Salgo de casa,
cruzo la calle donde resido y a escasos cincuenta metros abre acogedora sus
puertas a la barriada la cafetería – baguetería “Carona”.
Su emplazamiento, equidistante de
los extremos de la avenida, facilita los encuentros habituales de vecinos a lo
largo de la jornada.
Los asiduos clientes ignoramos el
rótulo del establecimiento. Sólo algún despistado proveedor localizará por
“Carona” lo que para todos los residentes de la barriada ha sido y será “Casa
Pepe”.
No preguntéis por los apellidos.
¿Qué importancia tienen cuando basta el nombre para identificar a la persona
entre todos los moradores del barrio?
Aquí el apelativo con el que nos
referimos al personaje es la metonimia del local.
Pepe es un hombre emprendedor, con
el impulso y apoyo siempre de su mujer, Isabel. Veterano en la barriada, inició
su actividad comercial entre nosotros inaugurando un pequeño local, almacén de
ultramarinos. En él encontrábamos los vecinos los desavíos diarios, provisiones
pendientes u olvidadas en el listado de compras llevadas a cabo en las grandes
y medianas superficies comerciales.
Los intentos por adecuar el negocio
a la demanda de los clientes y a las exigencias del mercado colisionaron con la
feroz competencia de los centros comerciales. De ahí que audazmente, haciendo
gala de su espíritu innovador, Pepe transformó el almacén en la actual
cafetería – baguetería.
Fiel a la cita de cada mañana,
alrededor de las siete la baraja metálica se avista a media altura. Es la
puesta a punto del local. Poco más tarde se abren las puertas de par en par.
Van llegando los primeros clientes tempraneros. Vecinos y conocidos que
iniciamos la jornada con un desayuno reconfortante y unos “buenos días”,
expresados con el más sincero y amistoso de los deseos.
El diseño se repite casi
ineludiblemente cada mañana. Aquel es el rincón de las jóvenes y laboriosas
peluqueras del local cercano. En la barra apuran el cafelito rostros
reconocidos que ojean la prensa diaria, emiten apasionadas opiniones y sentencias, si la jornada anterior ha
habido competición deportiva o simplemente comentan las primeras incidencias
mañaneras.
Rafaela, tras la barra, dispone
solícita la comanda de cada cliente, que no es necesario verbalizar.
No hay reserva previa. Pero cada uno,
salvo raras excepciones, parece tiene asignado un lugar, una mesa de su
preferencia. Así la cafetería va completando el aforo y Pepe, con maestría y
profesionalidad, va de allá para acá y de acá para allá atendiendo a cada uno.
No puede regentarse un pequeño
negocio, sortear trabas administrativas, estar al día en cotizaciones y tasas
municipales, satisfacer los variopintos requerimientos de la clientela, con un
talante huraño y arisco. Pepe es comunicativo y servicial, afable y cercano, al
menos mientras no rivalicemos con él en sus grandes pasiones futboleras: Cádiz
C.F. y Real Madrid.
“Casa Pepe”, se transforma en peña
madridista, concentra los días de fútbol televisado a los aficionados más
fanáticos de la barriada.
En cualquier rincón de la avenida
resuena el rugido estruendoso ¡gol!, cuando el balón impacta en la portería del
equipo adversario del Real Madrid.
Pero, más allá de este delirio
futbolístico, es emotivo contemplar en Pepe su ternura con los niños. Pienso
que hasta los gorriones son conscientes de ello y, huidizos, se atreven a
adentrarse en el local a recoger las migajas que caen de las mesas o aquellas
otras que, intencionadamente, el mismo dueño les oferta.
Recientemente y tras el pertinente
proceso administrativo de tan lenta tramitación, Pepe ha habilitado una terraza
que ocupa dos antiguas plazas de aparcamientos.
En ella, además de disponer de una
zona apropiada los clientes fumadores, encontramos los vecinos el emplazamiento
propicio para una conversación relajante a la hora del aperitivo mañanero y el
lugar idóneo para la tertulia vespertina o la velada estival.
Expreso el sentimiento general de la
clientela al desear larga vida al negocio, lo que implica la satisfacción de
todos los que nos acercamos al local y el reconocimiento del buen hacer de su propietario.
San Fernando, 16
de mayo de 2013.
Salvador Egea Solórzano
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