viernes, 14 de noviembre de 2014

"CALLE DE EN MEDIO"



De paciencia o resignación no escaseamos los vecinos de la avenida donde resido. Más de dos décadas han transcurrido desde que nos entregaron las viviendas, prometieron comunicar la urbanización con la barriada limítrofe y facilitar una salida rápida a la capital.
Hace poco más de un año, por fin, la gerencia de urbanismo inauguró la “Calle de en medio”
Su apertura ha incrementado en la avenida espectacularmente el tránsito de vehículos y de la tranquilidad silenciosa hemos pasado al bullicio de las horas-punta. Es el peaje que los vecinos abonamos en contrapartida.
Oficialmente la “Calle de en medio” no mereció ser rotulada: es simplemente una prolongación. Tal vez no se consideró necesario, a pesar de su indudable funcionalidad, puesto que carece de portales y viviendas a los que acceder directamente.
Yo, considerando el gran servicio que como vía de comunicación presta, me he atrevido a bautizarla  “Calle de en medio”.
Irregular amplitud en su acerado, acacias y mobiliario urbano le otorgan singularidad respecto a la avenida matriz.
Por la “Calle de en medio” transitan peatonalmente jóvenes madres presurosas que llevan y traen a sus hijos a colegios próximos, estudiantes adolescentes hacia el instituto de secundaria, vecinas que arrastran el carrito de compras hacia o desde el supermercado cercano…
Al pasear mi mascota he observado, en ocasiones, dormitando en un banco, un transeúnte vagabundo.
Parece como si, de pronto, la “Calle de en medio” nos hubiera abierto las puertas de la ciudad a los vecinos, ¡tan enclaustrados estábamos por la incomunicación…!
En cierto momento, recorriendo pausadamente tan exiguo paseo, la “Calle de en medio” generó la metáfora.
Metáfora de la vida que ciertamente no es más que un tránsito, no constituye ninguna meta definitiva, es una “Calle de en medio”. Yerran quienes, considerándola de facto estación terminal, acumulan y atesoran en actitud insensata, insolidaria y hedonista (Lc 12,16-21).
Metáfora de la vida porque cada uno de nosotros, en imagen en absoluto original, hemos de constituirnos en puentes que enlacen orillas y no en muros infranqueables que aíslen.
Metáfora de la vida porque sobre el pavimento que vamos extendiendo con disponibilidad y atención a la realidad que nos rodea se desplazan aquellos que, perdidos en el laberinto de su propia existencia, buscan salida a su soledad, reclusión y abatimiento.
La “Calle de en medio”, que tan gran prestación facilita a la ciudadanía, ya es para mí algo más que simplemente un oportuno servicio público. Cuando reiteradamente la recorro a diario no puedo evitar sentirme yo también, al menos como proyecto inconcluso, “Calle de en medio”.

            Salvador Egea Solórzano




miércoles, 16 de julio de 2014

FUNCIONARIOS DESDE EL ALTAR

Durante aproximadamente dos décadas fuimos compañeros de trabajo. Desde su jubilación, un año posterior a la mía, alternaba la estancia entre Cádiz, lugar de residencia, y Alicante, donde una de sus hijas se había establecido.
En la capital levantina, arropada por el cariño familiar, sobrellevó la última fase de su enfermedad, tumor cerebral, hasta su fallecimiento hace unas semanas.
Llegué al templo gaditano en el que se iba a celebrar la Eucaristía por su eterno descanso con tiempo suficiente para permanecer unos momentos sentado y contemplar la sobria decoración y arquitectura del neoclásico del s. XVIII con evocación colonial.
Habían transcurrido tan solo unos minutos cuando un ligero toque en el hombro hizo que volviera la cabeza y me levantara. Abracé al viudo que me saludaba y a quien expresé mi sentida condolencia. Intensamente emocionado mantuvo conmigo una breve interlocución.
El templo fue acogiendo lentamente a familiares y amigos, entre ellos un nutrido grupo de compañeros, con quienes habíamos compartido, la difunta y yo, largos años de docencia.
Puntual, como queriendo evitar cualquier disfunción con el calculado normatismo ambiental, comenzó la celebración.
El celebrante, proceder hierático, apareció revestido de casulla extraída de algún obsoleto guardarropa parroquial.
No hubo cortés acercamiento a la familia; ni afectuosas palabras de saludo que recordara a quien, circunstancialmente, nos congregaba en el nombre del Señor; ni breve homilía que, oportunamente, evocara la fe cristiana de la difunta y dirigiera a la familia palabras de consuelo y esperanza.
El ritual se siguió frío y estricto, tal vez, para no desentonar con la rígida arquitectura del templo.
Terminada la ceremonia el celebrante se retiró a la sacristía con la “función cumplida”.
Recordé la lectura, pocos días antes, de la fraternal censura de José Lorenzo, “Curas funcionarios”, en el semanario “Vida Nueva”.
¡Qué ocasión perdida para hacer realidad la pastoral de la inclusión, salir al encuentro, de acercamiento a la periferia del dolor!
¡Qué manifestación tan antitestimonial de la autorrefencialidad criticada por Francisco!
Más que la distancia física entre el presbiterio y la asamblea, lo que realmente impedía la contaminación, “olor a ovejas”, era la insensibilidad para empatizar con los asistentes y sobre todo con la familia doliente.
Mientras discurría la Eucaristía un sacerdote administraba el Sacramento de la Reconciliación en la nave lateral.
¿No es más oportuno y acorde con la centralidad eucarística ofertar un tiempo antes del inicio de la “Cena del Señor”?
Cuando abandoné el templo, mi “benévolo” comentario, queriendo evitar otras críticas más aceradas pero justificadas, ante los antiguos compañeros que percibieron la frialdad de la celebración, fue: ¡qué cura más soso!
Días después, en una ocasión similar, en mi parroquia isleña de “El Buen Pastor”, la arquitectura, la proximidad, la actitud del celebrante, el ritmo de la celebración, las palabras de acogida, las referencias al finado y a la esperanza en Cristo resucitado en la afectuosa alocución posterior a la lectura del evangelio, todo…, constituía la antítesis de lo vivido la semana anterior y significaba el auténtico encuentro de la Iglesia, madre acogedora, dispuesta siempre a abrir los brazos con talante de cercanía y expresivo amor a todos sus hijos, sobre todo en los momentos de incertidumbre y dolor.


