lunes, 3 de septiembre de 2012

"SÍNDROME POSTVACACIONAL"


Tengo “síndrome postvacacional”. Cuando llevo siete años ya cumplidos desde mi última incorporación en septiembre a la función docente en la escuela pública; es decir, siete años de feliz jubilación, la afirmación puede parecer justamente irónica o incluso lesiva e hiriente para tantos compañeros de profesión que, al finalizar agosto, terminan su paréntesis vacacional.
Durante mi vida laboral, en estos primeros días de septiembre, yo solía insinuar en círculos familiares o entre compañeros y amigos, “ahora empiezo mis vacaciones”. A mi mujer siempre le ha parecido, con razón, conociendo exactamente el significado de las expresión, un comentario, al menos, poco acertado, si no de mal gusto.
Cualquier extraño podría suponer, al escucharme, que había encontrado en mi un claro exponente del funcionariado criticado por Larra en “Vuelva usted mañana”, mutando oficina administrativa por escuela pública.
Nada más lejano a la realidad. Lo que yo quería expresar con tan controvertido aserto era precisamente declarar la suerte de ejercer una profesión, a la que entregándome con total dedicación, tantos reconocimientos, afectos y satisfacciones me deparaba por parte de compañeros, padres y alumnado.
Hoy no añoro aquellos años. En la vida no existe retroceso y, por tanto, no tiene sentido esperar que el pasado recupere existencia en el presente.
No recuerdo haber tenido durante mi dilatada vida profesional el tan traído y llevado “síndrome postvacacional”.
Pero, hoy, sí. Pido disculpas a mis compañeros de profesión recién incorporados al nuevo curso escolar. Hoy tengo “síndrome postvacacional”.
Seguramente las ocupaciones, los proyectos y actividades con los que colmo cada uno de mis días me vuelvan muy pronto a la rutina cotidiana.
Sin embargo echaré de menos momentos pasados. Cada vez que conseguimos reunirnos la familia, ya incrementada con yerno y nueras, me queda el rescoldo ¿habrá una próxima vez?, ¿cuándo?
Año tras año va siendo más difícil, por razones laborales, coordinar periodos vacacionales, días en los que nuevamente podamos grabar un instante familiar conjunto.
Y echaré de menos los pasitos inestables, el balanceante e incipiente correteo de mi nieta Lolita por el pasillo de casa, buscando al abuelo, “belo Vadó”, que se esconde en un juego de risas, besos y abrazos.
Añoraré, ¿hasta cuándo…? paseos por Cádiz, Plaza de las Flores, Columela, Palillero, Calle Ancha…, las terrazas de los bares, el chapoteo de mi nieta en la piscina, su tranquilo despertar, incluso su llanto estremecido, las diminutas manzanitas, que tanto apetecía, recién arrancadas del árbol en la pequeña parcela, las olorosas ramitas de jazmín que  alternativamente ofrecía a “mami”, “papi”, “bela Puri, tantos, tantos momentos…, son imágenes impresas en la memoria, indelebles al paso del tiempo.
Echaré de menos este verano. Tengo “síndrome postvacacional”.

Salvador Egea Solórzano