sábado, 31 de diciembre de 2011

EPIFANÍA



             Nuestra  cultura  popular  asocia  ancestralmente  la  festividad  de la Epifanía con los regalos de los Reyes Magos, sabios de Oriente, que, según el texto de Mateo (Mt 2, 1-12), presentaron a Jesús, recién nacido, los dones de los que eran portadores: oro, incienso y mirra.
            Nosotros mismos hemos vivido en nuestra infancia la mágica noche, víspera de la Epifanía, con la ilusionada y expectante ansiedad por comprobar si nuestros fantásticos sueños y nuestros infantiles deseos habían tomado forma, en mayor o menor medida, en el mundo real.
            No existía lógica alguna capaz de quebrar la firme convicción en la frenética actividad de los Magos de Oriente durante tan prodigiosa y fascinante noche.
            Hemos mantenido esta gratificante tradición primero con nuestros hijos y, cuando ya declina la luz sobre nuestro horizonte, con nuestros nietos.  
            Hoy mis reflexiones, sin relegar ni añorar las anteriores consideraciones, asumen otros derroteros más  en consonancia con la raíz etimológica del término.
            La festividad litúrgica de la Epifanía, es conocido, tuvo su origen en el Oriente cristiano. La tradición se remonta al s.III y me resulta significativo, por su contenido, que precediera a la conmemoración de la Navidad, tal como celebramos en Occidente el nacimiento de Jesús.
            La voz griega “epiphaneia” significa “manifestación”. En el Oriente cristiano tres relatos evangélicos se han considerado como acontecimientos salvíficos, cuya celebración conjunta se evoca en esta festividad: Adoración de los Magos, Bautismo de Cristo por Juan y Primer milagro realizado en las Bodas de Caná. Se trata, por tanto, de la “manifestación” de Jesús, Hijo de Dios, al mundo.
            Cuando en los días que preceden a la Epifanía observo el discurrir bullicioso del gentío que abarrota avenidas y centros comerciales me cuestiono si, en un proceso de ida y vuelta, no hemos retornado a la celebración pagana del solsticio de invierno, tal vez velado con la superficial presencia de los misterios evangélicos.
            Transcurrida ya la primera década del s. XXI ¿qué transmite la festividad religiosa de la Epifanía hoy al creyente cristiano? Al reflexionar e intentar dar respuesta coherente al interrogante aflora en mi mente la perícopa de Mateo 25, 31-46 y sobre todo “cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hicisteis” (v.40). Y es que la “manifestación” de Dios encarnado, estoy convencido, se hace hoy presente en los rostros de los preferidos de Jesús y convocados (“venid, benditos…”, v.34) por el Señor de la Historia.
            Son rostros con nombres y apellidos, aunque a veces  lleguen a nosotros solapados en los fríos datos de una estadística.
            “El Pan Nuestro” asociación benéfica que regenta un comedor social en San Fernando – Cádiz -, localidad que no alcanza los cien mil habitantes reparte 5.424 comidas y 611 desayunos al mes. Una obra que se inició hace ya 19 años y que no ha dejado ni un sólo día las puertas cerradas.
            Un informe de “Caritas” estima que en España hay 1.400.000 hogares en los que ningún miembro trabaja y 500.000 han agotado todos los sistemas de ayuda y no tienen ningún tipo de ingreso.
            Si desde nuestro entorno más inmediato dirigimos nuestra atención a la situación global en el mundo resultan dramáticas las incidencias descritas por organizaciones tan consideradas como “Manos Unidas”, “Amnistía Internacional”, “Asociación Española para el Derecho Internacional de los Derechos Humanos” (AEDIDH) y otras similares.
            A punto de concluir estas reflexiones llega a mis manos el “Informe sobre la situación en el CIE (Centro de Internamiento para Extranjeros) de Madrid”, correspondiente al año 2011 y elaborado por la “Fundación  San Juan del Castillo”, Servicio Jesuita a Migrantes. El documento denuncia las irregularidades y el trato vejatorio y denigrante de que son objeto con sorprendente asiduidad los alojados en este Centro. Insinúa, asimismo, que lo descrito en el “Informe” es lamentablemente extensible a otros CIEs del territorio español.
            Los discípulos de Jesús no podemos ignorar tan dramáticas historias personales. No es coherente, para el creyente cristiano, celebrar la Epifanía como conmemoración de la Adoración de los Magos de Oriente, postrados ante Jesús recién nacido, sin considerar y asumir el compromiso derivado de la “Epifanía” de Jesús en todos aquellos hermanos que según Mt 25 son hoy expresión real de Dios encarnado.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

