viernes, 11 de enero de 2013

"SÉ DE QUIÉN ME HE FIADO"






Un miércoles más, como viene siendo habitual desde que en septiembre pasado se inició el curso escolar, nos acomodamos en el coche mi mujer y yo rumbo a Sevilla. Los horarios laborales de mi hija y yerno determinaron en su momento que el miércoles fuera el día señalado para, como abuelos, ejercer de solícitos canguros de nuestra nieta.

En los trayectos medianos y largos tenemos la costumbre de invocar la protección del Cielo al comienzo del viaje recitando un Padrenuestro… Desde hace algún tiempo ampliamos el periodo de oración con la breve audición del contenido propio del día en www.rezandovoy.org.

En esta ocasión sugerí a mi mujer posponer la citada audición, mientras escuchábamos algunos boleros del grupo musical “Café Quijano”, del que recientemente me habían regalado la última producción.

No obstante, antes de llegar al peaje de la autopista habíamos ya escuchado el relato evangélico y el comentario que lo esclarece y facilita la reflexión personal.

Tantas veces he leído la segunda carta de Pablo a Timoteo que, este miércoles, dudé porqué me impactó especialmente la cita paulina: “Sé de quién me he fiado”  (2Tim 1,12).

Tal vez la sensibilidad de los años ya cumplidos, que con demasiada insistencia hace que dirija una reiterada y retrospectiva mirada al pasado, fuera el detonante de este aldabonazo a mi conciencia.

Realmente ¿de quién o de qué me fiado a lo largo de mi vida?, ¿en quién o en qué he depositado mi confianza en la búsqueda de esa seguridad que todos ansiamos?, ¿tiene sentido cristiano la búsqueda de seguridades? Fueron interrogantes que afloraron a mi mente en un flash instantáneo.

Como nunca anteriormente detuve mis cavilaciones rumiando la confesión de Pablo a su discípulo, compañero y amigo Timoteo. En el contexto biográfico del apóstol ¡cómo sintetizan tan pocas palabras toda la experiencia de quien recorrió los caminos del Imperio entregado radicalmente a la evangelización! y en sus propias palabras “…Cuántos viajes a pie, con peligros de ríos, peligros de bandoleros, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, trabajos y agobio, sin dormir muchas veces, con hambre y sed, a menudo sin comer, con frío y sin ropa” (2Cor 11, 26 s.).

Iluminado por este extremo testimonio valoré en un fulgurante destello decisiones y actitudes de mi vida. ¡Qué pobreza y raquitismo! ¡He consignado mi confianza en tantas seguridades efímeras!

Siempre es momento propicio para reorientar el presente, proyecté decidido. Nunca tiene sentido idolatrar el dinero, el poder, la ambición, el ansia posesiva, el consumismo desaforado…, menos aún ante el escaparate de indigencia y desamparo en el que, en nuestro entorno próximo, se encuentran tantas familias y hermanos.

La afirmación de Pablo incluye implícitamente una absoluta y radical voluntad de seguimiento de Cristo, una disposición plena para hacer efectiva la instauración del Reino, una total confianza en que nunca se sentirá defraudado.

Desde mi fe, tantas veces titubeante y mediocre, quisiera expresar con sincera y profunda convicción la misma expresión de Pablo. Pero las palabras desgraciadamente se traban en mi mente. A lo más, balbuceo un inseguro deseo y vacilante propósito.

Para el amor del Padre que sale al encuentro del hijo con los brazos abiertos, sé que es una disposición suficiente. Por ello, aun con todas las inseguridades y contradicciones, y  como queriendo reafirmar cada término, confiado, me atrevo hoy a confesar y escribir: “Sé de quién me fiado”.



Salvador Egea Solórzano