nacimiento, extremeño de adopción, fallecido en Mérida,
sus cenizas fueron esparcidas en las aguas del caño en las proximidades del puente
“Lavaera”.
Hay un argumento
más simbólico que motivó mi decisión de elegir el puente como imagen que
facilita el acceso a mis reflexiones, relatos y comentarios.
Con frecuencia los
ríos delimitan fronteras, en todo caso separan territorios. El puente une. Aun
destartalado y precario permite que desde “el yo” decidamos llegar “al otro”. “El yo” es territorio, espacio
que define la propia identidad. Lo que hemos ido modelando a lo largo de los
años y que aún hoy contemplamos como obra inacabada. El riesgo es que la
autocomplacencia nos configure como islas en el inmenso océano.
En una sociedad
que fácilmente banaliza lo fundamental e importante y tiende hacia lo
superficial y desechable, el puente cumple otra función esencial. Cruzarlo nos
permite también acceder a lo más recóndito de nosotros mismos desde el flujo de
actividades y acontecimientos cotidianos que se suceden, a menudo, sin ocasión
de detener el proceso.
En ello nos
jugamos dar sentido coherente y decisivo a nuestra presencia en el mundo.
Una tercera apreciación
me sugiere el puente: enlaza el pasado y el futuro. El puente nos conduce desde
lo conocido porque lo hemos ido construyendo y vivido hacia la aventura del
mañana, de lo aún inexplorado y que suscita en nosotros sentimientos
encontrados: esperanza, recelo, ilusión, incertidumbre…
Es preciso arriesgar.
No se permite permanecer estático contemplando el curso de la corriente que
discurre bajo nuestros pies. En la otra orilla irá concluyendo la historia que
se proyectó cuando se iniciaron los primeros pasos hasta culminar en la meta
definitiva: los brazos del Padre.
El puente
“Lavaera”, vetusto y quebradizo, desvela, cuando accedo a las redes sociales,
todo su singular encanto y simbolismo.
Salvador Egea Solórzano
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