domingo, 17 de noviembre de 2013

¡YA ERA HORA!

¡Ya era hora! Últimamente mis hijos aguardan, ignoro si con ansiada expectación o cierta dosis de frivolidad cariñosa, mi comentario sobre cualquier evento familiar. El inicio del otoño ha sido prolijo en este tipo de acontecimientos. Uno de ellos, la boda de mi hija Irene y Manuel.
Yo me voy a permitir también una cuota de ligereza en esta glosa dejando a la sabia interpretación del lector el significado de la exclamación con que encabezo el artículo. ¿Ya era hora que escribiera el comentario o que mi hija pasase por la vicaría?
Doy algunas pistas. Manuel y mi hija contrajeron matrimonio canónico el pasado 19 de octubre en la parroquia de “El  Buen Pastor” de San Fernando. Ha transcurrido un mes desde tan feliz y emotiva celebración presidida por mi hijo Paco, recién ordenado presbítero.
Ni mi bolígrafo se había quedado sin tinta, ni el ordenador había sido infectado por algún virus pernicioso que afectara a su sistema operativo. Mi blog (http://salvadoregea.blogspot.com.es/) siguió activo, admitiendo entradas.
¡Qué de tiempo he tardado en decidirme a escribir sobre la boda de Irene y Manuel! ¡Ya era hora!
Por otra parte, Irene y Manuel llevan conviviendo alrededor de un lustro. Han sido pioneros en hacerme abuelo. Mi adorada nieta Lola cumplirá muy pronto tres años. Próximamente ambos pondrán nuevamente en mis brazos el fruto de su entrega y cariño recíprocos: mi nieta Candela.
Tengo que dejar bien claro en este momento que desde que Irene y Manuel confirmaron mutuamente su propósito de proyecto común de vida, a partir de entonces, constituyeron tanto para mi mujer como para mi, un matrimonio en el que Dios ha estado presente. Esto no fue un simple e ingenuo anhelo, sino una realidad consumada.
Manuel comenzó a formar parte de nuestra familia. Yerno es el término del que la R.A.E. se sirve en su diccionario para definir la relación, aunque nosotros apreciamos más, en estos casos, los tan significativos y expresivos hijo e hija.
Pues bien, el enlace matrimonial ha tardado cinco años en ratificarse. ¡Ya era hora!
Como padrino viví intensamente la celebración religiosa, consciente de la importante función de testigo privilegiado del sacramento que unía indisolublemente a los contrayentes ante Dios y la Iglesia. Unión de la que mi nieta Lola era ya presencia viva y gratificante.
Mi nieta, muy despierta, suele afirmar que ella también se casó el 19 de octubre. Tal vez sea porque, en algún instante, se sintió protagonista portando las alianzas y las arras…, o quizás porque, como su madre, se recreó vestida de “princesa”.
En una celebración tan familiar, en el pleno sentido de la palabra, pues, como quedó escrito, estuvo presidida por el hermano de la novia, hay momentos reservados para la oración espontánea y la expresión libre de sentimientos.
Transcribo dos párrafos del sentido y emotivo texto que Irene leyó al final de la celebración.
El primero termina con una lacónica respuesta de Manuel que especialmente me cautivó y que yo hubiera suscrito en mi juventud en circunstancia análoga. También en algún momento de la relación previa al matrimonio se me sugirió que aparcáramos durante cierto tiempo nuestro proyecto. Mi suegra se encontraba en situación de extrema dependencia y mi mujer consideraba que no era oportuno seguir adelante.
He aquí el párrafo, leído por Irene: “Aquel verano que comenzamos, yo tenía un lío muy grande en mi interior. El iba y venía y me rondaba como envuelve el aire de Sevilla, cálido y más tranquilo. Yo que por aquel entonces ya me encontraba agustísimo con él, le respondí un día como el viento de levante gaditano:
- Vamos a cortar aquí. Que sepas que yo estoy muy “liá”, y que esto a lo mejor sólo dura dos días.
 Él me contestó muy tranquilo:
- Quiero esos dos días.”
Confieso que escuchar, por primera vez, la reacción de Manuel me impactó y emocionó, pues no pudo condensar más brevemente los sentimientos de cariño y entrega absoluta hacia mi hija. Lo viene confirmando tantas veces y de mil formas diferentes, pasados esos dos días…
Luego, como narra mi hija, vino lo del infarto. Pero eso ya es continuación de la historia que dejo en sus manos, aún a riesgo de alargar estas líneas.

“Al poco, mi padre se puso muy malito. Varias anginas de pecho una detrás de otra que terminaron con tres by-pass en el Puerta del Mar. Mi padre, siempre que se pone malo, malo de verdad, lo hace en Navidades (esta era la tercera ocasión). Yo estaba muy triste, preocupada, nerviosa... ¿Os acordáis aquel invierno en que se desbordó el Guadalete de 
lo que llovía y llovía? Pues Manolo se hacía casi a diario Sevilla-Cádiz, Cádiz-Sevilla y trabajando al día siguiente sólo por acompañarme.
Llegó el día de la operación de mi padre. Entrando a quirófano, otra angina de pecho. No es lo que los cirujanos desean. Está la cosa chunga. Por fin termina la operación. Ha salido bien. Yo cruzo la Avenida y corro a la playa. No quería que mi madre me viera llorar. Manolo me persigue (como siempre, esta vez por detrás) y yo me echo a llorar en sus brazos y entonces me pongo a hablar como un "sacamuelas" que es lo que hago cuando estoy muy nerviosa. "Y esto y lo otro... y ahora vienen la Navidades... y yo sé lo importante que es para ti tu familia... y que Mónica esté acompañada en estas fechas...Y tu ahora vete... que allí también haces falta y bla bla bla"
Él me cogió la mano, me la apretó fuerte y me dijo: "Irene, no te hagas más líos. Yo estaré donde tenga que estar... Y donde tengo que estar es contigo".
Y así seguimos, juntos, cogidos de la mano. Con la certeza de que siempre va a ser así”.
Mi reseña o comentario debería terminar aquí. Quedarnos con el lento rumiar las palabras de mi hija. ¡Es tanto lo que expresan también entre líneas…!
“La certeza de que siempre va a ser así”  es la disposición firme a no poner límites de ningún tipo, conscientes de que caminar juntos, “cogidos de la mano”  es la única forma de superar dificultades y desencuentros.
Yo también tengo “la certeza” que día a día, Irene y Manuel, sabréis vivir y  transmitir a mis nietas todo aquello con lo que “juntos”, mi mujer y yo, hemos intentando colmar nuestras vidas.


Salvador Egea Solórzano