viernes, 1 de marzo de 2013

¿SOY YO EL GUARDIÁN DE MI HERMANO?



Leo la prensa escrita y virtual de manera selectiva. Con frecuencia no paso del titular, si exceptúo artículos de opinión y crónica de algún acontecimiento o suceso relevante.

Sin embargo un dato, deslizado en la información facilitada por el INE (Instituto Nacional de Estadística) fijó mi atención y, desde aquel momento, ha estado martilleando mi cerebro.


Saturados de prospecciones estadísticas y sondeos, cuyos resultados suelen condicionar o dirigir la acción de las instituciones públicas y privadas que los programan y proyectan, no es extraño que nos acerquemos a estos datos con fría actitud matemática, informes despersonalizados que obnubilan rostros concretos y tragedias con nombres y apellidos.

Intenté precisamente, en un ejercicio imaginativo, recrear situaciones reales, personalizar esos dígitos y porcentajes.

Esbocé circunstancias, coyunturas que podrían haber abocado a estos trágicos desenlaces.

De las sombras surgieron  fantasmas infaustos y siniestros, todos ellos etiquetados, con diferentes modulaciones, como fracasos personales.

El proyecto generado con ilusión y esperanza yace roto: paro crónico, desahucios, frustraciones, depresiones, violencia de género…, manifestaciones distintas de impotencia y agotamiento.

Cada suicidio es, sin duda, una tragedia personal, expresión amarga de propósitos abortados.

Estadísticamente “la subida es pequeña”, analiza asépticamente el informe del INI. Me indigna esta frívola conclusión. Un único suicidio es ya de por sí un gran fraude a la vida que hemos recibido gratuitamente como don.

Cuestiono que todo quede reducido al ámbito privado. Me interpelo por la parte de responsabilidad colectiva que encubren estas decisiones personales.

Aflora a mi mente: “¿Soy yo el guardián de mi hermano?” (Gen 4,9), grito aciago, expresión de la más absoluta insolidaridad.

Con certeza tendremos que esforzarnos en restaurar nuestro endurecido corazón de piedra, pero hemos de afanarnos sin tregua por transformar estructuras, normas, resoluciones, establecidas y dictadas para mantener un “status” de ficticia armonía en detrimento siempre de los más desfavorecidos de la sociedad.



Salvador Egea Solórzano