Salvador  Egea Solórzano

miércoles, 9 de julio de 2014

EL FARISEO Y EL PUBLICANO

No hay nada tan deprimente en comunicación y redes sociales como encontrarse un día con varios centenares de email sin leer saturando la “Bandeja de entrada” del correo electrónico.
Procuro evitar esta situación. Diariamente elimino, sin abrirlos, varios correos totalmente prescindibles. Selecciono, leo los que me parecen de interés, guardo algunos en carpetas…
Hace solo unos días ha superado todos los filtros un correo singular. El archivo adjunto me sedujo, de tal forma, que no he resistido la tentación de publicarlo en el blog.
“Pudo ser un día cualquiera en una parroquia enclavada en los arrabales de una ciudad anónima.
Al atardecer, el sol estival relajaba sus ardientes rayos y una brisa tenue acariciaba el rostro de los que simplemente deambulábamos como paseo vespertino.
Las puertas del templo estaban abiertas, entré.
En el primer banco tres feligresas esperaban el inicio de la Eucaristía. Ocupé un asiento justamente detrás. La celebración comenzó puntual, a las 20:00 h.
Alguien discretamente se incorporó a la asamblea, avanzó desde el fondo, no demasiado, manteniéndose casi en segundo plano.
Con ritmo pausado, que invitaba a la reflexión, fueron discurriendo los “Ritos iniciales”, “Liturgia de la Palabra”…
Tan reducido número de participantes hizo posible que, respondiendo a la invitación del sacerdote, nos diéramos, como hermanos, la paz con un beso o  abrazo.
Desde el lugar retirado en el que había permanecido, la última participante se aproximó. Con timidez extendió el brazo en actitud de estrechar la mano. Espontáneamente no discriminé, nos dimos el beso de paz.
Nos acercamos a comulgar. Ella continuó sentada. En aquel momento sentí que en la comunión algo faltaba: un vacío impedía cerrar totalmente el círculo de fraternidad.
Terminada la Eucaristía, persistió, esta vez arrodillada, en humilde y profunda actitud orante.
Yo abandoné el templo rumiando en mi cabeza la parábola “El fariseo y el publicano” (Lc 18,9-14).
Tendré que ir despojándome de tanta arrogancia y altivez. ¿Habré salido justificado?”.


Salvador Egea Solórzano

sábado, 28 de junio de 2014

IN MEMORIAM - Rosa de las Heras -


Cada año, por estas fechas, mes de junio, el colegio despide una promoción de alumnos que continuaran sus estudios de la ESO en algún instituto cercano.
El ritual constituye un emotivo hito, evidentemente para el alumnado, pero también para sus profesores.
El curso transcurrido deja un vestigio en los profesionales, que consideramos un emblema  y que portamos con orgullo.
Poco a poco nos hacemos conscientes, a medida que los vamos acumulando, que los años se apilan a nuestras espaldas, que nos hacemos mayores, que llega el momento de nuestra despedida, de la bien merecida jubilación.
Nuestra compañera Rosa de las Heras hace siete años que dejó el “Arquitecto Leoz”, después de una fructífera etapa profesional.
Los que tuvimos la suerte de convivir y compartir años de docencia con ella recordamos su entusiasmo y vitalidad, su cariño al alumnado como tutora eficiente y generosa, su preocupación, más allá de lo estrictamente funcionarial, por la situación personal del alumno y su familia.
Hoy lamentamos su fallecimiento ocurrido ayer, 19 de junio, en Alicante, tranquila y en paz, después de una penosa enfermedad.
En la galería de maestros/as dignos de figurar en la memoria colectiva del “Arquitecto Leoz” figura, sin duda, nuestra recordada Rosa. Descanse en paz.


