martes, 8 de noviembre de 2011

¡REBÉLATE!



Lema de campaña  para las elecciones generales del próximo 20 de noviembre de la coalición “Izquierda Unida”. La sintonía del eslogan con el manifiesto del  “Movimiento 15 Mparece evidente e incluso premeditada, así como la referencia al grito formulado por Stéphane Hessel, autor del libro “¡Indignaos!”. Sin duda alguna para adherirnos al llamamiento a la  rebelión hemos de sentirnos previamente indignados.
       Es obvio afirmar que el desencanto por la situación política, económica y social es la causa y el substrato en el que ha germinado el movimiento de los “indignados”.
       El reciente barómetro de “Commentia” para el “Grupo Joly” en otoño de 2011   facilitaba los siguientes titulares el lunes, día 7 de noviembre:
“Se eleva a un 82 % los andaluces con una visión pesimista de la economía”.
“Un 62,3 % cree que la coyuntura política de la comunidad autónoma es mala”.
“La corrupción política y el enchufismo escalan entre las primeras preocupaciones”.
 Durante días nuestras calles serán invadidas por pósteres con imágenes de los candidatos; las emisoras de radio y las televisiones públicas y privadas nos asaetearán con cuñas electorales; nuestros buzones postales se colmarán saturados de propaganda electoral y sobres con las papeletas de voto de los distintos partidos y coaliciones; centenares de mítines congregarán en espacios con aforos multitudinarios a simpatizantes y afiliados.
Curtido en años, hace ya algún tiempo que toda la parafernalia electoral me parece excesiva y personalmente indiferente. Su influencia en el sentido del voto, en mi caso, es absolutamente nula.
En mi percepción de la realidad y en el afán por transformar el sistema coincido en gran medida con el “Movimiento 15 M y con el análisis que se deriva del sondeo realizado para el “Grupo Joly”. 
Hay algo que me indigna y rebela singularmente. Se trata de la descalificación absoluta del adversario político, la adjudicación emotiva y no racional de etiquetas, la clasificación en “buenos y malos”, sin más criterios axiológicos que la pertenencia al grupo político. Junto a ello la incoherencia entre lo formulado en los “Programas electorales” y la cotidianidad de la gestión pública, así como la incongruencia entre los valores pregonados y el área privada del político en tanto en cuanto involucra y condiciona lo público. Me sublevan igualmente la insidia y la mentira como armas políticas,  quienes dogmatizan como cierto que todos los medios son válidos para conseguir los objetivos propuestos,  la distorsión del sentido del voto cuando es incautado por un grupo en el mercantilismo político, de forma que la voluntad del ciudadano es usurpada por intereses bastardos. El nepotismo y "enchufismo" que convierten el servicio público en una agencia de colocación de afines. La arbitrariedad en la administración de los fondos públicos facilitando y potenciando con ello el clientelismo político.
Esta indignación y rebelión  inducen a la participación activa en la jornada electoral. Como ciudadano comprometido no puedo mantenerme al margen. Anhelo que algún día la ética y la coherencia impregnen toda la actividad política. Con toda seguridad es la fórmula para que la ciudadanía valore la gestión pública y cambie sustancialmente la percepción que el ciudadano tiene de la clase política.


Martes, 8 de noviembre de 2011.
Salvador Egea Solórzano