sábado, 7 de diciembre de 2013

TÚ Y YO SOMOS DOCE

Son recuerdos permanentes, huellas indelebles, ¿cómo puede esfumarse la memoria del primer encuentro, de aquellos momentos en los que juntos fuimos tejiendo el proyecto del que hoy, con la mirada retrospectiva, nos sentimos legítima y honradamente satisfechos?
El destino, el azar, nosotros siempre hemos entendido que la mano providente del Padre, fue determinando el camino hacia la ocasión del acercamiento.
Seguimos convencidos de que nuestras vidas, errantes hasta entonces, estaban convocadas hacia una fructífera confluencia.
Nuestro proyecto, como todo diseño juvenil, se fraguó pletórico de ilusiones y sueños: Tú y yo, dos vidas que decidimos iniciar la aventura...
“Los sueños, sueños son”, sentencia nuestro clásico Calderón por boca de Segismundo.
En nuestro caso, los sueños se han visto superados por la realidad, como si al despertar y abrir los ojos cada mañana fuéramos descubriendo el regalo diario del amanecer, de los hijos que, sin darnos cuenta, o tal vez sí, se han hecho hombres, de las respectivas parejas que han enriquecido la familia, de los nietos que hoy colman nuestro renqueante corazón de felicidad.
Y muy pronto, sólo dentro de unos días, Candela. Ambos la esperamos como Navidad que adelanta unas horas. Pues, nacida del amor, es también, de alguna forma, imagen del Amor que ha estado siempre presente en nuestras vidas.
¿Quién nos lo iba a decir hace treinta y siete años, cuando en la Nochebuena de 1976 nos comprometimos ante el altar, testigo de tantos eventos familiares posteriores, a caminar juntos de por vida?
“Ciencia exacta” es la expresión con que se alude a las Matemáticas, dada la indefectible seguridad que determinan sus postulados y axiomas lógicos.
Pero al contemplar todo el proceso que nos ha traído al momento presente hoy quiero reconocer que “las cuentas no me cuadran”.
He aprendido con los años que, en determinadas circunstancias, debo prescindir de la lógica.
¿No hay un pequeño resquicio que permita, por una sola vez al menos, violar la pétrea estructura del razonamiento matemático? ¿Todo en la vida es silogismo deductivo?
¡No!, a mí hoy  no me “salen las cuentas”.
Con el aplomo que permite y facilita nuestra propia experiencia y sin ánimo de irritar a los académicos matemáticos, afirmo rotundo: ¡Puri, tú y yo somos doce!


Salvador Egea Solórzano

domingo, 17 de noviembre de 2013

¡YA ERA HORA!

