domingo, 25 de marzo de 2012

“SI EL GRANO DE TRIGO…” Jn 12, 24


    Día  de contrastes y no precisamente por lo que la incipiente primavera nos depara en estas latitudes.
    En el discurrir de la mañana del sábado, día 24, he recibido una de esas noticias que te sorprenden por inesperadas y porque, aunque entren en la categoría de lo previsible, nunca consideras que lleguen a confirmarse realmente.
    Mi hermano Eugenio, año y medio mayor que yo, fue operado hace meses de cáncer de colon. La operación culminó con éxito. Posteriormente al alta clínica recibió las correspondientes sesiones de quimioterapia.
     Hace  semanas  y  ante  sospechosa  metástasis en el hígado fue sometido a una segunda intervención. El equipo médico redactó el informe consiguiente descartando cualquier rastro de metástasis en los órganos examinados del aparato digestivo.
    La  euforia  desbordó  a  toda  la  familia  que  tan cercanamente habíamos seguido el proceso.
    Una leve dificultad en la movilidad del lateral izquierdo (brazo y pierna) sembró cierta inquietud. El diagnóstico del TAC ha sido concluyente: tumor en el cerebro. Escribo estas líneas, aún conmocionado, después de veinticuatro horas de haber sido informado.
      “La  ciencia  médica  tiene hoy recursos insospechados”, se me ocurrió sentenciar a mi animosa cuñada. De ello damos testimonio precisamente los tres hermanos mayores que hemos pasado por quirófano después de sendos infartos. Herencia genética paterna (nuestro padre falleció a los cuarenta y siete años, “legándonos” todos los ingredientes del síndrome coronario).
     Al caer la tarde el escenario cambió radicalmente. He vivido una experiencia que me atrevo a definir como “explosión de vida”. La parroquia del “Buen Pastor” de San Fernando – Cádiz., repleta de fieles y dispuesta para las grandes celebraciones. En el transcurso de la ceremonia Damiano, joven religioso de la Congregación de los Sagrados Corazones, recibió el orden sacramental del diaconado de manos de don Rafael, Obispo de Cádiz y Ceuta.
    La vitalidad de la comunidad parroquial se manifiesta asombrosamente en ocasiones como la presente. La sencilla estructura que constituye el templo parroquial, saturada, rebosante de jóvenes y adultos que acompañamos a Damiano en el momento en que, por la gracia de Dios, es consagrado para el servicio de la comunidad. Es la donación permanente de su vida.
“Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” Jn 12, 24.
Las palabras de Jesús, durante la lectura del evangelio, resonaron intensamente en mi interior.
Estaba viviendo una doble experiencia. Por una parte, Damiano “enterraba” su vida para dar vida. Fruto que, todos los que le conocemos y hemos convivido con él durante estos meses, desde su llegada a San Fernando, hemos ido percibiendo en su disponibilidad y actitud de servicio.
Contemplaba también al grupo de religiosos jóvenes, entre ellos mi hijo Paco que, llegado el momento, seguirán las huellas con las que Damiano les precede.
Sentía que el flujo de la “Vida” que la comunidad parroquial transmitía, discurría por mis arterias y revitalizaba mi fe. Agradecía al Padre la presencia de los miembros de la comunidad adulta 12, a  la que, como animador, me siento especialmente vinculado.
Por otra parte, el recuerdo de mi hermano Eugenio y mis propias vivencias personales me rememoraban el ineludible momento de nuestro encuentro definitivo con el Padre.
“Grano de trigo…, caer en tierra…, dar fruto…” Quiero asumir la realidad inexorable de la muerte como hecho fecundo. Frente al “sin sentido” o el conformismo de los que carecen de esperanza quiero descubrir en nuestro tránsito decisivo el pórtico de la vida que nos regala quien se autodefinió “camino, verdad y vida” Jn 14, 6.