Salvador Egea Solórzano

domingo, 15 de junio de 2014

CHIRRÍA

Enmudeció la  euforia. El silencio se hizo pesadilla. Terminó en Brasil el debut de la selección española de fútbol. La luminosidad de la tarde cedió espacio a la noche y las ilusiones se desvanecieron.
Seguían afluyendo a mi  mente como un tropel abigarrado las últimas informaciones leídas en los medios digitales.
No juzgo si es utopía, oportunismo o demagogia, pero en la plataforma www.change.org circula una petición solicitando a la “Roja” la donación de parte de la prima del mundial en beneficio de los comedores escolares en verano.
La noticia de la cuantía de la prima pactada con la Federación de fútbol tras la fase de grupos, el acceso a finalista y el premio por levantar de nuevo la Copa del Mundo fue publicada, entre otros medios, por el periódico digital “El confidencial”  en su edición del pasado 4 de junio.
En dos días la petición de la plataforma alcanzó la cifra de 188.679 firmantes.
Claro que si reflexionamos sobre la situación de precariedad y cohesión social en nuestro entorno nos viene vertiginosamente a la memoria el “Informe Foessa, Análisis y Perspectivas. Precariedad y Cohesión social”. No tiene por qué ser la selección española de fútbol el centro de la diana o estar en el punto de mira exclusivo con el que pretendamos transformar la realidad.
La petición es un revulsivo más para nuestra conciencia adormecida, que intenta pasar de largo sobre la depauperación que la “economía que mata”, en palabras del Papa Francisco, ha causado en amplios sectores de nuestra sociedad.
Lo inadmisible es que informaciones que denuncian esta situación y  que ocupan titulares en los medios y algunos comentarios eventuales, pasados unos días, queden relegados a las hemerotecas y no se llegue a dar solución equitativa a los problemas que plantean.
Cuando un mínimo de sensibilidad permite percibir la objetividad que reflejan las palabras; lo que, más allá de ellas, observamos en las mismas coordenadas en las que se desarrolla nuestra vida, es absurdo pretender encubrir la situación, tratando de ensombrecer su existencia.
“Hacer visible la pobreza genera discriminación”, se oyó en un parlamento regional que debatía mantener durante el verano la subvención a los comedores infantiles. La repuesta que obtuvo tal declaración fue categórica: Lo que quieren las familias afectadas es precisamente que se visibilice el problema y que se le dé solución”.
España es el segundo país de la UE con más pobreza infantil, denunciaba “La Vanguardia” en edición digital el pasado 25 de Mayo.
El programa “En un mundo feliz” en Radio 5 delataba unos días más tarde, el 31 de Mayo, que 200.000 niños en España, no pueden permitirse comer carne, pollo o pescado, cada dos días.
La ONG “EDUCO” promueve una campaña para que 500.000 niños y niñas puedan hacer durante el verano una comida completa diaria.
Tal cúmulo de informaciones, de datos objetivos, contrasta con la frivolidad con que, en ocasiones, derrochamos y nos dejamos seducir por lo superfluo: “260 vuelos privados llegarán a Lisboa el sábado con entrada reservada a 4.500 €”.
Era la final de la “Champions league 2014”, jugada en la capital portuguesa por los dos equipos madrileños de fútbol el 24 de Mayo.
Siento chirriar el armazón de mi conciencia.


Salvador Egea Solórzano

domingo, 8 de junio de 2014

SOBRAN LOS AÑOS, FALTAN LOS DÍAS


Es un destello que irrumpe súbito,  inesperado. Un martilleo rítmico cuyo eco se adhiere sólidamente  a mis oídos y no permite que la atención se disperse en el abanico de actividades rutinarias cotidianas.
Surge imprevisible, recorre raudo todas las arterias e invade las entrañas hasta lo más recóndito del corazón.
Aflora virgen y persistente, como manantial cristalino de aguas subterráneas o, tal vez, es el magma incandescente, secuela de la erupción volcánica.
No consigo orillarlo desde que esta mañana asaltó prematuramente mi fortaleza.
“Sobran los años, faltan los días”.
En algún momento el Maestro habla de nacer de muevo y Nicodemo que, a su edad, tiene la sapiencia del anciano, carece de respuesta a la pregunta: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?” (Jn 3, 4).
¡Ah,  paradoja!
Si tengo la mente lúcida, la actitud firme, el corazón abierto, cada amanecer es un nuevo nacimiento; un renacer que, tras la muerte del sueño, me reconcilia conmigo mismo y me aventura un horizonte definido.
¿No es despertar y, por tanto, renacer, abrir los ojos, rememorar sin nostalgia el pasado, reconocer errores y avanzar largos o pequeños pasos hacia el mañana?
"Sobran los años". Como recién nacido no tengo historia, a no ser las huellas (aciertos, desaciertos, victorias, derrotas, éxitos, fracasos), cicatrices impresas en el genoma que el tiempo ha ido precisando.
Mi pasado es mi presente, porque, de alguna manera, siempre está conmigo.
Y..., "faltan los días". Días y días proyectados al futuro sin fin.
¡Qué vivificante es la esperanza! Reconforta y fortalece la lectura de Pablo (1Cor 15, 1-10). Cristo es el fundamento de nuestra certidumbre: "Ha resucitado de entre los muertos". He ahí la fuente que sacia el ansia, la sed de infinitud. 
Ahora sí, los proyectos más auténticos y profundos nunca prescriben.
Mientras, los días van haciéndose más efímeros y fugaces hasta fundirse en la absoluta eternidad.