¡Ya era hora! Últimamente mis hijos aguardan, ignoro si con ansiada expectación o cierta dosis de frivolidad cariñosa, mi comentario sobre cualquier evento familiar. El inicio del otoño ha sido prolijo en este tipo de acontecimientos. Uno de ellos, la boda de mi hija Irene y Manuel.
Yo me voy a permitir también una cuota de ligereza en esta glosa dejando a la sabia interpretación del lector el significado de la exclamación con que encabezo el artículo. ¿Ya era hora que escribiera el comentario o que mi hija pasase por la vicaría?
Doy algunas pistas. Manuel y mi hija contrajeron matrimonio canónico el pasado 19 de octubre en la parroquia de “El  Buen Pastor” de San Fernando. Ha transcurrido un mes desde tan feliz y emotiva celebración presidida por mi hijo Paco, recién ordenado presbítero.
Ni mi bolígrafo se había quedado sin tinta, ni el ordenador había sido infectado por algún virus pernicioso que afectara a su sistema operativo. Mi blog (http://salvadoregea.blogspot.com.es/) siguió activo, admitiendo entradas.
¡Qué de tiempo he tardado en decidirme a escribir sobre la boda de Irene y Manuel! ¡Ya era hora!
Por otra parte, Irene y Manuel llevan conviviendo alrededor de un lustro. Han sido pioneros en hacerme abuelo. Mi adorada nieta Lola cumplirá muy pronto tres años. Próximamente ambos pondrán nuevamente en mis brazos el fruto de su entrega y cariño recíprocos: mi nieta Candela.
Tengo que dejar bien claro en este momento que desde que Irene y Manuel confirmaron mutuamente su propósito de proyecto común de vida, a partir de entonces, constituyeron tanto para mi mujer como para mi, un matrimonio en el que Dios ha estado presente. Esto no fue un simple e ingenuo anhelo, sino una realidad consumada.
Manuel comenzó a formar parte de nuestra familia. Yerno es el término del que la R.A.E. se sirve en su diccionario para definir la relación, aunque nosotros apreciamos más, en estos casos, los tan significativos y expresivos hijo e hija.
Pues bien, el enlace matrimonial ha tardado cinco años en ratificarse. ¡Ya era hora!
Como padrino viví intensamente la celebración religiosa, consciente de la importante función de testigo privilegiado del sacramento que unía indisolublemente a los contrayentes ante Dios y la Iglesia. Unión de la que mi nieta Lola era ya presencia viva y gratificante.
Mi nieta, muy despierta, suele afirmar que ella también se casó el 19 de octubre. Tal vez sea porque, en algún instante, se sintió protagonista portando las alianzas y las arras…, o quizás porque, como su madre, se recreó vestida de “princesa”.
En una celebración tan familiar, en el pleno sentido de la palabra, pues, como quedó escrito, estuvo presidida por el hermano de la novia, hay momentos reservados para la oración espontánea y la expresión libre de sentimientos.
Transcribo dos párrafos del sentido y emotivo texto que Irene leyó al final de la celebración.
El primero termina con una lacónica respuesta de Manuel que especialmente me cautivó y que yo hubiera suscrito en mi juventud en circunstancia análoga. También en algún momento de la relación previa al matrimonio se me sugirió que aparcáramos durante cierto tiempo nuestro proyecto. Mi suegra se encontraba en situación de extrema dependencia y mi mujer consideraba que no era oportuno seguir adelante.
He aquí el párrafo, leído por Irene: “Aquel verano que comenzamos, yo tenía un lío muy grande en mi interior. El iba y venía y me rondaba como envuelve el aire de Sevilla, cálido y más tranquilo. Yo que por aquel entonces ya me encontraba agustísimo con él, le respondí un día como el viento de levante gaditano:
- Vamos a cortar aquí. Que sepas que yo estoy muy “liá”, y que esto a lo mejor sólo dura dos días.
 Él me contestó muy tranquilo:
- Quiero esos dos días.”
Confieso que escuchar, por primera vez, la reacción de Manuel me impactó y emocionó, pues no pudo condensar más brevemente los sentimientos de cariño y entrega absoluta hacia mi hija. Lo viene confirmando tantas veces y de mil formas diferentes, pasados esos dos días…
Luego, como narra mi hija, vino lo del infarto. Pero eso ya es continuación de la historia que dejo en sus manos, aún a riesgo de alargar estas líneas.

“Al poco, mi padre se puso muy malito. Varias anginas de pecho una detrás de otra que terminaron con tres by-pass en el Puerta del Mar. Mi padre, siempre que se pone malo, malo de verdad, lo hace en Navidades (esta era la tercera ocasión). Yo estaba muy triste, preocupada, nerviosa... ¿Os acordáis aquel invierno en que se desbordó el Guadalete de 
lo que llovía y llovía? Pues Manolo se hacía casi a diario Sevilla-Cádiz, Cádiz-Sevilla y trabajando al día siguiente sólo por acompañarme.
Llegó el día de la operación de mi padre. Entrando a quirófano, otra angina de pecho. No es lo que los cirujanos desean. Está la cosa chunga. Por fin termina la operación. Ha salido bien. Yo cruzo la Avenida y corro a la playa. No quería que mi madre me viera llorar. Manolo me persigue (como siempre, esta vez por detrás) y yo me echo a llorar en sus brazos y entonces me pongo a hablar como un "sacamuelas" que es lo que hago cuando estoy muy nerviosa. "Y esto y lo otro... y ahora vienen la Navidades... y yo sé lo importante que es para ti tu familia... y que Mónica esté acompañada en estas fechas...Y tu ahora vete... que allí también haces falta y bla bla bla"
Él me cogió la mano, me la apretó fuerte y me dijo: "Irene, no te hagas más líos. Yo estaré donde tenga que estar... Y donde tengo que estar es contigo".
Y así seguimos, juntos, cogidos de la mano. Con la certeza de que siempre va a ser así”.
Mi reseña o comentario debería terminar aquí. Quedarnos con el lento rumiar las palabras de mi hija. ¡Es tanto lo que expresan también entre líneas…!
“La certeza de que siempre va a ser así”  es la disposición firme a no poner límites de ningún tipo, conscientes de que caminar juntos, “cogidos de la mano”  es la única forma de superar dificultades y desencuentros.
Yo también tengo “la certeza” que día a día, Irene y Manuel, sabréis vivir y  transmitir a mis nietas todo aquello con lo que “juntos”, mi mujer y yo, hemos intentando colmar nuestras vidas.


Salvador Egea Solórzano

martes, 5 de noviembre de 2013

SEGURIDADES. ¿EL CIELO TAMBIÉN SE COMPRA?



