jueves, 27 de diciembre de 2012

“O ORIENS, SPLENDOR LUCIS AETERNAE…”




Me ha cautivado, en alguna ocasión, la contemplación de la alucinante belleza del firmamento estrellado. La inmensidad del cosmos y la pequeñez del hombre se dan la mano en el insondable misterio del universo.

No es extraño que la astrología haya fascinado tanto desde lo remoto de los tiempos y que las luminarias más representativas sean veneradas como divinidades en la antigüedad en la creencia mítica de su ineludible influencia en el comportamiento y destino de la humanidad.
El sol, fuente de luz y vida, la luna, reina de la noche, formaban parte de la tríada mesopotámica integrada también por la diosa Venus.
Una estrella guió a los magos de oriente, según el relato bíblico (Mt 2,1-12), en su búsqueda del Rey de los judíos. El oráculo de Balaán ante Balac, rey de Israel, es considerado por la tradición cristiana como vaticinio del evento evangélico mencionado: “Avanza una estrella de Jacob, y surge un cetro de Israel” (Num 24,17).
No son las únicas alusiones en la Biblia a las estrellas, pero, a diferencia de otras civilizaciones, el texto bíblico las considera, en todo momento, criaturas de Dios. El salmista lo reconoce expresamente: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado…” (s 8,4).
Su función está bien definida en el relato de la creación: “puestas en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, para regir el día y la noche y para separar la luz de la tiniebla” (Gen 1,17s). “El Señor puso el sol para alumbrar el día, las leyes de la luna y las estrellas para alumbrar la noche” (Jer 31,35).
El dominio de Dios sobre las criaturas celestes se pone también de manifiesto cuando con su actuación, por orden divina, deciden la victoria de Israel contra los enemigos (Jos 10,13; Jue 5,20).
La alianza de Dios con Abrahán incluye la promesa de que su descendencia será tan numerosa como las estrellas del cielo (Gen 15,5).
En nuestra cultura las estrellas son una imagen frecuente. Numerosos estados y entidades profanas y religiosas las incluyen, junto al sol y la luna, como elementos en sus banderas y simbología en general.
También el lenguaje es expresión de la atracción que ejercen las estrellas. Así hablamos de “tener buena o mala estrella” y nos referimos a personajes más o menos ilustres o mediáticos como “estrellas”.
Cuando invocamos a María, “Stella maris”, la reconocemos implícitamente referencia y guía en la singladura del mar proceloso por el que navegamos en esta vida.
Inmersos en el tiempo litúrgico que discurre en estos días de Navidad resuena aún el eco de la antífona: “O Oriens, splendor lucis aeternae, et sol justitiae: veni, et illumina sedentes in tenebris, et umbra mortis”, “Oh Sol naciente, Esplendor de la luz eterna, Sol de justicia: ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y yacen en sombra de muerte”.
En una manifiesta mención al fulgor que emana de Belén, Benedicto XVI en el reciente mensaje navideño sentencia: “Si la luz de Dios se apaga, se extingue la dignidad del hombre”.
Todas estas cavilaciones afloran a mi mente cuando, habiendo celebrado la Natividad hace unos días, nos acercamos a la festividad de la manifestación del recién nacido a todos los pueblos en la Epifanía del Señor.
Cristo es la luz (Jn 1,9). Es la “estrella” que ilumina el camino, orienta nuestros pasos y nos lleva al Padre (Jn 14,6).
Declaro haber recibido, desde la remota infancia, el don de vislumbrar y paulatinamente descubrir esta “estrella” que, como a los magos de oriente, me ha seducido y conducido a Belén.
En el trayecto ha habido momentos, ocasiones en los que, obnubilados los ojos, los pies han errado el camino. Pero, como les sucedió a los magos, la “estrella”, reiniciada la andadura, surge nuevamente para guiar los pasos hacia el encuentro definitivo (Mt 2,9).
Con esta convicción, esperanza e ilusión me dispongo a celebrar la Epifanía de Jesús, al comienzo del año nuevo.
¡Que sea 2013, para todos, año de reconciliación, año en el que los deseos de paz, justicia, solidaridad… se hagan realidad! Algo así, al menos en su espíritu, si no literalmente, como el año sabático decretado en el Deuteronomio (Dt 15, 1-18) para el pueblo de Israel. ¡Feliz año 2013!