Salvador Egea Solórzano

martes, 20 de mayo de 2014

IN MEMORIAM José Luis Sánchez Rodríguez

Nos resistimos a admitir que un día cualquiera la muerte se encargue de poner término a este sueño que es la vida, valga la alteración del texto de nuestro ilustre Calderón.
Aun convencidos del ineludible desenlace final no es extraño escuchar ante el fallecimiento de un familiar o amigo: “Nos hemos quedado de piedra”.
Hoy me han notificado la muerte de José Luis, compañero con quien he convivido profesionalmente durante más de dos décadas.
Los recuerdos se han agolpado en mi memoria. Años y años participando en el mismo equipo de gestión del CEIP “Arquitecto Leoz” en San Fernando (Cádiz).
“Salvador, tienes que asumir la dirección del colegio”, me incitaba en un momento crítico de renovación del Equipo Directivo.
En mis encuentros con antiguos alumnos indefectiblemente me preguntan por José Luis. Dejó huella en el alumnado, que recuerda excursiones, actividades  extralectivas, amén de a su profesor de matemáticas. Años de la E.G.B., en los que en las escuelas permanecían los alumnos hasta los catorce, algunos hasta los dieciséis años. Campechanía, buen humor, sintonía con el alumnado, receptivo con los padres…, pionero en la implantación de la informática en el colegio desde la secretaría, cuando la mayoría de los profesionales éramos analfabetos en las nuevas tecnologías, especialista capaz de subsanar cualquier desperfecto que pudiera interrumpir el ritmo cotidiano, de montar un decorado e instalar todo el equipo megafónico para las ocasiones, cuando alguien como yo, a lo más que llegaba era a pulsar el interruptor.
Su colaboración desinteresada en la celebración del 25º Aniversario de la inauguración del colegio, una vez prematuramente jubilado por  enfermedad, fue notabilísima. Gracias a su disponibilidad y maestría se editó el DVD “25º Aniversario”.
El destino ha determinado que en este trance último que es el paso a la eternidad me hayan precedido los dos compañeros, Paco M. Mainé y José Luis Sánchez, más jóvenes que yo, con los que he compartido tantos años de ilusiones, trabajo, esfuerzo, creatividad, afán de superación y sobre todo amistad.
¡Descansen en paz!

Salvador Egea Solórzano

domingo, 18 de mayo de 2014

"PUENTE LAVAERA"



Un frágil entablado que se apoya en un pilar central, sin la prestancia del mítico puente “San Francisco” o el más próximo “V Centenario” sevillano figura en cabecera de mi web blog y en mis portadas de Facebook y Twitter. Es el puente “Lavaera”.
La imagen forma parte del paisaje “Parque natural de la Bahía Gaditana”. Concretamente, en el entramado de marismas, salva el curso del caño “Carrascón” que da nombre al sendero peatonal que, naciendo en el “Zaporito” y bordeando la corriente marina, concluye en la confluencia con el caño “Sancti Petri”, ya en el puerto pesquero “Gallineras”.
Es un entorno privilegiado que he recorrido en varias ocasiones. Constituye el flanco sudeste  de la “Isla de León”, al límite de los términos municipales de Chiclana y San Fernando (Cádiz). Merece la pena en primavera adentrarse serpenteando las sinuosidades del sendero y contemplar al amanecer o en la atardecida, fauna y flora autóctonas. La brisa salobre, la variedad de sonidos de las distintas especies de aves acuáticas, el susurro del agua borboteante que se desliza en pequeñas cascadas…, sensaciones que atraen y concentran todos  los sentidos.
No es la belleza del paisaje, no obstante, el motivo principal de mi elección. Por expreso deseo de mi hermano, isleño de nacimiento, extremeño de adopción, fallecido en Mérida, sus cenizas fueron esparcidas en las aguas del caño en las proximidades del puente “Lavaera”.
Hay un argumento más simbólico que motivó mi decisión de elegir el puente como imagen que facilita el acceso a mis reflexiones, relatos y comentarios.
Con frecuencia los ríos delimitan fronteras, en todo caso separan territorios. El puente une. Aun destartalado y precario permite que desde “el yo” decidamos  llegar “al otro”. “El yo” es territorio, espacio que define la propia identidad. Lo que hemos ido modelando a lo largo de los años y que aún hoy contemplamos como obra inacabada. El riesgo es que la autocomplacencia nos configure como islas en el inmenso océano.
Es necesario cruzar el puente una y mil veces. “El otro” nos espera en la orilla opuesta. No podemos defraudarlo. La aproximación, la cercanía ha de permitir apreciar el misterio de cada persona. Desde esta cercanía podremos abrazar al otro como hermano.
En una sociedad que fácilmente banaliza lo fundamental e importante y tiende hacia lo superficial y desechable, el puente cumple otra función esencial. Cruzarlo nos permite también acceder a lo más recóndito de nosotros mismos desde el flujo de actividades y acontecimientos cotidianos que se suceden, a menudo, sin ocasión de detener el proceso.
En ello nos jugamos dar sentido coherente y decisivo a nuestra presencia en el mundo.
Una tercera apreciación me sugiere el puente: enlaza el pasado y el futuro. El puente nos conduce desde lo conocido porque lo hemos ido construyendo y vivido hacia la aventura del mañana, de lo aún inexplorado y que suscita en nosotros sentimientos encontrados: esperanza, recelo, ilusión, incertidumbre…
Es preciso arriesgar. No se permite permanecer estático contemplando el curso de la corriente que discurre bajo nuestros pies. En la otra orilla irá concluyendo la historia que se proyectó cuando se iniciaron los primeros pasos hasta culminar en la meta definitiva: los brazos del Padre.
El puente “Lavaera”, vetusto y quebradizo, desvela, cuando accedo a las redes sociales, todo su singular encanto y simbolismo.