Con ocasión del “Día de los difuntos”, 2 de noviembre, algunos medios de comunicación se hicieron eco de la información que estimaba entre 2.500 € y 3000 € el coste de un entierro con un servicio funerario estándar. Hacienda grava estos servicios con el tipo impositivo del 21 %, como si morir fuera un artículo de lujo. El dato me llamó la atención.
Muchas familias españolas, continuaba el reportaje, tienen suscrita póliza de seguro de deceso con alguna de las tres grandes empresas del ramo que se reparten el mercado, al objeto de evitar así una inquietud más en momentos tan dolorosos.
Al hilo de la noticia mi reflexión derivó hacia la gran preocupación que nos embarga por tener “seguridades” en nuestra vida.
Y así, desde el seguro obligatorio del automóvil, pasando por el seguro de la vivienda, seguro médico, el citado seguro de deceso, seguro de vida…, las compañías abren un amplio abanico de ofertas para satisfacer cualquier demanda del cliente.
Recientemente he vuelto a vivir la experiencia de abuelo con un segundo nieto. Es enternecedor observar cómo el bebé recién nacido encuentra en el regazo materno y en los brazos acogedores del padre la cálida seguridad que pareció haber perdido en el primer llanto después del parto.
Puede afirmarse, sin margen de error, que desde que abrimos los ojos a la luz de la vida vamos buscando instintivamente “seguridades”.
En mi dilatada trayectoria profesional he sido testigo reiteradamente del desasosiego manifestado por el párvulo de tres años cuando, alejado de la seguridad materna, se pierde en el mundo desconocido de la escuela.
El adolescente navega en un mar de inseguridades en búsqueda permanente de tierra firme en que asentar sus dudas, desequilibrios e inestabilidades.
En la madurez, conscientes de los riesgos que nos asedian, nos afanamos por tener previsto lo imprevisible, atada y bien atada cualquier contingencia que pueda desestabilizarnos. Aún así ¡tantas incidencias escapan a nuestro control…!
Algunos de nosotros vivimos la llamada “tercera edad” frecuentando los controles médicos, ingiriendo  fármacos que regulen nuestras constantes vitales. No es sino una póstuma búsqueda de seguridad vital.
Parece que nuestra vida se refleja metafóricamente como náufrago en persecución de la tabla de salvación.
Tan asumidas tenemos estas vivencias que no nos resulta extraño extrapolarlas al límite del más allá. Y este es el núcleo de mi reflexión.
¿Podremos asegurar también la “vida eterna”? ¿Necesitamos una cuota mensual, semanal…, tal vez diaria, de buenas acciones, oraciones, donativos… que incrementen el depósito a plazo fijo con el que reivindicar, llegado el momento, nuestro derecho al cielo?
¡Qué mercadeo tan ajeno al espíritu evangélico! ¿Es este el precio de la gracia? (Dietrich Bonhoeffer, “El precio de la gracia”).  ¿El cielo también se compra?
La mentalidad y actitud mercantilistas, tan arraigadas en nuestro “modus vivendi” cotidiano, no se corresponden con la palabra y vida de Jesús de Nazaret.
“Dios hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5, 45). El trabajador llamado por el dueño de la viña a última hora recibió el mismo denario que el que soportó íntegra la jornada (Mt 20, 1-16). “Siervos inútiles somos; hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lc 17, 10). Publicanos y prostitutas nos precederán en el Reino de los Cielos (Mt 21, 31).
¡Son tantas las referencias evangélicas en las que el amor del Padre y la consiguiente participación en el Reino se manifiestan como don gratuito…! El hijo pródigo enmudeció su discurso entre los brazos expectantes y afectuosos del padre (Lc 15, 11-32).
Pablo ha experimentado en sí mismo la gratuidad del amor misericordioso de Dios y, de este modo, elabora su teología de la justificación.
“No hay distinción (…) todos pecaron (…) y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención realizada en Cristo Jesús” (Rom 3, 22-25). “El hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo” (Gal 2, 16).
¡Todo es gracia! Nuestro mercantilismo, nuestras previsiones de seguridad y de conquista del Reino, encallan ante palabras tan categóricas y elocuentes: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo – estáis salvados por pura gracia-; (…) En efecto, por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios” (Ef 2, 4-9).
Respecto al Reino nuestra única compañía aseguradora es el amor infinito del Padre. No hay entidad bancaria, ni gestora de fondos de inversión mobiliarios en las que podamos ir depositando la plusvalía de nuestro caminar en la fe y nuestra solidaridad y servicio al hermano.





