Han pasado ocho días desde que Luis y
Cristina sellaron su enlace matrimonial. Familiares, amigos, compañeros de
trabajo, miembros de la comunidad parroquial de san Víctor – Madrid fuimos
testigos de su compromiso de fidelidad y amor.
Durante estos días, en múltiples
ocasiones he rememorado los sucesivos instantes de la celebración sacramental,
pero sobre todo he evocado las emociones tan intensamente vividas.
“Hay momentos que las palabras no
alcanzan para decir lo que se siente”, expresaron Luis y Cristina al iniciar su
acción de gracias. No obstante, pienso que, al concluir la secuencia en la que
mostraron su ferviente gratitud por tantos motivos, acertaron plenamente al
describir y condensar en pocas palabras aquello que, en definitiva, les ha
conducido a iniciar un proyecto de vida en común,
Cristina declaraba: “Te doy gracias,
Señor, por Luis. Por haber puesto en mi vida el mejor compañero de camino.
Gracias por su alegría, por su voz, por su paciencia y comprensión, por saber
esperarme siempre, por su capacidad de perdón, por el respeto y la libertad
mutua que nos profesamos, porque a su lado cada día me siento más especial y
feliz”.
Asimismo Luis proclamaba: “Gracias,
Señor, por Cristina, por su forma de quererme. Por su generosidad, por
desprenderse de sí misma, buscando siempre mi felicidad. Gracias porque ella
sólo sabe vivir ilusionada, y no se conforma con cualquier cosa, ayudándome así
a aspirar siempre a lo mejor. Gracias porque ella le da un sentido nuevo a las
cosas y porque sólo con ella es con quien quiero compartir mis días”.
En estas líneas de recíproco
agradecimiento resuena el eco del Deuteronomio 10, 14-16 (primera lectura):
“Mas sólo de tus padres se prendó Yahvé, los amó y eligió a su descendencia,
a vosotros
dos”.
También Pablo (1Tes 5, 24) destaca el
designio de Dios (segunda lectura) que guía nuestros pasos: “El
que os llama es fiel…”
“No sois vosotros los que me habéis
elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis
fruto…” (Jn 15, 16), sentencia contundente Jesús.
Así pues, desde nuestra condición
creyente, reconocemos que estamos en manos del Padre, que amorosamente nos
acompaña.
Hace ya algún tiempo y asumiendo esta perspectiva se cruzaron los
itinerarios de Luis y Cristina. Pero también allí, al borde del camino, nos
encontrábamos los padres, me hallaba yo como padre de Luis.
Sin duda es la mayor satisfacción que
podemos experimentar los progenitores contemplar que los hijos enriquecen la
vida con los ideales y valores que desde la infancia hemos pretendido
inculcarles.
Reconozco esos ideales y valores en Luis.
Pero los descubro igualmente en Cristina y por ello la satisfacción se
acrecienta e intensifica.
La celebración sacramental se ha vivido,
durante noventa minutos de ensueño, como auténtica expresión de fe por la
comunidad que los arropaba, pero ante todo por Luis y Cristina. Ellos han
cimentado el futuro de su “casa” sobre roca firme y el Arquitecto que diseña y
construye la “casa” no los defraudará.
Personalmente me siento agraciado porque
el cruce de caminos haya deparado el enlace de Cristina y Luis y puedo
reafirmar, como expresé en la celebración, con enorme alegría, que la familia
se incrementa, porque Cristina hoy es también mi hija.
Que la ternura, la ilusión, el cariño, el
amor que sellan vuestra alianza permanezcan siempre en vosotros como imagen del
amor que Dios dispensa a todos sus elegidos.
San Fernando, 24 de junio de
2012
Salvador Egea Solórzano
http://www.youtube.com/watch?v=2Xn36KBYNeE&feature=plcp
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