Salvador Egea Solórzano






viernes, 9 de mayo de 2014

METÁFORA DE LA VIDA


METÁFORA DE LA VIDA

Bimba está cansada; mejor, Bimba vive cansada. Bimba es mi mascota. Los vecinos que la observan en cualquiera de los cuatro rutinarios recorridos comentan: “Es muy mayor, ¿verdad?” Yo asiento dubitativo: “Debe de tener alrededor de 16 años”. No puedo precisar una edad segura, pues a Bimba la recogimos en una chatarrería, sin pedigrí alguno.
Con contundencia afirmo: “Está bien cuidada. Su cartilla veterinaria, al día. Incluso hace seis años superó la prueba crítica de la piómetra y la filosiosis canina (gusano del corazón)”
Su angustioso jadeo después del mínimo esfuerzo que supone la salida de casa, donde discurre el día encamada en su rincón en un dormivela, la delata.
Han pasado rápidamente los años desde aquel mes de mayo en el que, a instancias de mis hijos, entró por vez primera en casa como regalo por el día de las madres.
Nunca me atrajo la convivencia con una mascota, consciente de la dependencia que ello supondría en un plazo determinado, cuando mis hijos, uno tras otro, fueran abandonando el hogar y remontando el vuelo para iniciar sus aventuras autónomas.
Con regularidad instintiva Bimba me busca a la hora del paseo, así como abandona su rincón y se incorpora pesadamente, acercándose a mi mujer cuando nos sentamos junto a la mesa en la cocina a medio día y al anochecer.
Los roles están definidos y Bimba es consciente de ello.
Nosotros, mi mujer y yo, vislumbramos no muy lejano el día en que Bimba nos deje definitivamente solos. Sin duda la echaremos de menos. Su presencia en casa atrae necesariamente nuestra solicitud. Llegado el momento, supliremos la ausencia. Procuraremos fijar ambos más nuestra atención recíprocamente, ahora que la edad también nos hace más sensibles y dependientes.
Habituado a explorar la trascendencia en cualquier acontecimiento de mi vida, descubro en Bimba la analogía. Sin buscarlos vienen al recuerdo hombres cansados, decepcionados, desilusionados, sin esperanza alguna, sin ansias de vivir…
A veces nos cruzamos con ellos sin percatarnos, porque también nosotros nos sumergimos en la vorágine que nos lleva y nos trae sin pausa.
Extraña que estas situaciones persistan en sociedades avanzadas, saturadas de tecnología y bienestar.
“El número de suicidios en Finlandia en el 2013 se incrementó en un cinco por ciento en comparación con el año anterior” (El Mundo, 20 enero 2014).
Cada ciudadano que decide cercenar bruscamente su vida es un fracaso colectivo.
¿No compartimos una “aldea global”? ¿No constituimos una gran familia en este minúsculo planeta Tierra? ¿Se ha diluido hasta desaparecer por algún resquicio imperceptible la solidaridad entre los seres humanos?
Bimba me abre hoy los ojos para ir más allá de las sombras sin rostros identificables. Bimba me incita a mirar cara a cara a cada persona y penetrar hasta su corazón doliente y acongojado. Es el último servicio de Bimba, metáfora de la vida.

Salvador Egea Solórzano



domingo, 20 de abril de 2014

EN LA NOCHE DE PASCUA

Era como adentrarse en el sepulcro vacío: oscuridad, noche, soledad…
Así iba buscando la experiencia, la cercanía, la tangibilidad de Dios. ¡Qué equivocado estaba! ¡Que desorientado! ¡Cómo se perdían mis pasos!
A veces corría como un joven persiguiendo la ilusión, la esperanza. Otras, cargado con el fardo de tantas “negaciones”, mis pasos eran lentos; mas siempre, siempre, allí descubría sólo los lienzos, bien dispuestos, sí, pero a El no lo encontraba…
¿Cómo iba a descubrirlo si es El quien sale a mi encuentro?
Cuanto más me afanaba, cuanto más confiaba en mis debilitadas fuerzas, más percibía que alejaba el momento del abrazo, más advertía que desviaba mi errante y errado deambular.
Tenía que amar como María la Magdalena y la otra María, tenía que fiarme absolutamente, tenía que entregarme sin reservas, tenía que realizar el itinerario desde Galilea a Jerusalén junto a El (no es cuestión de espacio y tiempo, es cuestión de amor), para, llegado el momento, escuchar dentro de mi: “Alégrate”.
Entonces, sí, apagadas todas las luces exteriores, sordo mi corazón a todo ruido extraño, pude abrazar los pies.
Y ya no tuve miedo. Volveré a Galilea y allí nuevamente lo encontraré junto a mis hermanos. ¡Ha resucitado!