Salvador Egea Solórzano

sábado, 12 de octubre de 2013

ACOGIDA Y AGRADECIMIENTO

“Virgen del Camino – San Andrés” son los titulares de la parroquia malagueña enclavada en la confluencia de  las barriadas “Dos Hermanas”, “El Torcal” y “San Andrés” que la circundan y abrazan.
Con esta última expresión no aludo simplemente a su localización geográfica, sino, alegóricamente, sobre todo a la reacción cariñosa que los asiduos parroquianos manifiestan y he tenido ocasión de constatar, ante eventos singulares o en el devenir ordinario de la vida cotidiana.
La parroquia no es ajena a las necesidades de estas sencillas familias que componen la comunidad parroquial, pero, en justa correspondencia, estos hombres y mujeres, de cualquier edad, consideran algo propio, muy suyo,  lo que a “Virgen del Camino – San Andrés” se refiere.
Es una parroquia viva, dinámica, como todas las que he tenido ocasión de conocer regidas por la “Congregación religiosa de los Sagrados Corazones”.
En este marco acogedor celebró el pasado domingo, 6 de octubre, la primera Eucaristía en Málaga, mi hijo Paco, recién ordenado presbítero en Sevilla la semana anterior. De la ordenación dejé constancia en mi última entrada del blog.
Lo que trato de expresar en estas líneas no conforma una crónica, es la exteriorización de una intensa experiencia vivida las horas que conviví con los parroquianos.
Por un momento medité titular “Abrumado” este relato. Pero soy consciente de que ello supondría asumir un protagonismo que en modo alguno me corresponde. No obstante el término refleja adecuadamente los sentimientos que me embargaban.
Mi mujer y yo fuimos recibidos calurosamente por la comunidad parroquial como si se tratara de miembros permanentes de una familia que no entiende de discriminación y que abre espontáneamente sus brazos de acogida.
Este ambiente familiar fue resaltado por mi hijo en la breve alocución al comienzo de la Eucaristía.
Ya  en Sevilla, después de la ordenación de mi hijo, fueron numerosas las felicitaciones y enhorabuenas recibidas precisamente de feligreses de la parroquia malagueña desplazados desde la capital costasoleña.
Pero ha sido aquí, en Málaga, donde he podido estimar con nitidez el aprecio o cariño que la comunidad parroquial dispensa a mi hijo.
Nada puede colmar de mayor satisfacción a unos padres que contemplar estas afectuosas manifestaciones.
Por eso en el momento de la acción de gracias, después de haber recibido en la comunión el Cuerpo del Señor y ante la invitación formulada a la asamblea me atreví a expresar públicamente mi agradecimiento.
Agradecimiento al Padre porque nos ha dirigido su mirada benevolente y ha nominado a nuestro hijo Paco para ser pastor de una porción del rebaño, la Iglesia.
Agradecimiento también a toda la asamblea por tan cálida acogida, no ya a nosotros, sino a nuestro hijo durante el periodo que lleva ejerciendo su ministerio como lector y acólito, como diácono y ya como presbítero al servicio de la comunidad parroquial.
El Espíritu hará que el neopresbítero, nuestro hijo, sepa responder con generosidad, absoluta dedicación y autenticidad a tantas expectativas y tantos afectos por parte de la comunidad que lo ha recibido como regalo del Padre.



Salvador Egea Solórzano

Ordenación Sacerdotal Paco Egea SSCC 1: http://www.youtube.com/watch?v=iqgWbyIqvnM
Ordenación Sacerdotal Paco Egea SSCC 2: http://www.youtube.com/watch?v=y3Lq-lbNe1U
Primeras pinceladas de las ordenaciones: http://www.sscc.es/ampliar_noticia.php?id=970
“Olor a ovejas”. En torno a la ordenación presbiteral de mi hijo Paco: http://salvadoregea.blogspot.com.es/2013/09/olor-ovejas.html
Una primera Eucaristía que desprende amor del Padre. (Crónica "Virgen del Camino-San Andrés", Málaga):
http://www.pjvsscc.com/BlogEntrada.aspx?I=125&T=Una-primera-eucarist%C3%ADa-que-desprende-amor-del-Padre&utm_source=dlvr.it&utm_medium=facebook

domingo, 29 de septiembre de 2013

"OLOR A OVEJAS"

"En torno a la ordenación presbiteral de mi hijo Paco"