TIEMPO DE ESPERANZA


No comparto, en absoluto, la sensación nostálgica con que algunos familiares, amigos y personas de mi entorno aguardan y celebran las fiestas navideñas. Ni siquiera cuando se arguye el pretexto de la ausencia y recuerdo de seres queridos que el ineludible discurrir del tiempo ha alejado temporal o definitivamente de nuestro lado. Ciertamente la tradición ha impregnado de un carácter familiar y entrañable estas fiestas religiosas, que, en su origen, sacralizaron la celebración del solsticio de invierno, mediante la conmemoración del nacimiento de Jesús en Belén de Judá.
Ya, en nuestros tiempos, la  vorágine consumista ha derivado en la trivialización de la conmemoración religiosa, despojándola del sentido más profundamente cristiano. Es precisamente la pérdida del carácter sacro originario que reduce el misterio  del Dios “que puso su tienda entre nosotros” (Jn 1, 14), a una superficial efemérides de luces, villancicos y grandes superficies saturadas lo que, a mi entender, induce, en gran medida, a la nostalgia  y añoranza.
Quienes son arrastrados por toda esta tramoya o son succionados por la melancólica ausencia de los seres queridos tienen el riesgo de desviar  fácilmente su mirada y atención del núcleo central del misterio de la Navidad.
Recuerdo las celebraciones navideñas de mi infancia, austeras (eran años de postguerra), aunque se permitiera un leve exceso en la mesa familiar y los Magos de Oriente dejaran algún indicio de  su raudo itinerario nocturno. La “Misa del Gallo” era lugar obligado de encuentro.
Sin duda la huella más profunda de esta etapa evolutiva la conservo del periodo que abarca mi adolescencia y primera juventud (dejo al margen de estas consideraciones mi época adulta).
El ambiente en el que desde los doce hasta los veinte años fui creciendo y fue evolucionando mi personalidad forjó en gran medida mi condición creyente.
En el internado y noviciado lasaliano el Adviento y la Navidad eran, no podían ser de otro modo, “tiempos fuertes” del año litúrgico y de la experiencia religiosa.
Desde entonces y hasta hoy, ya sexagenario, el Adviento ha sido periodo de “espera y esperanza” vivido  cristiana e intensamente. El inicio del año litúrgico rememora el ciclo de la vida, el re-nacimiento (Jn 3, 3-7), la posibilidad de escribir una nueva historia, la conversión… como actitud de “espera y esperanza” en la bondad del Padre que nos envía al Hijo, carne de nuestra carne.
El eco de las “antífonas mayores”, en su melódica versión gregoriana, resuena en mis oídos: “O Sapientia, O Adonai (…), O Emmanuel”: clamor de la comunidad cristiana por la ansiada venida del Salvador.
La natividad de Jesús abre a los creyentes el sendero de la reconciliación con el proyecto del Padre. A partir del encuentro de Dios con el hombre en la persona de Jesús de Nazaret nuestra salvación está cerca, el Reino está en medio de nosotros.
Con disposición sencilla y humilde, cual pastores de Belén, nos acercamos, en actitud de adoración, al misterio anunciado por los ángeles. Guiados por la estrella de la fe, nuevos magos de oriente, depositamos ante el recién nacido nuestros dones: disponibilidad, compromiso, solidaridad…
Esta es hoy mi Navidad. Los destellos luminosos, la fanfarria, la algarabía bulliciosa, incluso las presencias añoradas, se manifiestan impotentes para obnubilar lo esencial del misterio que la comunidad  cristiana conmemora. ¡Feliz Navidad!



