lunes, 1 de octubre de 2012

EL HOMBRE DUPLICADO



Me resistía a aceptar que la narración que había comenzado a leer se limitara simplemente a un relato insólito, original y creativo del autor.
Avanzaba las páginas buscando veladas interpretaciones. En algún momento se fue fraguando en mi mente la hipótesis de que “El hombre duplicado” (1) era una fábula que vendría a configurarse como alegoría o metáfora de la vida.
Precisamente la genética confirma que ni siquiera los gemelos univitelinos tienen idénticas huellas dactilares. En el proceso de generación del tejido epidérmico confluyen factores aleatorios que determinan que cada persona tengamos nuestra identidad dactilar propia.
“El hombre duplicado” no es meramente  un relato biográfico, sobre todo si consideramos el inesperado y alucinante final de la novela.
El desarrollo de la hipótesis orientó mis reflexiones hacia el “síndrome de doble personalidad”, tema recurrente en los estudios psiquiátricos y que en la historia de la literatura ha dado origen a múltiples relatos, con heterogéneos argumentos y enfoques, algunos de ellos llevados a la gran pantalla como obras magistrales cinematográficas.
El “trastorno disociativo”, expresión clínica del síndrome, ha sido objeto de estudio desde las teorías del psicoanálisis de Freud y desde la perspectiva de la psicología de Jung, entre otros autores de renombre.
Es un tema cuyo interés me viene de antiguo. Así que, cuando profundicé algo en él, dilatando el ámbito de mis lecturas, me causó enorme satisfacción encontrar amplia bibliografía.
Una prolija relación de escritores ha desarrollado literariamente el argumento. La trama ha generado asimismo  extensa filmografía (2).
¿Por qué el tema ha suscitado tanta fascinación que ha derivado en tal producción literaria y artística en general?
En este punto me atreví a redimensionar y acotar el alcance del interrogante a un entorno más próximo y conocido, incluyéndome, por supuesto, yo mismo en él.
Intenté descubrir y analizar actitudes y comportamientos que en el hombre vulgar y corriente muestran una disfunción, cuya sintomatología no alcanza límites patológicos, pero que, sin embargo, aparecen como derivaciones de un “yo” que más bien constituye un “otro”. Es la “tragedia” de nuestra limitación radical.
La aspiración humana a lo supremo, “seréis como Dios, en el conocimiento del bien y del mal” (3), que nos relata el mito bíblico, queda truncada con la expulsión del paraíso.
El reconocimiento de nuestra precariedad, la aceptación del “yo” finito, que desde la perspectiva cristiana, implica la reconciliación con el Creador, es el primer paso para la vuelta a la casa del Padre.
Pablo de Tarso refiere su experiencia personal (4): “…no entiendo mi comportamiento, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco (…). Ahora bien, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mi (…)”. En la carta a los gálatas (5) sentencia: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi”.
La lectura de “El hombre duplicado” me ha inducido al empeño y esfuerzo de integración de mi “yo” y mi “otro”. Ha propiciado la evolución hacia la confluencia de ambos vectores de la personalidad, asumiendo, en todo caso, que el proceso no es uniforme y rectilíneo, sino que tiene todas las desviaciones y ambigüedades inherentes a la condición humana.
Tal vez esto último quiso sugerir José Saramago cuando, al final de la novela, tras la muerte en accidente del “duplicado”, surge, con una insospechada y repentina llamada telefónica un segundo “duplicado”.

Salvador Egea Solórzano

(1) José Saramago, “El hombre duplicado”, Círculo de Lectores, (2003), Barcelona.
(2) Relaciono tan sólo algunas de las innumerables obras que, con diversos argumentos, han tratado el tema tanto literaria como cinematográficamente.
Literatura:
E.T.A. Hoffmann, “Las aventuras de la noche de san Solvestre”.
F.M. Dostoievski, “El doble”.
R.L. Stevenson, “El extraño caso del Dr. Jekill y Mr Hyde”.
O. Wilde, “El retrato de Dorian Gray”.
J. Cortázar, “La noche boca arriba”.
Ítalo Calvino, “El vizconde demediado”.
V. Nabokov, “Desesperación”.
F. Kafka, “El castillo”
Filmografía:
Stellan Rye y Paul Wegener, “El estudiante de Praga”.
Krzysztof Kieslowski, “La doble vida de Verónica”.
Charles Chaplin“Monsieur Verdoux”.
R. L. Stevenson, “El extraño caso del Dr Jekill y Mr Hyde”.
G. Hoblit, “Las dos caras de la verdad”.
(3) Gen 3, 5
(4) Rom 7, 14-25
(5) Gal 2, 20