sábado, 8 de junio de 2013

PATIO DE VECINOS


Calle Real nº 248,  era hace seis décadas una típica vivienda isleña, frente a la “Esquina del Gordo”, en la que, desde un patio central, se accedía directamente o mediante una escalera en codo, al hogar de cada una de las familias que la habitaban.
Nos conocíamos todos. Sin llegar a ser el clásico “patio de vecinos”, tan común en alguna zona de la ciudad, la estructura del edificio facilitaba el encuentro, la intercomunicación y junto al cotilleo, la solidaridad entre sus moradores.
Hoy aquel emplazamiento lo ocupa un inmueble con una fachada que distorsiona el urbanismo isleño: “Pasaje de la Música”, comercio de electrodomésticos y viviendas construidas en la década de los sesenta del siglo pasado, sin considerar la estética urbanística específica de la Isla.
Evoco esta parcela de mi infancia porque la imagen de aquella lejana, pero interrelacionada forma de vida, se me hace presente cuando pretendo describir cómo percibo el cotidiano discurrir de mi parroquia.
Ubicada en la barriada del mismo nombre, la parroquia de “El Buen Pastor”, cercana al muelle de “Gallineras”, tiene exteriormente aspecto de nave industrial. La singularizan e identifican los símbolos cristianos: cruces en la fachada y férreo campanario.
Aún así es la catedral de “El Buen Pastor”, apelativo cariñoso e hiperbólico con que la distinguió Paco Piñero, ss.cc., uno de los últimos párrocos en regirla.
Pero una parroquia no se define fundamentalmente por la edificación que delimita el espacio sagrado, ni por el ámbito físico de calles, plazas y avenidas que jurídicamente la integran. Son los miembros que participan y conforman la comunidad los que constituyen la esencia parroquial.
La auténtica riqueza de la parroquia no está fundada en compactos contrafuertes, volátiles arbotantes, bóvedas de crucería, retablos barrocos y vidrieras multicolores.
El patrimonio lo constituyen la vitalidad y el compromiso de los miembros de la parroquia, la multiplicidad de tareas programadas desde el objetivo de la instauración del Reino, la atención, desde el espíritu evangélico, a todas y cada una de las individualidades que aproximan a ella sus pasos y corazones, la experiencia de la cercanía de Jesús en la vida y en el testimonio de los parroquianos, la celebración jubilosa de los misterios de nuestra fe, la memoria, hecha realidad, de la Cena del Señor en la Eucaristía
Catequesis de infancia, grupos juveniles, comunidades de adultos; servicios específicos: apoyo escolar, juego de niños, caritas asistencial, tercera edad y una prolija serie de actividades, no enumeradas, que proyectan la imagen de una parroquia viva y volcada en la barriada. Toda esta fertilidad es el capital de mi parroquia.
Por ello, este ir y venir, este bullicio regulado, este cruce de feligreses en el patio “Padre Damián”: niños, jóvenes y adultos, estas celebraciones festivas…, rememoran la imagen del patio de vecinos, en el que, sin lazos de sangre entre familias, y sin las connotaciones peyorativas que, en ocasiones, se le ha adjudicado a esta peculiar forma de convivencia,  veo reflejado el diario devenir de mi parroquia.
Desde el insondable designio que guía nuestros pasos, El me acercó hace décadas a este rincón de la Isla y posibilitó el encuentro con la congregación religiosa de los Sagrados Corazones.
Con absoluta certeza este “patio de vecinos” es la alegoría tangible de la mansión en la que todos, algún día, nos encontraremos en una convivencia fraterna e imperecedera: la casa del Padre.