miércoles, 10 de octubre de 2012

CONVIVENCIA



Ha dejado amargura filtrándose por los entresijos del alma y alcanzando lo más insondable de las entrañas.
“La voz dormida” (1) me ha ensimismado durante unos días, el tiempo que transcurre raudo entre las primeras y últimas páginas del libro. Pero, en lo más recóndito de mí mismo el relato ha afianzado, incisivo, un interrogante: ¿Por qué, en ocasiones, nos empeñamos en hacer tan difícil la convivencia?
Al borde de alcanzar la década de los setenta la vida es ya una estela jalonada de recuerdos, experiencias vividas, que afloran, nebulosas, ante cualquier pretexto. Y pretexto es la coetaneidad, de modo que, yo lector, podría haber sido un personaje anónimo en la narración.
¡Qué difícil es, en ocasiones, la convivencia!, exclamo observando  el retrovisor donde van reflejándose escenas de mi propia existencia.
Aludiendo al profeta Ezequiel, Benedicto XVI, en la Carta Pastoral “Porta Fidei”, afirma que, antes de cambiar las estructuras de nuestra sociedad, hay que transformar los corazones. Desde la fe son palabras de esperanza. ¡Qué desilusión que mensaje así proclamado no halle el eco adecuado en los dirigentes y responsables del derrotero por el que hoy se desliza nuestra sociedad!
“La cuarta parte de los españoles perciben a los políticos como un problema” es el titular de un rotativo (2), basado en el barómetro del CIS, publicado en octubre. En el comentario de agencia no hay atisbo de autocrítica seria y objetiva: “Los populares se remiten a la herencia y los socialistas a las mentiras de Rajoy”.
En toda época y en cualquier ámbito de la sociedad, desde el familiar, pasando por el laboral, político, religioso también, así lo confirma la ambivalente historia de la Iglesia, experimentamos convulsiones que parecen hacer naufragar la nave en la tempestad, impidiendo su pacífica singladura que facilite el destino convenido.
Somos todos, tripulantes y pasajeros, los que hemos de aunar esfuerzos, conjuntar energías, definir rumbo con estrategias consensuadas, conscientes  que en ello nos va la vida, para mantener la nave a flote.
La  ausencia de diálogo, el dogmatismo, las actitudes excluyentes y belicosas son los ingredientes de todo enfrentamiento en cualquiera de los ámbitos citados.
En referencia a la trama de fondo de la novela, todo conflicto armado es incivil, porque es la demostración de la incapacidad humana para orientar los problemas y tensiones por cauces civilizados. Y la más incivil  de todas las guerras es la “guerra civil”, que enarbola banderas, símbolos de pasiones fratricidas.
“La voz dormida” es parte del entramado de la convulsa España durante tres décadas (1930-1960), del siglo XX, desde la óptica de los “perdedores”. Pero, ¿hay, de verdad, vencedores y vencidos? ¿Es posible caer en la simplicidad de clasificar categóricamente a los oponentes en “buenos y malos”?
Transcurridas varias décadas, en pleno s. XXI, y con cierta perspectiva histórica es el momento de sentenciar que cuando el corazón  del hombre no es convenientemente transformado, todos hemos sido “vencidos”, todos somos “perdedores”.
Por ello ansío, como anhela Benedicto XVI, como promete Dios al pueblo (3) que el corazón de piedra trueque por un corazón de carne. Sólo así haremos posible la convivencia.

(1) Dulce Chacón, “La voz dormida”, Santillana Ediciones Generales, S.L., (2002).
(2) Diario de Cádiz, (9 de octubre de 2012).
(3) Ez 11, 19
Salvador Egea Solórzano