viernes, 9 de mayo de 2014

METÁFORA DE LA VIDA


METÁFORA DE LA VIDA

Bimba está cansada; mejor, Bimba vive cansada. Bimba es mi mascota. Los vecinos que la observan en cualquiera de los cuatro rutinarios recorridos comentan: “Es muy mayor, ¿verdad?” Yo asiento dubitativo: “Debe de tener alrededor de 16 años”. No puedo precisar una edad segura, pues a Bimba la recogimos en una chatarrería, sin pedigrí alguno.
Con contundencia afirmo: “Está bien cuidada. Su cartilla veterinaria, al día. Incluso hace seis años superó la prueba crítica de la piómetra y la filosiosis canina (gusano del corazón)”
Su angustioso jadeo después del mínimo esfuerzo que supone la salida de casa, donde discurre el día encamada en su rincón en un dormivela, la delata.
Han pasado rápidamente los años desde aquel mes de mayo en el que, a instancias de mis hijos, entró por vez primera en casa como regalo por el día de las madres.
Nunca me atrajo la convivencia con una mascota, consciente de la dependencia que ello supondría en un plazo determinado, cuando mis hijos, uno tras otro, fueran abandonando el hogar y remontando el vuelo para iniciar sus aventuras autónomas.
Con regularidad instintiva Bimba me busca a la hora del paseo, así como abandona su rincón y se incorpora pesadamente, acercándose a mi mujer cuando nos sentamos junto a la mesa en la cocina a medio día y al anochecer.
Los roles están definidos y Bimba es consciente de ello.
Nosotros, mi mujer y yo, vislumbramos no muy lejano el día en que Bimba nos deje definitivamente solos. Sin duda la echaremos de menos. Su presencia en casa atrae necesariamente nuestra solicitud. Llegado el momento, supliremos la ausencia. Procuraremos fijar ambos más nuestra atención recíprocamente, ahora que la edad también nos hace más sensibles y dependientes.
Habituado a explorar la trascendencia en cualquier acontecimiento de mi vida, descubro en Bimba la analogía. Sin buscarlos vienen al recuerdo hombres cansados, decepcionados, desilusionados, sin esperanza alguna, sin ansias de vivir…
A veces nos cruzamos con ellos sin percatarnos, porque también nosotros nos sumergimos en la vorágine que nos lleva y nos trae sin pausa.
Extraña que estas situaciones persistan en sociedades avanzadas, saturadas de tecnología y bienestar.
“El número de suicidios en Finlandia en el 2013 se incrementó en un cinco por ciento en comparación con el año anterior” (El Mundo, 20 enero 2014).
Cada ciudadano que decide cercenar bruscamente su vida es un fracaso colectivo.
¿No compartimos una “aldea global”? ¿No constituimos una gran familia en este minúsculo planeta Tierra? ¿Se ha diluido hasta desaparecer por algún resquicio imperceptible la solidaridad entre los seres humanos?
Bimba me abre hoy los ojos para ir más allá de las sombras sin rostros identificables. Bimba me incita a mirar cara a cara a cada persona y penetrar hasta su corazón doliente y acongojado. Es el último servicio de Bimba, metáfora de la vida.

Salvador Egea Solórzano