Es un destello que
irrumpe súbito, inesperado. Un martilleo
rítmico cuyo eco se adhiere sólidamente
a mis oídos y no permite que la atención se disperse en el abanico de
actividades rutinarias cotidianas.
Surge imprevisible,
recorre raudo todas las arterias e invade las entrañas hasta lo más recóndito
del corazón.
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No consigo
orillarlo desde que esta mañana asaltó prematuramente mi fortaleza.
“Sobran los años, faltan los días”.
En algún momento el
Maestro habla de nacer de muevo y Nicodemo que, a su edad, tiene la sapiencia
del anciano, carece de respuesta a la pregunta: “¿Cómo puede nacer un hombre
siendo viejo?” (Jn 3, 4).
¡Ah, paradoja!
Si tengo la mente
lúcida, la actitud firme, el corazón abierto, cada amanecer es un nuevo nacimiento;
un renacer que, tras la muerte del sueño, me reconcilia conmigo mismo y me
aventura un horizonte definido.
¿No es despertar y,
por tanto, renacer, abrir los ojos, rememorar sin nostalgia el pasado,
reconocer errores y avanzar largos o pequeños pasos hacia el mañana?
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhXRfDvIg-KGdO_i_QdJl6pwXBGivXN0BmrhsJyLhBAqGTZa-Bhto8oFSKSCj-3gTtpsXCYYqFm8FWXmpmeGJRiWDWsSZ9R3iw09Urpxlqlh8HyRWDdDhvqO95SawU5XLaRFQx-Ktzczrw/s1600/sanpablo01.jpg)
Mi pasado es mi presente, porque, de alguna manera, siempre está conmigo.
Y..., "faltan los días". Días y días proyectados al futuro sin fin.
¡Qué vivificante es la esperanza! Reconforta y fortalece la lectura de Pablo (1Cor 15, 1-10). Cristo es el fundamento de nuestra certidumbre: "Ha resucitado de entre los muertos". He ahí la fuente que sacia el ansia, la sed de infinitud.
Ahora sí, los proyectos más auténticos y profundos nunca prescriben.
Mientras, los días van haciéndose más efímeros y fugaces hasta fundirse en la absoluta eternidad.
Salvador Egea Solórzano
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