martes, 5 de noviembre de 2013

SEGURIDADES. ¿EL CIELO TAMBIÉN SE COMPRA?



Con ocasión del “Día de los difuntos”, 2 de noviembre, algunos medios de comunicación se hicieron eco de la información que estimaba entre 2.500 € y 3000 € el coste de un entierro con un servicio funerario estándar. Hacienda grava estos servicios con el tipo impositivo del 21 %, como si morir fuera un artículo de lujo. El dato me llamó la atención.
Muchas familias españolas, continuaba el reportaje, tienen suscrita póliza de seguro de deceso con alguna de las tres grandes empresas del ramo que se reparten el mercado, al objeto de evitar así una inquietud más en momentos tan dolorosos.
Al hilo de la noticia mi reflexión derivó hacia la gran preocupación que nos embarga por tener “seguridades” en nuestra vida.
Y así, desde el seguro obligatorio del automóvil, pasando por el seguro de la vivienda, seguro médico, el citado seguro de deceso, seguro de vida…, las compañías abren un amplio abanico de ofertas para satisfacer cualquier demanda del cliente.
Recientemente he vuelto a vivir la experiencia de abuelo con un segundo nieto. Es enternecedor observar cómo el bebé recién nacido encuentra en el regazo materno y en los brazos acogedores del padre la cálida seguridad que pareció haber perdido en el primer llanto después del parto.
Puede afirmarse, sin margen de error, que desde que abrimos los ojos a la luz de la vida vamos buscando instintivamente “seguridades”.
En mi dilatada trayectoria profesional he sido testigo reiteradamente del desasosiego manifestado por el párvulo de tres años cuando, alejado de la seguridad materna, se pierde en el mundo desconocido de la escuela.
El adolescente navega en un mar de inseguridades en búsqueda permanente de tierra firme en que asentar sus dudas, desequilibrios e inestabilidades.
En la madurez, conscientes de los riesgos que nos asedian, nos afanamos por tener previsto lo imprevisible, atada y bien atada cualquier contingencia que pueda desestabilizarnos. Aún así ¡tantas incidencias escapan a nuestro control…!
Algunos de nosotros vivimos la llamada “tercera edad” frecuentando los controles médicos, ingiriendo  fármacos que regulen nuestras constantes vitales. No es sino una póstuma búsqueda de seguridad vital.
Parece que nuestra vida se refleja metafóricamente como náufrago en persecución de la tabla de salvación.
Tan asumidas tenemos estas vivencias que no nos resulta extraño extrapolarlas al límite del más allá. Y este es el núcleo de mi reflexión.
¿Podremos asegurar también la “vida eterna”? ¿Necesitamos una cuota mensual, semanal…, tal vez diaria, de buenas acciones, oraciones, donativos… que incrementen el depósito a plazo fijo con el que reivindicar, llegado el momento, nuestro derecho al cielo?
¡Qué mercadeo tan ajeno al espíritu evangélico! ¿Es este el precio de la gracia? (Dietrich Bonhoeffer, “El precio de la gracia”).  ¿El cielo también se compra?
La mentalidad y actitud mercantilistas, tan arraigadas en nuestro “modus vivendi” cotidiano, no se corresponden con la palabra y vida de Jesús de Nazaret.
“Dios hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5, 45). El trabajador llamado por el dueño de la viña a última hora recibió el mismo denario que el que soportó íntegra la jornada (Mt 20, 1-16). “Siervos inútiles somos; hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lc 17, 10). Publicanos y prostitutas nos precederán en el Reino de los Cielos (Mt 21, 31).
¡Son tantas las referencias evangélicas en las que el amor del Padre y la consiguiente participación en el Reino se manifiestan como don gratuito…! El hijo pródigo enmudeció su discurso entre los brazos expectantes y afectuosos del padre (Lc 15, 11-32).
Pablo ha experimentado en sí mismo la gratuidad del amor misericordioso de Dios y, de este modo, elabora su teología de la justificación.
“No hay distinción (…) todos pecaron (…) y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención realizada en Cristo Jesús” (Rom 3, 22-25). “El hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo” (Gal 2, 16).
¡Todo es gracia! Nuestro mercantilismo, nuestras previsiones de seguridad y de conquista del Reino, encallan ante palabras tan categóricas y elocuentes: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo – estáis salvados por pura gracia-; (…) En efecto, por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios” (Ef 2, 4-9).
Respecto al Reino nuestra única compañía aseguradora es el amor infinito del Padre. No hay entidad bancaria, ni gestora de fondos de inversión mobiliarios en las que podamos ir depositando la plusvalía de nuestro caminar en la fe y nuestra solidaridad y servicio al hermano.





Salvador Egea Solórzano