jueves, 16 de enero de 2014

LLEGÓ CANDELA


         
Calificamos y clasificamos ya en la primera infancia, aunque no acertemos a verbalizar nuestras valoraciones. Es un elemento más en el proceso de aprendizaje.
Desde la incipiente experiencia infantil nuestro vocabulario se enriquece con un sin número de categorías que referimos a objetos y personas: necesario, prescindible; útil, inadecuado; lucrativo, ruinoso; fascinante, repelente…
Nuestro cerebro se configura y estructura de tal modo que, llegado el momento, catalogamos, encasillamos y jerarquizamos, a menudo, instintivamente.
¡Cuántas veces sobre todo jóvenes y adultos  hemos rectificado, impulsados por la evidencia,  apreciaciones con que etiquetamos fácilmente sin más análisis previo!
Los años y la  vida ayudan a relativizar juicios apriorísticos y estimaciones basadas en criterios nada objetivos.
Observar cuidadosamente y ser capaz de tamizar criterios aparentemente indiscutibles nos ayuda a ser más comprensivos y, a la postre, hasta más humanos.
Estas cavilaciones afloraban en mi mente mientras mis ojos cautivos contemplaban a la recién nacida nieta Candela.
¿Qué tendrían que ver tales elucubraciones pseudofilosóficas con el primer regalo que recibía en la pasada Navidad?
Candela llegó a los brazos de quienes la esperábamos expectantes el 15 de diciembre pasado a las 5:05 h. Abundante cabellera negra y unos ojos que se abrieron pronto a la vida la singularizaban respecto a su hermana.
El 24 de febrero de 2011 nació Lola. En unos días cumplirá tres años. Los kilómetros que nos distancian no han impedido que haya podido seguir su evolución desde bebé hasta la fantasiosa, mimosa y vivaracha princesa (perdón, no quiere que la llamen princesa) que gozosamente me sorprende cada vez que llega la ocasión de estrecharla en un abrazo.
Entre Lola y Candela, Pablo. Madrileño, “Pichi”, como cariñosamente he escuchado decir al padre. Nacido el 26 de agosto, tan sólo unos meses se anticipó a Candela. Tenía prisa por integrarse en la familia.
¡Qué rápidamente se ha incrementado la prole! ¡En qué poco tiempo he llegado a abuelo de tres nietos!
Ahora que cada mañana al despertar los atraigo a mi recuerdo soy incapaz de sentenciar quien de los tres es el primero.
He aquí una de esas categorías que me rechinan como si sólo rememorarla produjera la repulsa de la jerarquización y clasificaciones a las que me refería al principio de estas líneas.
Con razonamiento cronológico intentarán convencerme, aludiendo a la evidencia, que hay una jerarquía: Lola, Pablo, Candela.
Pero a mis años y en calidad de abuelo justifico mi rechazo a cualquier orden, rango y escalafón.
Ya mi cerebro está desestructurado, ya no concibo ni entiendo tantas declaraciones y asertos categóricos, ya prefiero quedarme con el corazón abierto: sensaciones, sentimientos, emociones…
¿En función de qué criterios voy a jerarquizar lo que mi corazón experimenta como irrepetible e injerarquizable?
Lola será siempre Lola, Pablo será siempre Pablo, Candela será siempre Candela.  Mi corazón no entiende de rangos ni jerarquías.
“Hipertrofia del ventrículo izquierdo” han dictaminado los galenos hace ya muchos años. Yo creo que si los modernos artilugios de diagnósticos (T.A.C., Resonancia Magnética) fueran más eficientes escudriñadores descubrirían que desde hace tres años es mi corazón entero el que está hipertrofiado, pues cada uno de mis nietos llena por completo la cavidad cardíaca. Y en ella Lola, Pablo y Candela intuyen un personal e intransferible ¡te quiero!

Salvador Egea Solórzano