San Fernando 23 de noviembre de 2011
Salvador Egea Solórzano

martes, 8 de noviembre de 2011

¡REBÉLATE!



Lema de campaña  para las elecciones generales del próximo 20 de noviembre de la coalición “Izquierda Unida”. La sintonía del eslogan con el manifiesto del  “Movimiento 15 Mparece evidente e incluso premeditada, así como la referencia al grito formulado por Stéphane Hessel, autor del libro “¡Indignaos!”. Sin duda alguna para adherirnos al llamamiento a la  rebelión hemos de sentirnos previamente indignados.
       Es obvio afirmar que el desencanto por la situación política, económica y social es la causa y el substrato en el que ha germinado el movimiento de los “indignados”.
       El reciente barómetro de “Commentia” para el “Grupo Joly” en otoño de 2011   facilitaba los siguientes titulares el lunes, día 7 de noviembre:
“Se eleva a un 82 % los andaluces con una visión pesimista de la economía”.
“Un 62,3 % cree que la coyuntura política de la comunidad autónoma es mala”.
“La corrupción política y el enchufismo escalan entre las primeras preocupaciones”.
 Durante días nuestras calles serán invadidas por pósteres con imágenes de los candidatos; las emisoras de radio y las televisiones públicas y privadas nos asaetearán con cuñas electorales; nuestros buzones postales se colmarán saturados de propaganda electoral y sobres con las papeletas de voto de los distintos partidos y coaliciones; centenares de mítines congregarán en espacios con aforos multitudinarios a simpatizantes y afiliados.
Curtido en años, hace ya algún tiempo que toda la parafernalia electoral me parece excesiva y personalmente indiferente. Su influencia en el sentido del voto, en mi caso, es absolutamente nula.
En mi percepción de la realidad y en el afán por transformar el sistema coincido en gran medida con el “Movimiento 15 M y con el análisis que se deriva del sondeo realizado para el “Grupo Joly”. 
Hay algo que me indigna y rebela singularmente. Se trata de la descalificación absoluta del adversario político, la adjudicación emotiva y no racional de etiquetas, la clasificación en “buenos y malos”, sin más criterios axiológicos que la pertenencia al grupo político. Junto a ello la incoherencia entre lo formulado en los “Programas electorales” y la cotidianidad de la gestión pública, así como la incongruencia entre los valores pregonados y el área privada del político en tanto en cuanto involucra y condiciona lo público. Me sublevan igualmente la insidia y la mentira como armas políticas,  quienes dogmatizan como cierto que todos los medios son válidos para conseguir los objetivos propuestos,  la distorsión del sentido del voto cuando es incautado por un grupo en el mercantilismo político, de forma que la voluntad del ciudadano es usurpada por intereses bastardos. El nepotismo y "enchufismo" que convierten el servicio público en una agencia de colocación de afines. La arbitrariedad en la administración de los fondos públicos facilitando y potenciando con ello el clientelismo político.
Esta indignación y rebelión  inducen a la participación activa en la jornada electoral. Como ciudadano comprometido no puedo mantenerme al margen. Anhelo que algún día la ética y la coherencia impregnen toda la actividad política. Con toda seguridad es la fórmula para que la ciudadanía valore la gestión pública y cambie sustancialmente la percepción que el ciudadano tiene de la clase política.


Martes, 8 de noviembre de 2011.
Salvador Egea Solórzano

miércoles, 26 de octubre de 2011

"EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt"