Salvador Egea Solórzano

miércoles, 16 de abril de 2014

ERA UN DÍA MÁS


No me preguntéis cómo llegó. ¿Arriesgó su vida cruzando el estrecho en uno de esos enjambres migratorios que se deslizan o naufragan en frágiles pateras? ¿Tuvo la osadía suicida de saltar la verja de alambres de espinos, cuchillas y mallas que configuran el perímetro fronterizo de Melilla?
No me acerqué a él. ¿Era necesario descubrir su procedencia, su  país de origen, su nombre?
Sólo unos días antes había tenido ocasión de visionar una película documental, cuyos protagonistas relatan su experiencia personal en el itinerario desde el África subsahariana hacia tierras españolas.
Desarraigo, jornadas agotadoras, hambre, sed, desierto, cárcel, enfermedad, violencia, persecuciones y huidas…, riesgos todos ellos asumidos durante meses, normalmente años, para intentar acceder al sueño europeo.
Personalicé en quien tenía ante mis ojos, delante de mí, las historias lacerantes del documental que incisivamente me había impactado.
Sobre la acera una tela de poco más de metro cuadrado. La mercancía se repetía alternativamente entre un “mantero” y otro: surtido de gafas de sol y copias fraudulentas de DVD.
Los transeúntes, habituados a la escena, indiferentes, pasaban de largo.
Permanecía en pie, apoyada fatigosamente la espalda en la fachada de una cualquiera de las viviendas dieciochescas en los aledaños de la ”Plaza de las Flores” gaditana. Mirada cansina.
En un determinado momento, velozmente, cual felino huidizo, tiró de las cuatro esquinas de la tela y toda la mercancía expuesta quedó transformada en un hatillo que engulló el muestrario. Una pareja de la policía local se acercaba, indolente, en su ronda de vigilancia. Pasados unos minutos nuevamente el “escaparate” se mostraba al público, después de, pacientemente, ir disponiendo sobre el lienzo la mercadería.
Antes, dirigió, una y otra vez la atención, inquieto y temeroso, hacia el punto por donde habían desaparecido de la vista los agentes locales.
Era un día más. Simplemente sábado, víspera del “Domingo de Ramos”…


Salvador Egea Solórzano

lunes, 17 de marzo de 2014

TESTAMENTO (1)

“Levantan y enrollan mi vida
como una tienda de pastores.
Como un tejedor devanaba yo mi vida,
y me cortan la trama” Is 38, 12

