lunes, 30 de julio de 2012

IN MEMORIAM (A mi hermano)



            Días tras días los recuerdos se agolpan, las imágenes se suceden como secuencias de una película. No existe distancia entre Mérida y La Isla. Los afectos no entienden de kilometraje. Hace unos días nos has dejado. Esperábamos el desenlace de la enfermedad que ha precipitado tu deterioro físico y fallecimiento. ¡Pero nunca es el momento! ¡Sólo eran setenta años cumplidos el pasado diciembre!, me atrevo a decir hoy cuando yo me aproximo al borde de la fatídica década. Has dejado un vacío que no imaginaba fuera tan denso.

No frecuentábamos los encuentros. Tampoco manteníamos una asidua relación telefónica. En todo caso, tú solías tomar la iniciativa. Echaré de menos en la “Bandeja de entrada” los regulares correos con los que mantenías persistente tu presencia.

Ignoro por qué son precisamente los recuerdos tan lejanos de la infancia los que afloran con más obstinación a la vanguardia de mi memoria, como si quisieran desplazar tercamente a los más recientes.

Los itinerarios personales fraguaron muy temprano nuestro distanciamiento físico. Quizás ahí radique precisamente el motivo por el que mi evocación se dirija con insistencia a aquellos años infantiles.

Extremeño de adopción, nunca olvidaste tus raíces “cañaillas”. Residiendo yo en La Isla, eras tú, sin embargo, quien me remitías con frecuencia archivos pps sobre eventos y geografía gaditanos. Al abrirlos hoy recordaré siempre tu presencia.

Dejaste expresamente confirmada tu voluntad de ser incinerado y que tus restos se dispersaran entre las marismas y caños de la Bahía. Así se ha hecho y tu testamento se ha cumplido estrictamente el pasado sábado 28 de julio.

No quiero que estas líneas las interpretes como un panegírico póstumo, pues el recuerdo es el único lugar en donde nunca ha de morir una persona querida.

Tú sigues vivo y tu presencia nos reconforta hasta la llegada del reencuentro definitivo.


¡Descansa en paz!

Salvador Egea Solórzano