            Entre los regalos que tradicionalmente nos hacemos la familia por Navidad y Reyes recibí de uno de mis hijos el libro: Henri J.M, Nouwen, “El regreso del hijo pródigo. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt”.
            Con sinceridad he de confesar que, en aquel momento y pese a que agradeciera cariñosamente el obsequio, ubiqué el libro en la estantería sin la mínima pretensión de considerar su lectura como una prioridad.
            Hemos leído y oído comentar la parábola en innumerables ocasiones. Conocemos todos sus detalles. Somos capaces de recitarla sin olvidar una secuencia. ¿Algo nuevo podría añadirse después de tantas homilías y estudios exegéticos?
            Numerosos relatos bíblicos y entre ellos, sobre todo, escenas evangélicas han sido inmortalizados en grabados, esculturas e imágenes pictóricas por destacados artistas de todas las épocas. ¿Qué sedujo al autor del libro durante la contemplación del lienzo de Rembrandt en su premeditada visita al museo Hermitage de San Petersburgo? ¿Qué podía desvelarme Henri J.M. Nouwen que no hubiera yo  observado en el estudio de tan importante legado artístico?
            Hace unos días decidí hojear el libro. Me dije: “Ciento cincuenta y siete páginas, impresión muy legible, ¡lo leeré!, ¿por qué no?”
            Acostumbro a  iniciar la lectura de los libros con una ojeada al Índice. Así lo hice y no me sorprendió que el autor estructurase el discurso en tres bloques: “El hijo menor”, “El hijo mayor”, “El Padre”. Son los protagonistas de la parábola. Al menos era mi convicción hasta aquel momento.
            Iniciada la lectura me cautivó rápidamente el estilo autobiográfico con que Henri J.M. Nouwen relata su experiencia y reflexiones.
            Sorprendentemente mi progresiva identificación con el autor hacía que recrease como propio su personal itinerario.
            Mi escepticismo inicial fue desvaneciéndose a medida que avanzaba la lectura.
            Ante “El regreso del hijo pródigo” de Rembrandt, Henri J.M. Nouwen, en sus reflexiones, inauguraba un recorrido que paulatinamente le guiaba a reconocerse en el “hijo menor”, el “hijo mayor”, para finalmente descubrir la imperiosa necesidad de fundirse con el “Padre”.
            Estas consideraciones del autor me desconcertaron originalmente hasta que fui capaz de entender que el auténtico protagonista de la parábola somos cada uno de sus lectores creyentes. Porque, en definitiva, Henri J.M. Nouwen evidencia en el libro que su evolución espiritual, derivada de la contemplación de la obra de Rembrandt, es el proceso que decididamente hemos de recorrer cada uno de los que hemos puesto en Cristo la razón fundamental de nuestra vida.

San Fernando, 26 de octubre de 2011

Salvador Egea Solórzano

martes, 18 de octubre de 2011

PÁJARO CARPINTERO




PÁJARO CARPINTERO

           No es una especie que se prodigue en núcleos urbanos. Pero ahí estaba un tenaz ejemplar de pájaro carpintero percutiendo insistentemente con su pico, horadando frenéticamente el tronco del árbol en el jardín, junto al porche.
          Me llamó la atención lo insólito del suceso y me quedé observando buen rato, procurando no molestar tan ardua tarea con ruidos o movimientos indiscretos.
          A partir de un pequeño resquicio en la corteza, la oquedad fue agrandándose, adquiriendo forma. Ciertamente era admirable tanto el proceso como el resultado que  iba percibiendo de tan constante labor.
          Un leve cambio inconsciente de postura derivado posiblemente del mismo cansancio que yo en aquel momento acumulaba hizo que el ave desapareciera. Abrí los ojos y me encontré en la cama. Eran las cinco y media de la madrugada. Había despertado de un enigmático sueño.
          No suelo recordar al despertar las imágenes oníricas y menos aún soy adicto a indagar posibles interpretaciones. Estoy seguro que cada uno podríamos aportar nuestro análisis. No obstante esta vez tenía tan viva la evocación que no eludí glosarla con mi mujer. Su reacción espontánea discurrió hacia lo jocoso e irónico. ¡Claro, el sueño lo había experimentado yo!
          Cuando posteriormente me dispuse a redactar estas líneas recordé anécdotas de la infancia de mis hijos, que hoy, ya adultos, al comentarlas nos hacen sonreír.
          Era constante mi insistencia en la necesidad del sacrificio, el trabajo personal y  la “fuerza de voluntad”. En el argot familiar esta última expresión pasó a denominar determinados frutos secos a los que éramos muy aficionados y consumíamos con frecuencia.
          He asociado este chascarrillo con el sueño y no dejo de admirar la constancia y el esfuerzo de nuestro “pájaro carpintero”.
          Mis hijos, uno tras otro, hace ya años han volado del nido. Estoy seguro que todos ellos han sabido asumir y enriquecer su personalidad  con los valores de tenacidad y “fuerza de voluntad” del ave del sueño.

