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Días antes había superado el trámite de la rutinaria
consulta cardiológica: tensión arterial, electro y ecocardiograma… revelaban
valores normales para un paciente con síndrome coronario agudo y triple bypass
aortocoronario.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhK8fR_4nDSjNzB6MbzmjziJ-LBLY3moQOVvGrfQxKRQTxhdWMsApQsivs7BYYhM3_BSkQ85o9538vasQ0P_sTjB3xec30h1Y6ZSpwJSx7kD_lmevtlYsswpjE7Kz-me2CtVRgLwyqJruo/s320/membrete.jpg)
La ciencia médica ha progresado enormemente en todos
los ámbitos y significativamente en el referente a enfermedades coronarias.
Las nuevas técnicas de diagnosis y la cirugía
cardíaca logran reanimar pacientes con cardiopatías severas y que hace unas
décadas posiblemente hubieran fallecido desahuciados.
La arterioesclerosis y el infarto de miocardio,
herencia genética, que dos de mis hermanos y yo mismo logramos vencer hasta el
momento, segaron la vida súbitamente de nuestro padre. Había cumplido 47 años pocos
meses después de iniciada la década de los 60 del siglo pasado.
Tenía referencias próximas de este tipo de pruebas:
TAC y Resonancia magnética. No obstante, era la primera vez que yo iba a ser
sometido a una de ellas.
El “síndrome de bata blanca” me traiciona siempre
que, como paciente, acudo a un hospital o he de afrontar cualquier examen
clínico. He tenido múltiples ocasiones ya, debido a afecciones y achaques, de
exhibir la tensión nerviosa específica del “síndrome”.
No hubo excepción cuando a requerimiento del
enfermero, seguí sus pasos y franqueada la puerta, tras recorrer un pequeño
pasillo me indicó el reducido habitáculo, alrededor de un metro cuadrado, en el
que debía esperar al cardiólogo especialista, bajo cuyo control se realizaría
el TAC. El ritmo cardíaco, gracias a la medicación a la que soy fiel y
constante, era propicio para la prueba,
afirmó.
Nuevamente el enfermero condujo mis pasos hacia la
aséptica sala, cuya primera impresión, creo, ya acentuó la tensión y el ritmo
cardíaco.
En situaciones semejantes no tengo reparo alguno en
comunicar al personal que me atiende que no es el frío justamente lo que me
causa el estremecimiento. Así lo transmití a la enfermera que me ofertaba una pequeña
manta para cubrirme. Decliné el ofrecimiento.
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Me habían advertido que el contraste inyectado
produciría calor momentáneo que yo percibí en la zona pélvica, tal como me
anunciaron, y en las yemas de los dedos.
Mi preocupación en aquellos momentos no era otra que
cumplidamente adecuar mi respiración a la directriz que resonaba alternativa
desde el altavoz: ¡No respire…, respire! No había lugar para otras reflexiones
y pensamientos.
Cuando observé que la máquina había cumplido su función,
transcurrido unos veinte minutos, ansiaba
que se abriera la puerta y que alguien me informara que podía incorporarme. Realmente resultó molesta
la postura, tendido en la plataforma con los brazos dispuestos rígidamente
hacia atrás.
Más relajado desanduve los primeros pasos hasta la
recepción y sala de espera. ¡Todo había terminado ya! ¿Todo?
Me entregarían el informe al cabo de,
aproximadamente, dos horas. Una vez en mis manos abrí el sobre sin demora. Me
precipité. Fui excesivamente atrevido al sacar mis propias conclusiones, siendo
profano, y ello determinó que durante algún tiempo la angustia me oprimiera. “Árbol coronario nativo severamente enfermo.
Los tres bypass se encuentran permeables y sin datos de reestenosis”. Mis
deducciones fueron erróneas. Estaba realmente equivocado.
Hoy redacto estas líneas en espera de la
interpretación y recomendaciones que mañana jueves recibiré de mi cardiólogo.
Salvador Egea Solórzano
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