No recuerdo el día, las circunstancias… Sí permanece hondamente impresa en mi memoria la huella que grabó la lectura del breve texto del profeta Isaías. He querido por ello que introdujera estas líneas.
La belleza literaria de las imágenes me cautivó. Expresan con elocuencia poética el estado anímico del hombre que presiente el final de sus días.
Al término de los capítulos pertenecientes al primer Isaías, el profeta pone en boca de Ezequías, rey de Judá, un poema elegíaco en el que se lamenta y muestra desconcierto ante el anuncio de su próxima muerte.
La intervención del profeta, las lágrimas del rey, la oración y la confianza en Yavé (“Sálvame,  Señor,  y  tocaremos  nuestras  arpas todos los días en la casa del Señor” v 20), hicieron que Ezequías obtuviera quince años más de vida.
Mera coincidencia, pero cuando en diciembre de 2009 el cirujano cardíaco firmó el alta clínica después de la intervención quirúrgica a la que fui sometido y en la que me instalaron tres “bypass”, también él en tono cordial me vaticinó quince años de garantía.
No es que tomase en serio el pronóstico complaciente del galeno, pero sí supuso el infarto que me llevó a la urgencia hospitalaria un aldabonazo que me alertaba de que, a partir de aquel momento, yo entraba en una fase última y definitiva de mi vida. Ignoro, evidentemente durante cuántos años, pero este dato es ya de por sí irrelevante.
Tal vez por ello los versos del poema me impactaron provocativamente.
Desde joven, cuando he tenido ocasión, he utilizado la escritura como forma de comunicación conmigo mismo y con el mundo exterior.
Escribir me facilita avivar recuerdos, expresar más pulidamente los sentimientos que la mayoría de las veces, por desmedido pudor, eludo exteriorizar.
Pero, no soy escritor. Soy un artesano del lenguaje que hilvana palabras como un niño enlaza piezas de un puzzle con la intención de configurar un paisaje, una imagen colorista. En mi caso se trata de un puzzle de experiencias y sentimientos que han ido jalonando diferentes etapas de mi vida.
Alcanzada ya la atalaya del camino en la que se otea el largo trayecto recorrido y se vislumbra más cercana la meta es momento propicio para reflexiones, a modo de balance que,  junto a objetivos más o menos superados o frustrados, incluyen igualmente esperanzas y deseos para el velado futuro.
Sin embargo, no pretendo ahora redactar un memorándum en el que ir desglosando autobiográficamente el relato de mi vida. ¿A quién pudiera interesar? Lo vivido, vivido está, es el pasado que pertenece a la historia, a  mi propia íntima historia y a la historia de todas aquellas personas que han coparticipado conmigo en el gran teatro de la vida.
Me importa el futuro, en tanto en cuanto es un tramo del camino aún por recorrer, así como porque en él son también protagonistas, aun después de que yo haya alcanzado la meta, tantas personas a las que me unen entrañables lazos afectivos.
Porque mi futuro es tan sólo un episodio temporal que se inserta en el más extenso proceso vital de mi mujer, (así lo espero), de mis hijos, mis nietos y de todos los familiares y amigos que me sobrevivirán.
Sin duda, desde una perspectiva inmanente, el futuro, el camino que me resta recorrer, culmina en su lógica meta: la muerte.
En otra ocasión he expresado mis reflexiones y actitud ante el inexorable evento que, antes o después, llama a nuestra puerta.
Desde la fe en Cristo resucitado el creyente goza de una perspectiva reconfortante: la muerte ha dejado de ser la meta definitiva.
Conservo la homilía que el P. Félix González, ss.cc., nos dirigió a familiares y amigos el 17 de agosto de 2012 durante la celebración eucarística en memoria de mi hermano Eugenio, fallecido meses antes.
De ella extraigo el siguiente párrafo: “Suena un tanto extraño emplear la palabra celebración para un acontecimiento que siempre conlleva dolor y ausencia. Pero considerado bajo el prisma de la fe, no hay otra manera de calificarlo. Porque en realidad de la buena, lo que celebramos no es la muerte, sino la resurrección”.
Paulatinamente he ido asimilando y aceptando la inevitabilidad de la muerte hacia la que nos conducen progresivamente el deterioro físico corporal, las limitaciones inherentes a nuestra condición material.
No es ajena a esta actitud la serena confianza que filialmente inspiran las palabras de Jesús en la cruz: “En tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46).
A veces he pensado y deseado que los textos litúrgicos que se leyeran durante la misa “corpore insepulto” fueran los correspondientes a la Eucaristía de “Acción de gracias”, según el ritual romano. Quisiera con ello eliminar todo rastro de tristeza, lágrimas y dolor que siempre nos acompañan en la pérdida de un ser querido.
Pero, bien pensado, la Eucaristía es ya, en sí misma, al margen de los textos litúrgicos leídos, la expresión más sublime de “Acción de gracias” que la comunidad creyente pueda celebrar.
“Acción de gracias” porque en ella se hace presencia Cristo muerto y resucitado (memorial de la muerte y resurrección del Señor). “Acción de gracias”, en este caso también, porque tenemos la firme convicción que “si morimos con Él, viviremos con Él” (2 Tim 2, 11)
En presencia de la muerte, nos recordaba el P. Francisco Piñero, ss.cc., en la homilía durante el funeral de su padre (17 de enero de 2012), se dan tres reacciones naturales: “el escepticismo, la perplejidad, o el reconocimiento de la pobreza humana.
 - El escepticismo es la reacción de aquellos que sólo ven a través de los ojos físicos, se quedan en la constatación de la derrota del cuerpo humano y piensan que más allá de la muerte nos espera “tierra por encima y tierra por debajo”.
- La perplejidad  es la reacción de los que se sublevan contra la percepción racional de la vida humana como una experiencia apasionante pero inútil, y que no saben o bien no pueden dar un paso más allá.
- La constatación de la pobreza es el descubrimiento y la aceptación de la grandeza y de los límites de la existencia humana, pero que, al mismo tiempo, ponemos la mano como un pobre que pide la ayuda de quien nos puede socorrer, comprender; nos puede sacar de la oscuridad y nos puede dar el sentido de lo que ocurre”.
A la luz del texto de la 1ª carta de Pablo a los corintios, continua y afirma: “Jesucristo no ha venido a eliminar el dolor. Tampoco ha venido a explicarlo. Jesucristo ha venido a llenarlo con su presencia”.
Deseo, de todo corazón, que esta comprensión cristiana del “desenlace final”, inunde el espíritu de todos los que celebren mi resurrección a la Vida, privilegiando a los más próximos en el cariño y la amistad.
Mis reflexiones sobre la muerte, enmarcadas en el título “Vivo sin vivir en mí…” suscitaron que algún lector del blog se inquietara afectuosamente por mi estado anímico o enfermedad. En aquel momento agradecí aquella afable preocupación. Pero, no; tanto entonces, como hoy no se trata de enfermedad alguna. Al menos no significativamente más enfermo que lo que supone controlar, mediante la medicación prescrita, los componentes vitales de un septuagenario.
Trato simplemente de dejar abierto el corazón para que en el futuro, que va haciéndose presente cada día, afloren, ya transformadas en realidades tangibles y fehacientes las esperanzas y deseos que hoy anidan como aspiraciones y anhelos en gestación
Tal vez y hasta llegar a la meta del camino, en ese día a día que trueca el futuro en presente, aún sea yo testigo privilegiado, al menos en parte, de esta transformación.
Queda emplazada esta segunda parte para “Testamento (2)”.