San Fernando, 18 de octubre de 2011
Salvador Egea Solórzano


viernes, 14 de octubre de 2011

COMENZAMOS...


COMENZAMOS…

            Septiembre y octubre son todos los años meses de reencuentros. El inicio del curso académico congrega nuevamente a alumnos y profesores en los distintos niveles educativos. La administración pública y la actividad política que en agosto permanecen aletargadas lubrifican sus engranajes y el sistema rueda a pleno rendimiento.
            La vida parroquial parece seguir el ritmo determinado en el ámbito escolar y universitario. Comienzan las catequesis. Niños y adolescentes se acercan semanalmente a la parroquia, terminado el descanso veraniego. Otros varios servicios y actividades que configuran su complejo organigrama van progresivamente activándose en la parroquia “El Buen Pastor” de San Fernando. También las comunidades y grupos de adultos.
            Hoy jueves, 13 de octubre, la comunidad 12 ha reiniciado las reuniones.
            Todos anhelábamos el reencuentro. Como animador del grupo había atendido en días pasados reiteradas manifestaciones que reafirmaban el ansia por comenzar.
            Los primeros saludos, las primeras palabras fueron expresivos y elocuentes. Añorar la presencia de un miembro del grupo que no pudo asistir no fue óbice para que todos saludáramos con satisfacción la reincorporación de Carmen que, después de un año de ausencia por motivos laborales, se reintegraba a la comunidad.
            El verano se había vivido intensamente. Las experiencias personales variadas, densas y de hondas repercusiones vitales merecían ser analizadas detenidamente. Postergamos su comentario para la siguiente reunión. Hoy consideramos que fue suficiente con el sosegado y esperanzador rato de oración que juntos mantuvimos en el acogedor oratorio anexo al templo.

San Fernando, 13 de octubre de 2011.

Salvador Egea Solórzano

miércoles, 12 de octubre de 2011

CRÓNICA DE UN ALDEANO.

CRÓNICA DE UN ALDEANO

            Habituado a trayectos interurbanos breves y rápidos el desplazamiento a  través de la SE-30 entre la sevillana barriada “Cerro del Águila” y el “Parque del Alamillo” me hizo constatar el amplio perímetro de la urbe.
            El amanecer del domingo 9 de octubre presagiaba lo que sería una jornada de inicio del otoño: cielos abiertos y temperatura que iría en aumento sin llegar al agobio del estío.
            No tenía referencia alguna acerca del “Parque del Alamillo”, así que cuando aparcamos los coches y nos fuimos adentrando en el recinto cercado, el largo itinerario hasta el lugar donde dispusimos instalarnos me abrió los ojos a la inmensidad del entorno.
            El Parque se extiende cuarentisiete hectáreas en la zona norte de la Isla de la Cartuja. Es un ámbito natural privilegiado. Inaugurado el 12 de octubre de 1993 cumple, por tanto, hoy dieciocho años. Ha alcanzado la mayoría de edad con una amplia oferta de servicios y actividades que enriquecen su ya de por sí valor inherente.
            El Parque es el hábitat de innumerables especies que configuran una flora y fauna de extraordinario atractivo ecológico.
            Centenares, tal vez miles de familias se congregan y distribuyen agrupadas el fin de semana por el inmenso tapiz, cobijadas a la sombra de chopos, álamos, olmos, encinas, pinos, algarrobos y tantas otras especies arbóreas.
            Hasta allí nos llevó la cita del “Colectivo La Leche” que organizaba a partir de las 13:30 h. la “Fiesta de la Lactancia Materna”.  Como rezaba la invitación la convocatoria era extensiva a “madres, embarazadas, padres, abuelos, profesionales de la salud y cualquier persona interesada por la lactancia materna. Los bebés son bienvenidos”.
            Mi hija Irene tenía la ilusión de que, al menos unas horas, los abuelos Puri y Salvador pudiéramos compartir la “fiesta” con Lolita, nuestra nieta.
            Realmente, al margen de otras consideraciones, fue estimulante conservar en nuestras retinas y oídos las imágenes y balbuceos de Lolita mientras jugueteábamos sobre la tela que, a modo de alfombra protectora, cubría la hierba. 

