Había
tenido ocasión de leer varias publicaciones del autor. Había visionado algunos
de sus vídeos,
promocionados en plataformas digitales. No era para mí un escritor desconocido.
La apreciación que de él tenía me predisponía favorablemente a un nuevo
encuentro en alguna próxima expresión literaria.
Llegó con prontitud la primicia de la
publicación de “Bailar con la soledad”. Me atrajo el título de la
obra. Los dos términos “bailar” y “soledad” me dejaban intrincado y confuso. La
soledad, como experiencia humana, no es tema extraño a lo largo de una dilatada
vida, como en el libro se expone magistralmente. Pero… ¿y bailar? ¿Qué quiere
expresar Olaizola uniendo dos conceptos en un binomio, al parecer, tan extraño?
No
fue necesario que reseña o publicidad allegada me incitaran a la lectura. Mi
disposición estaba asegurada. La ocasión llegó como regalo del 75 cumpleaños y
cariñosamente agradecí el obsequio. Era la cuarta edición del libro que en
pocos meses ha alcanzado la quinta.
Adentrarme en sus páginas fue como iniciar una
andadura en la que las endorfinas me iban pidiendo avanzar más y más, devorando
párrafos, rumiando reflexiones, tomando notas, observando, como en un espejo,
el reflejo de tantas situaciones ajenas y experiencias propias.
Al
terminar la lectura me di cuenta de que escasamente había pasado una semana
desde el feliz aniversario.
Tenía arrumbado, desatendido, mi blog en el que
durante algún tiempo fui transcribiendo vivencias personales. Pero el largo
paréntesis no fue óbice para que surgiera en mí la imperiosa necesidad de
reencontrarme con él y añadir una nueva entrada.
No pretendo redactar una reseña de "Bailar
con la soledad". He leído alguna y las RRSS facilitan la oportunidad de escuchar o leer, en
palabras del autor, comentarios sobre el libro en entrevistas que se le han
formulado.
Cavilando cómo iniciar estas líneas llegó hasta
mí el enlace del video promocional “¡Que
no pare la música!” .
Creativo, original fueron los epítetos que surgieron espontáneos al
calificarlo.
Tal vez lo más destacable del libro, al menos en
mi caso, sea la capacidad del Olaizola para diseñar las variadas situaciones en
las que el lector puede sentirse involucrado como protagonista. Ello hace que avanzar
en la lectura sea como abrir un álbum de imágenes en el que rememoramos
acontecimientos, episodios que han ido jalonando la vida. Es, quizás, una de
las razones de su rápida difusión y de que su publicación haya obtenido el eco
en tantos ámbitos en los que la soledad se hace presente aun en medio del ruido
y algarabía que nos enajena en la sociedad de las RRSS y los “mass-media”.
Salvador Egea Solórzano
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