sábado, 9 de junio de 2012



"¡TE QUIERO!"

 Estas  líneas no pretenden ser una crónica. Tal objetivo ya se materializó con más objetividad que la que yo pudiera exigirme. Fernando Bueno, ss.cc. y Fernando Cordero, ss.cc. cumplieron perfectamente la función de reporteros. A mí me corresponde simplemente rememorar la experiencia vivida y dejar aflorar los sentimientos y emociones personales.
El pasado 2 de junio en la Parroquia “Virgen del Camino” de Málaga mi hijo Paco ratificó su consagración absoluta a Dios “en cuyo servicio quiero vivir y morir” en el acto de la Profesión Perpetua como miembro de la “Congregación religiosa de los Sagrados Corazones”.
Una nutrida presencia de hermanos y hermanas de la Congregación procedentes de Barcelona, Madrid, Sevilla, San Fernando, Málaga…, así como familiares y amigos arropamos a Paco en aquel momento decisivo de su vida.
Las emotivas y cariñosas palabras que Enrique Losada, Superior Provincial de la Congregación, le dirigió directamente en la homilía de la celebración eucarística hicieron reiteradas referencias a la carta en que Paco expresaba su voluntad de consagrarse a Dios en la vida religiosa. Muy acertadamente Enrique comentó los textos bíblicos que previamente Paco había seleccionado para la ocasión.
En Isaías 43, 1-7 Yahvé se dirige a Israel: “No temas (…) te he llamado por tu nombre, tú eres mío”. La  carta de Pablo (2Cor. 4, 5-10) evocó la imagen del alfarero tan querida y significativa para mi hijo: “El tesoro lo llevamos en vasijas de barro”. Procuró Enrique que todos los presentes fuéramos conscientes de la sutil diferencia que el breve diálogo entre Jesús y Pedro (Jn 21, 15-19) establece entre los verbos “amar” y “querer”. Su alocución  sensibilizó más aún si cabe mi corazón, pero, sobre todo, motivó que evocase las incontables ocasiones en las que cualquier padre se dirige a los hijos con la expresión de Pedro: “¡te quiero!”.
Como padres, antes de que los ojos de Paco se abrieran a la luz, ya mi mujer y yo habíamos verbalizado innumerables veces nuestros sentimientos con un expectante ¡te quiero!
Imposible imaginar que treinta años después, al darnos la paz en la Eucaristía, mi hijo y yo nos fundiéramos en un intenso abrazo en el que espontáneamente las únicas palabras que, entrecortadas por la emoción, brotaron fueron ¡te quiero!
En el texto de Juan “querer”, alegaba Enrique, expresa la voluntad de “amar” en correspondencia al amor desbordante, inmenso del que ha  entregado su vida como ofrenda día a día y en la Cruz.
En mi interior, como un destello instantáneo, fui desglosando todo lo que la expresión “¡te quiero!” condesaba en aquel momento:
Quiero que la fe siga siendo el faro que ilumine tu existencia. Quiero que la coherencia guíe siempre tus pasos en la búsqueda de la autenticidad y la Verdad. Quiero que tu fina sensibilidad, mencionada en las palabras de Enrique, oriente, en todo momento, tu vida hacia el compromiso solidario. Quiero que en tus hermanos de Congregación encuentres la familia que voluntariamente has renunciado crear por el Reino. Quiero que tu inmersión en múltiples actividades deje tiempo y espacio para la reflexión que margine el activismo. Quiero que, como arcilla moldeable, dejes que el Alfarero conforme tu figura a su imagen y semejanza. Quiero que, al servicio del evangelio, desbroces senderos que lleven al Camino, Verdad y Vida. Quiero que tu vida tenga la fecundidad que Jesús promete a quienes todo lo abandonan por su nombre. Quiero que la fuerza, la energía, la vitalidad, el dinamismo, que hoy te significan, sean expresión del Espíritu que en ti permanece. Quiero…, quiero…, quiero…, en definitiva y una vez más, hijo, ¡te quiero!
Salvador Egea Solórzano