San Fernando 12 de octubre de 2011
Salvador Egea Solórzano


viernes, 7 de octubre de 2011

¡VIVO SIN VIVIR EN MÍ...!

“VIVO SIN VIVIR EN MÍ…”
(Reflexiones sobre la muerte)

          “Vivo sin vivir en mí…” Cualquier estudiante de literatura española ha leído el poema de Teresa de Ávila y posiblemente ha quedado sorprendido por la paradoja mística “muero porque no muero”.  He recordado infinidad de veces estos versos grabados en la memoria desde que, estudiante de bachillerato, en la lejana adolescencia, me llamaran poderosamente la atención.
          Hoy los he evocado nuevamente cuando me he dispuesto a reflexionar sobre sombras escatológicas que últimamente afloran en mi mente con mayor frecuencia e intensidad: Tal vez haberme aproximado intempestivamente a los umbrales de la muerte en diciembre de 2009, quizás simplemente el rutinario devenir de los días y los años que me impulsan a bordear de manera ineludible ya la década de los 70.
          Mi cotidiano deambular itinerarios indefinidos hizo que me encontrara, hace unas jornadas, cerca del camposanto. La hornacina donde descansan los restos familiares se ubica a escasos metros de la entrada. Me detuve delante de la lápida con la leyenda, expreso deseo materno, “Familia Egea Solórzano”. Siempre me impone la lectura de mis dos apellidos sobre el frío mármol. Interiormente exclamé: ¡Qué pronto nos reencontraremos! No, no era un afectado presentimiento. El cirujano que consumadamente me instaló tres “bypass” pretendió tranquilizar mi angustia y preocupación otorgando a su excelente trabajo quince años de garantía. No era, evidentemente, para tomarlo en serio, pues, de todas formas, estaba fijando ya un plazo terminal. Mi sorda exclamación ante la lápida familiar tampoco expresaba, por supuesto, el deseo inconfeso de abreviar tiempos. Más bien  la sensación de sentirme escalador, próximo a alcanzar la cumbre y con la franquicia para otear desde mirador tan privilegiado el proceso de escalada. ¡Con qué rapidez ha transcurrido todo! ¡Qué vorágine de acontecimientos!
          Desde muy joven y en múltiples ocasiones me he codeado con la experiencia de la muerte: familiares, amigos, personas de relación muy próxima… Recuerdo que mi acercamiento, por vez primera, a un recién fallecido no suscitó en mí estremecimiento, zozobra u opresión. Fue un anciano religioso lasaliano. Junto a él vislumbré la expresión del durmiente. Percibí el silencio, la paz, la serenidad… Idénticas sensaciones me dominaron en situaciones similares, singularmente junto a los cuerpos inertes de mi suegra y mi madre (no pude estar presente en el fallecimiento y sepelio de mi padre).
          Fueron años en los que reflexionar sobre la muerte siempre tenía un sujeto ajeno (¡la presentía, en mi caso, tan lejana!). Si, en ocasiones, reconducía las cavilaciones hacia mí mismo, tal vez por ese apreciado alejamiento, no experimentaba aprensión alguna. Sencillamente me reafirmaba: “¡Algún día llegará!”.
          El presentimiento de lejanía me inducía incluso a la falsa sensación de no tener excesivo apego a la vida. Me confortaban la fe y esperanza cristianas. Evidentemente estos sentimientos no alcanzaban a emular a Teresa de Ávila. En lo que a mí concierne, pienso ahora, pasaba de puntillas sobre la realidad a la que todo ser humano está abocado.
          Hoy el escalador augura tan cercana la cima que tiene que desdecirse de erróneas sensaciones. Ciertamente manifiesto apego a la vida. No, no recibiría a “la hermana muerte” (expresión de Francisco de Asís) con los brazos abiertos.  A lo más, un arisco conformismo ante lo ineludible, aun manteniendo intactas las creencias cristianas. ¡Qué escasa experiencia de fe!, me increpo a mí mismo.
          Aquel aserto, atribuido al poeta cubano José Martí: "Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro" parece que lo he ejercitado cumplida y sobradamente. Por tal motivo, en este contexto, ¿qué espero ya?
          Unos y otros proyectos, deseos e ilusiones se disponen y disputan los lugares afortunados en la relación de “asuntos pendientes”. ¿Son reales o tal vez  encubierta justificación  que, pretendidamente, excusan mi rechazo a la muerte?
          En esta encrucijada me encuentro: por una parte esos lazos familiares, afectivos que me aferran,  esas apetencias de propósitos y aspiraciones que me afianzan y retienen; por otra la sensación de obra cumplida…
          En la coyuntura me pregunto: ¿es legítima y ética la autocomplacencia en estas elucubraciones? Cuando, sin necesidad de atisbar horizontes lejanos, basta abrir con  algo de sensibilidad los ojos y dirigir la mirada a nuestro ámbito más próximo observando tantas experiencias límites ¿qué sentido tiene la desmesurada preocupación por la propia muerte?
Quiero responderme a mí mismo que sigo estando, como nunca he dejado de estar, en las manos del Padre y que esta etapa que resta como escalador para alcanzar la cima sólo obtendrá sentido y plenitud si en lugar de considerar tan exhaustivamente mi personal proceso de escalada dedico tiempo y esfuerzo extendiendo el brazo a todo compañero de aventura y de cordada.