A los que efusivamente le felicitaban, sobre todo jóvenes, a quienes mi hijo Paco acompaña en el proceso de maduración de la fe y que con insistencia se dirigían a él: “Paco, hoy es tu día”, mi hijo les remitía al único protagonista: el Padre que regala la gracia de la vocación.
El pasado 28 de septiembre en Sevilla, Parroquia “Sagrados Corazones”, mi hijo recibió la ordenación presbiteral, mediante la imposición de manos, de don Santiago Gómez Sierra, obispo auxiliar de la archidiócesis hispalense.
Aun con la salvedad con que he iniciado estas líneas, me atrevo a declarar que, si  ha habido un instante en el que, como padre, me he sentido, en cierto modo protagonista, durante la ordenación presbiteral de mi hijo ha sido en la presentación de la patena y el cáliz. Y ello no porque en la ritual procesión hacia el altar pudiera concentrar la atención de los participantes en la celebración, sino por el significado que el gesto litúrgico adquiría en aquel momento para mí.
Ofrecer la patena y el cáliz es poner en manos del neopresbítero los objetos sagrados en los que se hacen presentes el Cuerpo y Sangre del Señor.
Dos reflexiones afloraron a mi mente en tan breve recorrido.
Mi hijo Paco, por primera vez, evocaría sobre el Pan y el Vino el memorial de la Cena del Señor: “Este es mi Cuerpo (…), esta es mi Sangre…”, pero ello implica el compromiso firme de servicio a los hermanos: “Tomad aquello que sois, Cuerpo de Cristo; sed aquello que tomáis, Cuerpo de Cristo (San Agustín).
¡Qué enorme responsabilidad! Por eso he rezado mucho, he rogado al Padre que otorgue fortaleza a mi hijo para que no le defraude nunca, como tampoco a aquellos a quienes, como presbítero, ha de atender y servir.
“Sed aquello que tomáis” es despojarse de uno mismo, a imitación de Aquel que tomó la condición de esclavo (Filp 2, 6-7) y hacerse uno, con quienes está llamado a ser servidor. En palabras del Papa Francisco, tan reiteradamente comentadas, “ir a las periferias existenciales”.
“Sed aquello que tomáis” es revelarse tan diáfano y transparente que cuando enfocamos la mirada hacia el presbítero hallamos la imagen de Cristo.
“Sed aquello que tomáis” es asumir plenamente el testimonio de Pablo: “Vosotros sois el Cuerpo de Cristo” (1Cor 12, 27) y, por consiguiente, descubrir en cada hermano el Cristo de la fe: “lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).
“Sed aquello que tomáis” es adentrarse como pastor en medio del rebaño, acogiendo con pasión afectuosa cada una de las ovejas del redil. “Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15-19) es la cita elegida en la invitación a la ordenación sacerdotal, perteneciente al evangelio leído durante la celebración. “Olor a ovejas”, reclama el Papa Francisco de todos los pastores y ha recordado mi hijo en las palabras de agradecimiento al finalizar la Eucaristía.
Fortaleza, servicio, transparencia, coherencia, actitud que evite la distorsión entre la Palabra proclamada,  Cuerpo y Sangre en la Eucaristía, y la Palabra vivida.
La segunda reflexión expresa, de algún modo, los sentimientos que me embargaban en aquellos momentos.
La única ofrenda es el Hijo que el Padre ha entregado por nuestra salvación.
Pero en lo más profundo de mi desgastado corazón yo tenía la sensación paternal de que lo que presentaba, aquello de lo que me desprendía, alegóricamente, como Abrahán (Gen 22, 1-19) y ponía en las manos del Padre era mi propio hijo Paco.
No quiero ser presuntuoso al evocar la figura del Padre de los creyentes. La fe de Abrahán es un estímulo y una meta de la que me considero muy alejado.
Sin embargo durante aquellos pasos que me acercaban al altar tuve ocasión de rememorar, como  un destello instantáneo, todas las experiencias vividas, años y años: infancia, adolescencia, juventud, madurez, de una relación única y entrañable paternofilial.
Y yo deducía, invocando mis propias vivencias, cómo el Señor va guiando nuestros pasos, abriendo caminos, cuando, a veces, nos perdemos en la oscuridad y parece que ha desaparecido el horizonte.
Sé que la consagración sacerdotal y absoluta entrega al ministerio nunca cercenan disponibilidades y afectos enraizados en el ámbito familiar, aunque siempre podamos sentir la lejanía física; al contrario, ensanchan el corazón, multiplican la ternura y el cariño, de modo que en el reparto, todos saciados, llegamos a recoger “doce cestos llenos de sobras” (Mt 14, 20).
Doy gracias a Dios en mi nombre, en el de mi mujer y resto de la familia porque el Señor ha dirigido su mirada y sorprendente y gratuitamente ha posado sus ojos sobre mi hijo. ¡Que, en todo momento, el mismo Espíritu del Señor que vino sobre David (1Sam 16, 13) esté sobre mi hijo Paco desde “aquel día en adelante”!

