lunes, 3 de marzo de 2014

REVOLTIJO


- La familia se reúne -
  
Pausadamente, como los primeros rayos matutinos disipan la oscuridad de la noche, así fueron llegando, uno tras otro, eludiendo disciplinadamente cualquier atropello. Buscaron en su escalonada presencia que degustásemos individualmente la alegría del reencuentro.
Es ya un inusitado regalo hallarnos reunida toda la familia: ¡cuarenta y ocho volátiles horas!
¡Misterio! ¿Cómo nos vamos a ajustar en espacios milimetrados padres, hijos, yerno, nueras y nietos? Primera opción… ¡bueno, no!, segunda…
El llanto de Candela por aquí, los juegos y risas de Lola por allá…
Pablo pone un poco de “cordura” y descansa placidamente después de un largo trayecto. Ha sido el último en llegar. Aunque el “Alvia” vuele y acorte distancias, son demasiadas horas para tan sólo seis meses entre nosotros.
Las habitaciones son un revoltijo;  ¿quién pone orden? Maletas abiertas, coches capota, cambiador de bebé, trasvase de enseres domésticos que han perdido su ubicación habitual…
El abuelo, sentado en la esquina del sofá, anota improvisadamente, en un momento de calma, las cuatro impresiones que bullen en su cabeza. La abuela es la señora de la cocina.
¿Preparamos la mesa aquí mismo o en salón? Preferimos reservar el salón, aunque sea para no “marearnos” buscando dónde encontrar emplazamiento provisional a tantos bártulos.
Abrimos espacios, hacemos hueco que parecía imposible y nueve adultos nos sentamos alrededor de la mesa de la cocina.
Lola ya ha comido. Pero ¿quién le quita el gusto de acomodarse en el regazo de su madrina y compartir con ella mínimamente el pastel de carne? Candela prefiere alternativamente los brazos paternos y maternos ¡es la costumbre que crea hábito! Pablo, tranquilo, estrena la trona que tiempo atrás ocupó su prima Lola.
Las aguas vuelven a su cauce y mientras el lavavajillas realiza su función, pequeños y mayores sesteamos reposadamente o simplemente cabeceamos sentados en el sofá un inquieto sueño arrullados por el monótono susurro de la película de la tele y pendientes del despertar de los niños.
Hemos esperado el encuentro familiar para celebrar con cuatro días de retraso el tercer cumpleaños de Lola.
Los abuelos somos madrugadores y cuando empiezan a desfilar los dormilones hemos completado nuestra rutina diaria mañanera: primer café, oración, lectura, hemos “engrasado” la maquinaria que nos permite iniciar las labores domésticas…
Lola es bullanguera, se siente protagonista en la celebración de su aniversario.
“A la tercera va la vencida” y con un poco de ayuda las velitas encendidas dejan de parpadear sobre la tarta.
El desayuno es un momento más en el que nos hallamos reunidos. Las miradas solícitas y cariñosas, los comentarios y carantoñas se dirigen a los tres príncipes de la casa.
El abuelo observa y al tiempo que obtiene algunas instantáneas con su cámara, va grabando toda una película que almacena en los recovecos del recuerdo.
No hay cumpleaños sin regalos y Lola va de sorpresa en sorpresa deshaciendo nerviosa el envoltorio de cada obsequio.
Paco, en Colombia durante la pasada Navidad, entrega también un detalle personal a cada miembro de la familia.
Hay un momento en que las horas comienzan a resultar aviesas. El tiempo se transforma en adversario: juega en nuestra contra. Descubrimos que inexorable se acorta. Vivir con más intensidad el instante, la coyuntura, es el único remedio.
Así lo hacemos hasta que comienza el fatídico trance de la despedida.
Los abuelos quisiéramos disfrutar individualmente de nuestros hijos y nietos. Expresarle a cada uno la inmensidad del cariño que, en la ausencia, vamos acumulando diariamente. Los abuelos quisiéramos tenerlos a todos juntos en casa, como cuando jóvenes, pletóricos de ilusiones y proyectos no pensábamos en nosotros porque teníamos en nuestras manos lo más preciado que pudiéramos desear. Los abuelos quisiéramos todo…, lo posible y lo imposible.
Pero…, la casa vuelve a quedarse vacía. Tan sólo en algún rincón del recuerdo resuenan la inquietud de Candela, la algarabía de Lola, la sonrisa dibujada de Pablo…
Contamos los días para el próximo encuentro. Mientras, nos llena el corazón la súplica, la exigencia de Lola a los padres camino de su casa en Sevilla: “¡No quiero dormir aquí, quiero dormir en casa de los abuelos!”,


Salvador Egea Solórzano