martes, 20 de mayo de 2014

IN MEMORIAM José Luis Sánchez Rodríguez

Nos resistimos a admitir que un día cualquiera la muerte se encargue de poner término a este sueño que es la vida, valga la alteración del texto de nuestro ilustre Calderón.
Aun convencidos del ineludible desenlace final no es extraño escuchar ante el fallecimiento de un familiar o amigo: “Nos hemos quedado de piedra”.
Hoy me han notificado la muerte de José Luis, compañero con quien he convivido profesionalmente durante más de dos décadas.
Los recuerdos se han agolpado en mi memoria. Años y años participando en el mismo equipo de gestión del CEIP “Arquitecto Leoz” en San Fernando (Cádiz).
“Salvador, tienes que asumir la dirección del colegio”, me incitaba en un momento crítico de renovación del Equipo Directivo.
En mis encuentros con antiguos alumnos indefectiblemente me preguntan por José Luis. Dejó huella en el alumnado, que recuerda excursiones, actividades  extralectivas, amén de a su profesor de matemáticas. Años de la E.G.B., en los que en las escuelas permanecían los alumnos hasta los catorce, algunos hasta los dieciséis años. Campechanía, buen humor, sintonía con el alumnado, receptivo con los padres…, pionero en la implantación de la informática en el colegio desde la secretaría, cuando la mayoría de los profesionales éramos analfabetos en las nuevas tecnologías, especialista capaz de subsanar cualquier desperfecto que pudiera interrumpir el ritmo cotidiano, de montar un decorado e instalar todo el equipo megafónico para las ocasiones, cuando alguien como yo, a lo más que llegaba era a pulsar el interruptor.
Su colaboración desinteresada en la celebración del 25º Aniversario de la inauguración del colegio, una vez prematuramente jubilado por  enfermedad, fue notabilísima. Gracias a su disponibilidad y maestría se editó el DVD “25º Aniversario”.
El destino ha determinado que en este trance último que es el paso a la eternidad me hayan precedido los dos compañeros, Paco M. Mainé y José Luis Sánchez, más jóvenes que yo, con los que he compartido tantos años de ilusiones, trabajo, esfuerzo, creatividad, afán de superación y sobre todo amistad.
¡Descansen en paz!

Salvador Egea Solórzano

domingo, 18 de mayo de 2014

"PUENTE LAVAERA"



Un frágil entablado que se apoya en un pilar central, sin la prestancia del mítico puente “San Francisco” o el más próximo “V Centenario” sevillano figura en cabecera de mi web blog y en mis portadas de Facebook y Twitter. Es el puente “Lavaera”.
La imagen forma parte del paisaje “Parque natural de la Bahía Gaditana”. Concretamente, en el entramado de marismas, salva el curso del caño “Carrascón” que da nombre al sendero peatonal que, naciendo en el “Zaporito” y bordeando la corriente marina, concluye en la confluencia con el caño “Sancti Petri”, ya en el puerto pesquero “Gallineras”.
Es un entorno privilegiado que he recorrido en varias ocasiones. Constituye el flanco sudeste  de la “Isla de León”, al límite de los términos municipales de Chiclana y San Fernando (Cádiz). Merece la pena en primavera adentrarse serpenteando las sinuosidades del sendero y contemplar al amanecer o en la atardecida, fauna y flora autóctonas. La brisa salobre, la variedad de sonidos de las distintas especies de aves acuáticas, el susurro del agua borboteante que se desliza en pequeñas cascadas…, sensaciones que atraen y concentran todos  los sentidos.
No es la belleza del paisaje, no obstante, el motivo principal de mi elección. Por expreso deseo de mi hermano, isleño de nacimiento, extremeño de adopción, fallecido en Mérida, sus cenizas fueron esparcidas en las aguas del caño en las proximidades del puente “Lavaera”.
Hay un argumento más simbólico que motivó mi decisión de elegir el puente como imagen que facilita el acceso a mis reflexiones, relatos y comentarios.
Con frecuencia los ríos delimitan fronteras, en todo caso separan territorios. El puente une. Aun destartalado y precario permite que desde “el yo” decidamos  llegar “al otro”. “El yo” es territorio, espacio que define la propia identidad. Lo que hemos ido modelando a lo largo de los años y que aún hoy contemplamos como obra inacabada. El riesgo es que la autocomplacencia nos configure como islas en el inmenso océano.
Es necesario cruzar el puente una y mil veces. “El otro” nos espera en la orilla opuesta. No podemos defraudarlo. La aproximación, la cercanía ha de permitir apreciar el misterio de cada persona. Desde esta cercanía podremos abrazar al otro como hermano.
En una sociedad que fácilmente banaliza lo fundamental e importante y tiende hacia lo superficial y desechable, el puente cumple otra función esencial. Cruzarlo nos permite también acceder a lo más recóndito de nosotros mismos desde el flujo de actividades y acontecimientos cotidianos que se suceden, a menudo, sin ocasión de detener el proceso.
En ello nos jugamos dar sentido coherente y decisivo a nuestra presencia en el mundo.
Una tercera apreciación me sugiere el puente: enlaza el pasado y el futuro. El puente nos conduce desde lo conocido porque lo hemos ido construyendo y vivido hacia la aventura del mañana, de lo aún inexplorado y que suscita en nosotros sentimientos encontrados: esperanza, recelo, ilusión, incertidumbre…
Es preciso arriesgar. No se permite permanecer estático contemplando el curso de la corriente que discurre bajo nuestros pies. En la otra orilla irá concluyendo la historia que se proyectó cuando se iniciaron los primeros pasos hasta culminar en la meta definitiva: los brazos del Padre.
El puente “Lavaera”, vetusto y quebradizo, desvela, cuando accedo a las redes sociales, todo su singular encanto y simbolismo.

Salvador Egea Solórzano