Salvador Egea Solórzano

domingo, 15 de septiembre de 2013

VUELAN

Vuelan las horas, vuelan los días…, los acontecimientos se precipitan en vorágine permanente. Lo dejó sentenciado el poeta: “Nuestras vidas son los ríos…” Así han ido cayendo las hojas del calendario durante este verano que termina, preludio e imagen de un otoño en el que se desnudan las higueras de mi pequeña parcela.
En la antesala del estío, el 19 de junio, me adentré en la década de los 70. Recordé la sapiencia del salmista: “Aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan” (s. 90,10).
Sentado, cobijado en el porche, percibiendo la atmósfera relajante del atardecer, cuando la calima cede paso al crepúsculo, presidido por la luna, los sentidos se abren a múltiples sensaciones: el olor del césped recién cortado y regado, el silencio envolvente, interrumpido, a veces, por el chirrido del grillo que pretende atraer a sus hembras, los pálidos colores de la anochecida…
Y la imaginación vuela y la mente elabora sueños y el corazón palpita al ritmo de mil y una nostalgias…
Las fuerzas ya me abandonaron hace unos años cuando el chasquido fustigante del infarto me acercó al umbral de lo desconocido y me abrió los ojos a la relatividad de tantos absolutos con los que he ido jalonando los años.
Atrás ha quedado aquel primer periodo de jubilación en el que, novato jardinero y hortelano, cosechaba ilusionado, en estos días, el fruto del trabajo realizado.
Debilitada la fuerza física, la lectura ha sido mi refugio. Ha absorbido largas horas estivales y así por mis manos han pasado estos meses páginas y páginas casi monotemáticas:
Bonhoeffer, Dietrich, “El precio de la gracia. El seguimiento”
Castillo, J.M., “La humanización de Dios. Ensayo de Cristología. 2010”
Etxebarría, Lucía, “Lo verdadero es un momento de lo falso”
Francisco. Papa, “Lumen fidei”
González, Félix, “Jesús su vida oculta”
Küng, Hans, “Verdad controvertida. Memorias”
Picaza, Xabier. “Hijo de hombre. Historia de Jesús Galileo”
Leer me recuerda al caminante que ambiciona el horizonte que nunca alcanza por sus pies. Y así, este verano, un libro me ha llevado a otro y este a otro: Picaza, Bonhoeffer, Küng… y finalmente J.M. Castillo.
Es sorprendente que cuando he considerado haber recorrido el trayecto que colma mi ansia de conocimiento sobre un tema determinado, se amplía la perspectiva descubriendo nuevos horizontes, nuevos interrogantes, nuevas posibilidades y respuestas.
Bonhoeffer interpeló reiteradamente mi fe cristiana. He seleccionado dos citas:
“Sólo puede buscar a Dios quien ya le conoce." (p.133)
“Asemejarse a la forma de Jesucristo no es un ideal que se nos haya encomendado, consistente en conseguir cualquier parecido con Cristo. No somos nosotros quienes nos convertimos en imágenes; es la imagen de Dios, la persona misma de Cristo, la que quiere configurarse en nosotros (GaI 4,19). Es su propia forma la que quiere hacer brotar en nosotros. (…) Ahora quien atenta contra el hombre más pequeño atenta contra Cristo, que ha tomado una forma humana y ha restaurado en él la imagen de Dios”. (p.232)