Salvador Egea Solórzano

lunes, 3 de marzo de 2014

REVOLTIJO


- La familia se reúne -
  
Pausadamente, como los primeros rayos matutinos disipan la oscuridad de la noche, así fueron llegando, uno tras otro, eludiendo disciplinadamente cualquier atropello. Buscaron en su escalonada presencia que degustásemos individualmente la alegría del reencuentro.
Es ya un inusitado regalo hallarnos reunida toda la familia: ¡cuarenta y ocho volátiles horas!
¡Misterio! ¿Cómo nos vamos a ajustar en espacios milimetrados padres, hijos, yerno, nueras y nietos? Primera opción… ¡bueno, no!, segunda…
El llanto de Candela por aquí, los juegos y risas de Lola por allá…
Pablo pone un poco de “cordura” y descansa placidamente después de un largo trayecto. Ha sido el último en llegar. Aunque el “Alvia” vuele y acorte distancias, son demasiadas horas para tan sólo seis meses entre nosotros.
Las habitaciones son un revoltijo;  ¿quién pone orden? Maletas abiertas, coches capota, cambiador de bebé, trasvase de enseres domésticos que han perdido su ubicación habitual…
El abuelo, sentado en la esquina del sofá, anota improvisadamente, en un momento de calma, las cuatro impresiones que bullen en su cabeza. La abuela es la señora de la cocina.
¿Preparamos la mesa aquí mismo o en salón? Preferimos reservar el salón, aunque sea para no “marearnos” buscando dónde encontrar emplazamiento provisional a tantos bártulos.
Abrimos espacios, hacemos hueco que parecía imposible y nueve adultos nos sentamos alrededor de la mesa de la cocina.
Lola ya ha comido. Pero ¿quién le quita el gusto de acomodarse en el regazo de su madrina y compartir con ella mínimamente el pastel de carne? Candela prefiere alternativamente los brazos paternos y maternos ¡es la costumbre que crea hábito! Pablo, tranquilo, estrena la trona que tiempo atrás ocupó su prima Lola.
Las aguas vuelven a su cauce y mientras el lavavajillas realiza su función, pequeños y mayores sesteamos reposadamente o simplemente cabeceamos sentados en el sofá un inquieto sueño arrullados por el monótono susurro de la película de la tele y pendientes del despertar de los niños.
Hemos esperado el encuentro familiar para celebrar con cuatro días de retraso el tercer cumpleaños de Lola.
Los abuelos somos madrugadores y cuando empiezan a desfilar los dormilones hemos completado nuestra rutina diaria mañanera: primer café, oración, lectura, hemos “engrasado” la maquinaria que nos permite iniciar las labores domésticas…
Lola es bullanguera, se siente protagonista en la celebración de su aniversario.
“A la tercera va la vencida” y con un poco de ayuda las velitas encendidas dejan de parpadear sobre la tarta.
El desayuno es un momento más en el que nos hallamos reunidos. Las miradas solícitas y cariñosas, los comentarios y carantoñas se dirigen a los tres príncipes de la casa.
El abuelo observa y al tiempo que obtiene algunas instantáneas con su cámara, va grabando toda una película que almacena en los recovecos del recuerdo.
No hay cumpleaños sin regalos y Lola va de sorpresa en sorpresa deshaciendo nerviosa el envoltorio de cada obsequio.
Paco, en Colombia durante la pasada Navidad, entrega también un detalle personal a cada miembro de la familia.
Hay un momento en que las horas comienzan a resultar aviesas. El tiempo se transforma en adversario: juega en nuestra contra. Descubrimos que inexorable se acorta. Vivir con más intensidad el instante, la coyuntura, es el único remedio.
Así lo hacemos hasta que comienza el fatídico trance de la despedida.
Los abuelos quisiéramos disfrutar individualmente de nuestros hijos y nietos. Expresarle a cada uno la inmensidad del cariño que, en la ausencia, vamos acumulando diariamente. Los abuelos quisiéramos tenerlos a todos juntos en casa, como cuando jóvenes, pletóricos de ilusiones y proyectos no pensábamos en nosotros porque teníamos en nuestras manos lo más preciado que pudiéramos desear. Los abuelos quisiéramos todo…, lo posible y lo imposible.
Pero…, la casa vuelve a quedarse vacía. Tan sólo en algún rincón del recuerdo resuenan la inquietud de Candela, la algarabía de Lola, la sonrisa dibujada de Pablo…
Contamos los días para el próximo encuentro. Mientras, nos llena el corazón la súplica, la exigencia de Lola a los padres camino de su casa en Sevilla: “¡No quiero dormir aquí, quiero dormir en casa de los abuelos!”,


Salvador Egea Solórzano