Hace ya algún
tiempo me insisten reiteradamente: “Tienes que ir al otorrino”. Con firme
presunción, mezcla de cariño y cierta dosis de: “¿ves como tenemos razón?”, mi
familia me urge para que verifique la pérdida de capacidad auditiva.
Dejo pasar el
tiempo y mi tozudez parece un acicate para animar su afectuoso empecinamiento.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgeSe82g_OYQwndXqwlRq01xXNc5TCxwT-1T0t8OVyrHSTkbpy2jClxFKMm7fP8xul8Ock0wCNX9Fll4wNZBoLOhksx6y4mU1O2a92iJg4FtL6_8YWEpG9zhOjArpHBQW1txFvaazh0tiw/s320/350389-tabla-de-la-lengua-de-la-muestra.jpg)
El tiempo y el
envejecimiento son factores inexorables y soy consciente de que mi agudeza
auditiva decrece, sin haber llegado al extremo de impedir la interrelación
personal y la comunicación.
De momento no
constituye un problema prioritario, ante otros chequeos facultativos más
apremiantes.
Como la
degradación sensorial, que acompaña al paso de los años, no suele afectar sólo
a uno de los sentidos corporales, también mi agudeza visual se resiente, si
bien, en este caso, la atención a la miopía y presbicia ha sido más temprana e
inmediata.
Vista y oído son
dos ventanas que nos abren al exterior, aunque, a veces, ensimismados en
nosotros mismos, nos empeñemos en que permanezcan cerradas.
Así, ciegos y
sordos, por decisión propia, a lo que acontece a nuestro alrededor, también
nuestra sensibilidad a las circunstancias y problemas extraños decae, como si
lo ajeno a nosotros constituyera una película que visionamos, simples
espectadores de una realidad que no nos implica en absoluto.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjmizjnTTfh2zTVcsofFob6iSBzpBVdzXVDadPTc0AUp7FIrUBoT97bmJa3YgHSrRUk7MOAMerrrMRHYdwnLtRelbIls2GUZgCUiyCk5_RaTVqj_8D6hutNdT8o94WsFbpWOYQwiYL2M_k/s400/ciego.jpg)
Pero cierto es que
llega el momento en que todo el bagaje de lo que hemos percibido año tras año y
que constituye, en gran medida, nuestra experiencia vital, nos permite
relativizar; aventar lo importante de lo accesorio y secundario; conservar lo
significativo y sustancial; orillar y olvidar lo accidental.
Es como si la
mirada se dirigiera ahora hacia lo recóndito de uno mismo y la sensibilidad
auditiva permaneciera atenta al murmullo interior, que no deja de ser caja de
resonancia de lo vivido y de lo que
contemplamos en nuestro entorno.
Y es así que la
introversión induce a la reflexión y a rumiar sosegadamente unas y otras
vivencias dándole a los días un sentido más íntegro y trascendente.
En esta tesitura
advienen a mi mente las curaciones del sordomudo en territorio fenicio, escena
narrada por el evangelista Marcos (Mc 7,31-37) y del ciego de la piscina de
Siloé (Jn 9,1-41).
En ambos casos el
sentido profundo del relato va más allá de la simple sanación física. Se trata
de, como personas, abrirnos a la trascendencia y reconocer a Jesús, Profeta e
Hijo de Dios.
El suspiro e
invocación de Jesús: “Effetá”, sólo admite una reacción válida y consecuente:
“Creo, Señor”.
Ante el paulatino
ocaso inevitable de las propias facultades, no pretendo el proceso de la
regeneración física, sino más bien el milagro de que la alegoría del deterioro
auditivo y visual sea ocasión propicia de impulsar mayor agudeza para, desde la
fe, descubrir el genuino y definitivo sentido de la existencia.
Salvador Egea
Solórzano
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