J.M. Castillo ilustró la óptica desde la que había de iniciar el recorrido de la Cristología, al abogar por una Cristología “ascendente”, desde el hombre Jesús, en contraste con la Cristología “descendente”, tradicional, que toma como punto de partida la encarnación del Hijo de Dios.
Quiero destacar el resumen conclusivo del capítulo 2:
“Se puede decir que mientras la cristología no tenga la libertad y el coraje de afrontar seriamente los tres presupuestos que, durante siglos, se han dado por asuntos resueltos, no saldrá del callejón sin salida en que está metida. Quiero decir: si seguimos dando por supuesto que nosotros sabemos quién es Dios y, a partir de eso, pretendemos saber quién es Jesús, por ese camino nunca sabremos ni quién es Dios, ni quién es Jesús. Por otra parte, si damos por supuesto que Jesús es el único Salvador y, por tanto, el único camino de salvación, tampoco por ese camino podremos ponernos a dialogar en serio con los hombres y mujeres que tienen otras creencias religiosas. Finalmente, si damos por supuesto que, para salvarnos y acercarnos a Dios, el mismo Dios quiso y necesitó el sufrimiento y la muerte de Jesús, no nos será posible hablar en serio y cara a cara del Dios que quiere que seamos felices, que gocemos de todo lo bello y bueno que hay en la vida. (p. 73)
Muy ilustrativo es asimismo el párrafo que cito:
Hemos montado un cristianismo en el que ya no es Jesús el que nos dice cómo es la religión, sino que es la religión la que nos dice cómo es Jesús. Y entonces, lo que ha ocurrido es que la religión de toda la vida es el filtro, la rejilla hermenéutica, que nos interpreta a Jesús y que nos explica cómo hemos de entender a Jesús. De lo cual ha resultado que la religión ha deformado a Jesús. Y lo ha deformado hasta el extremo de que nos ha incapacitado para entender a Jesús, su persona, su vida y su mensaje. Un Jesús filtrado por la religión es un Jesús que pierde su originalidad, su significado y sobre todo sus exigencias. (p. 278)
Esta pasión por la lectura no ha impedido verme y considerarme afectado y sensibilizado por sucesivos acontecimientos familiares: la enfermedad de mi cuñado y la prolongada estancia hospitalaria de mi sobrina nieta, los intensos momentos en los que apreciaba la cercanía de mi nieta Lola, mientras veíamos en la tablet, una y otra vez, las aventuras de “la abeja Maya” o competíamos en alocadas carreras por el pasillo al grito imperativo de: ¡Preparado, listo, ya! He disfrutado con mis hijos sus breves días de descanso veraniego. He esperado ansioso e ilusionado el nacimiento de mi nieto Pablo y la boda de mi hija Irene, la ordenación presbiteral de mi hijo Paco…
La vida es un enmarañado acontecer de sucesos, a veces gratificantes, en ocasiones dolorosos y lamentablemente penosos. Junto a la incorporación como funcionario al ayuntamiento de Madrid de mi hijo Luis, he tenido que deplorar la reciente anexión de mi hijo Salvador al largo y deprimente listado de solicitantes de empleo en el INEM.
Me he excedido en el relato de mis vivencias, lecturas y reflexiones y vuelvo al comienzo de estas líneas con la cita del salmo 90: “Mil años en tu presencia son un ayer que pasó; una vela nocturna” (s. 90,4).
Las palabras del apóstol Pedro (2 Pe 3,8) reafirman la relatividad de tantos afanes y obsesiones que se incrustan en nuestro cotidiano devenir: “Mas no olvidéis una cosa, queridos míos, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día”.
Bellamente expresó Joan Manuel Serrat la leyenda del caminante en “Cantares”:
 “Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos.
caminos sobre la mar” (…).


Salvador Egea Solórzano



domingo, 1 de septiembre de 2013

PABLO



 
Plácidamente duerme en el moisés, dispuesto con diligencia y mimo por sus primerizos mamá y papá, Cristina y Luis. Saciado después de ser amamantado en una efusiva imagen en la que hijo y madre se funden en una  alegoría inefable, única.
Hoy, treinta y uno de agosto, día en el que redacto estas líneas, no ha cumplido aún una semana. Han pasado tan sólo cuatro jornadas desde que Pablo, mi nieto, expresó con el primer llanto su amanecer entre nosotros.
Sentado, muy cercano al moisés, como en un palco privilegiado, transcurre el tiempo, fijos mis ojos, pendiente mi mirada de su sueño reconfortante. En algún momento, durante segundos, agita instintivamente los brazos queriendo reafirmar su presencia. “Estoy aquí”, le digo mudamente, acercando mi dedo meñique al que se aferra buscando seguridad y protección.
Mientras contemplo absorto la fragilidad de Pablo mi mente bulle de recuerdo en recuerdo, de proyecto en proyecto, de deseo en deseo, como queriendo atrapar el tiempo y configurarlo a mi medida, a mi ansia de vivir  y no perderme nunca nada, ningún instante, ningún hito de la historia incipiente de mi nieto.
Su nacimiento no tuvo en cuenta las necias previsiones. Cambié con urgencia los billetes del “Alvia”. La “alta velocidad” parecía lentísima para acercar Cádiz a Madrid. Imposible que los kilómetros se redujeran a metros, tal vez a decámetros… Lo esperaba y paradójicamente fue Pablo quien me estaba esperando en el regazo materno.
Seguro que mi presencia de hoy jamás se difuminará perdida en los recodos del espacio y el tiempo. El afecto no queda limitado por  categorías espacio-temporales.
He vuelto a contemplarlo esta tarde. Nuevamente he acercado mi mano hasta que ha aprisionado mi dedo. He querido que, a través del contacto físico, se estableciera un canal que transmitiera imperceptiblemente todo el legado de familia, toda la ternura de generaciones. Sí, ya sé que la genética confirma lazos imperecederos. Pero no se trata de esta herencia genética que la naturaleza se encarga por sí misma de transferir. El cariño, los buenos augurios se perciben y reciben por cauces no regidos por normas y leyes inexorables.
Cuando algún día, Pablo, el distanciamiento físico sea lamentablemente una ineludible realidad, yo te sentiré a mi lado, muy dentro de mí, porque mis ojos fatigados, pero incisivos, han penetrado hasta tu corazón y allí, con el fuego del cariño, ha quedado grabada la mirada tierna y complacida del abuelo Salvador.
Salvador Egea Solórzano