San Fernando 27 de septiembre de 2011
Salvador Egea Solórzano

¡ABUELO!

¡ABUELO!
(a Lolita, a todos los abuelos)

          El 24 de febrero pasado nació Lolita. Alguien captó la imagen en que, por primera vez, acogía entre los brazos a mi nieta. Hoy, como tantas veces, dirijo mis ojos hacia la foto enmarcada, obsequio en mi reciente cumpleaños.
          Evoco aquel instante. Rememoro emociones, sentimientos… ¡Abuelo!
         ¡Qué lejanos ya los días en que había vivido la propia e inefable experiencia de paternidad!
          Tuve la convicción que, de alguna forma, mi vida tenía continuidad, me reencontraba, me reconocía, no precisamente en los rasgos físicos, en mi nieta recién nacida. Los que me rodeaban comentaban posteriormente el indefinido tiempo que mantuve mi mirada, mi atención, todas mis facultades, pendientes, dirigidas hacia Lolita.
          Tal vez sea la perspectiva de los años, las experiencias acumuladas desde tan diversos ámbitos, pero recuerdo sensaciones que afloraron entonces y de las que no soy consciente tuviera en los momentos de la paternidad.  ¡Qué extrema fragilidad entre mis brazos! ¡Qué absoluta dependencia! ¡Qué lazos tan sutiles, pero, al mismo tiempo, tan potentes, tan resistentes a cualquier contingencia vinculaban la recién nacida con los padres, pero también con cuantos adultos la acogimos expectantes y con cariño!
          Si Jesús de Nazaret atrajo hacia sí a los niños, apeló a nuestra transformación y regeneración mostrándonoslos como paradigma e instó a sus discípulos que dirigieran sus plegarias diciendo: “Padre nuestro…”, es, sin duda alguna, porque en la fragilidad y dependencia del niño descubrió encarnada nuestra indigencia y nuestra relación filial con el Padre.
          Estas reflexiones reactivaron e hicieron que reasumiese con mayor intensidad la sensación de sentirme desvalido y con la ineludible necesidad de dirigir mis ojos y elevar mis brazos al Padre.
          Por ello el nacimiento de mi nieta lo viví como experiencia de oración, no sólo de agradecimiento por el nuevo vástago en la familia, sino también porque fue ocasión de reconocer la presencia del Padre en nuestras vidas.

Salvador Egea Solórzano