miércoles, 26 de junio de 2013

FRONTERAS

Había concluido la lectura del último libro de mi viejo compañero y amigo Apuleyo Soto, “A lo largo del río Riaza”. Necesitaba continuar leyendo, no dejar pasar los días sin volver a tener entre mis manos un nuevo ejemplar que colmase la pasión lectora y simultáneamente estimulara la segregación de endorfina, como si, en lugar de reposar tranquilo y ensimismado en la creación literaria, estuviera realizando un apacible ejercicio físico, recomendado insistentemente por el especialista cardiovascular.
Hacía tiempo que había atraído mi atención un título que sesteaba sobre la mesa de la habitación que suelen ocupar mi yerno e hija en sus habituales fines de semana en casa: Javier Cercas, “Las leyes de la frontera”.
Imaginé que iba a encontrarme con un relato centrado en el tema migratorio. Un par de semanas antes había tenido ocasión de escuchar la intervención – testimonio del “Padre Patera” en la parroquia de “El Buen Pastor” de San Fernando (Cádiz). Fue un impulso más para iniciar la lectura del libro.
Pero la frontera a la que aludía el autor y el argumento del texto nada tenían que ver con el flujo migratorio. Nuestra sociedad establece fronteras que deslindan territorios que no son precisamente espacios físicos o geográficos. Fronteras entre el amor y la violencia, entre la verdad y la mentira, entre la libertad y los grilletes, símbolos de esclavitudes que nos encadenan en este ya bien entrado siglo 21.
Dos temas se deslizan destacados a través de las páginas del libro, dirigiendo mi atención hacia ellos, como trasfondo del argumento literario de la novela: ¿qué es la verdad? y el miedo a la libertad.
Este último tema me retrotrajo a la década de los setenta del siglo pasado, cuando, joven y sumido en un periodo de crisis personal, leí el ensayo, así titulado, de Erich Fromm. Todavía conservo en la biblioteca de casa el libro, con las hojas amarillentas, de la edición argentina, fechada en 1971.
El Zarco, protagonista de la novela de Javier Cercas, aún no era el Zarco, pues el autor remonta su historia a principios del verano del 78.
La lectura de Erich Fromm, en las circunstancias personales del momento, me ayudó determinantemente en decisiones que dieron un vuelco o enfoque nuevo y definitivo a mi proyecto vital. 
El “miedo a la libertad” atenazaba al Zarco que, una y otra vez reiteró el tránsito a la otra orilla de la frontera, como si las rejas y barrotes de la cárcel fueran su hábitat natural.
En el transcurso de los años se originan, a veces, situaciones en las que el “salto al vacío”, sin red protectora, es la metáfora de la única alternativa consecuente al concurrir circunstancias que parecen comprimir y encorsetar la vida sin margen para la ansiada y debida realización personal.
Es el momento, orillando el “miedo a la libertad”, de los compromisos arriesgados, hondamente meditados y por ello firmemente involucrados en llevarlos a término.
La capacidad de asumir decisiones, liberados de la mediación de agentes externos que las condicionen, es exponente máximo de la madurez y libertad.
Respecto al primer tema, ¿qué es la verdad?,  deduje en el relato una visión poliédrica, no ajena a la experiencia y perspectiva de cada uno de los personajes.
La verdad no siempre se percibe de forma unívoca.
Es cierto que lo objetivo tiene entidad en sí mismo, independientemente de juicios personales. Es una de las acepciones del término “verdad”, cuando se vincula a algo real y no ilusorio o aparente. Es el legado de la filosofía clásica griega.
Pero tanto el relato de Javier Cercas, como la experiencia cotidiana, en muy diversos ámbitos, nos revelan con frecuencia la dificultad de alcanzar la sintonía y confluencia para identificar y definir la verdad como predicado de una realidad que se transforma en calidoscopio a los ojos dispares de cada observador.
En este caso prefiero remitirme a la verdad según lo entendía el pueblo hebreo: “La verdad es primariamente la seguridad, o, mejor dicho, la confianza. La verdad de las cosas no es entonces su realidad frente a su apariencia, sino su fidelidad frente a su infidelidad. Verdadero es, pues, para el hebreo lo que es fiel, lo que cumple o cumplirá su promesa, y por eso Dios es lo único verdadero, porque es lo único fiel (…). Lo contrario de la verdad es para el hebreo la decepción; lo contrario de ella es para el griego la desilusión”.
Entre la decepción y la desilusión se mueve Ignacio Cañas, miembro fortuito y tempranero de la basca, reciclado en un brillante abogado, ante el previsible final del Zarco.
A modo de conclusión, sin miedo a la libertad, yo elijo abrir “fronteras”, permeabilizar lo que aparece compacto e impenetrable, porque ese es el camino trazado y recorrido por Aquel que “es el único fiel”.






Salvador Egea Solórzano