miércoles, 26 de junio de 2013

FRONTERAS

Había concluido la lectura del último libro de mi viejo compañero y amigo Apuleyo Soto, “A lo largo del río Riaza”. Necesitaba continuar leyendo, no dejar pasar los días sin volver a tener entre mis manos un nuevo ejemplar que colmase la pasión lectora y simultáneamente estimulara la segregación de endorfina, como si, en lugar de reposar tranquilo y ensimismado en la creación literaria, estuviera realizando un apacible ejercicio físico, recomendado insistentemente por el especialista cardiovascular.
Hacía tiempo que había atraído mi atención un título que sesteaba sobre la mesa de la habitación que suelen ocupar mi yerno e hija en sus habituales fines de semana en casa: Javier Cercas, “Las leyes de la frontera”.
Imaginé que iba a encontrarme con un relato centrado en el tema migratorio. Un par de semanas antes había tenido ocasión de escuchar la intervención – testimonio del “Padre Patera” en la parroquia de “El Buen Pastor” de San Fernando (Cádiz). Fue un impulso más para iniciar la lectura del libro.
Pero la frontera a la que aludía el autor y el argumento del texto nada tenían que ver con el flujo migratorio. Nuestra sociedad establece fronteras que deslindan territorios que no son precisamente espacios físicos o geográficos. Fronteras entre el amor y la violencia, entre la verdad y la mentira, entre la libertad y los grilletes, símbolos de esclavitudes que nos encadenan en este ya bien entrado siglo 21.
Dos temas se deslizan destacados a través de las páginas del libro, dirigiendo mi atención hacia ellos, como trasfondo del argumento literario de la novela: ¿qué es la verdad? y el miedo a la libertad.
Este último tema me retrotrajo a la década de los setenta del siglo pasado, cuando, joven y sumido en un periodo de crisis personal, leí el ensayo, así titulado, de Erich Fromm. Todavía conservo en la biblioteca de casa el libro, con las hojas amarillentas, de la edición argentina, fechada en 1971.
El Zarco, protagonista de la novela de Javier Cercas, aún no era el Zarco, pues el autor remonta su historia a principios del verano del 78.
La lectura de Erich Fromm, en las circunstancias personales del momento, me ayudó determinantemente en decisiones que dieron un vuelco o enfoque nuevo y definitivo a mi proyecto vital. 
El “miedo a la libertad” atenazaba al Zarco que, una y otra vez reiteró el tránsito a la otra orilla de la frontera, como si las rejas y barrotes de la cárcel fueran su hábitat natural.
En el transcurso de los años se originan, a veces, situaciones en las que el “salto al vacío”, sin red protectora, es la metáfora de la única alternativa consecuente al concurrir circunstancias que parecen comprimir y encorsetar la vida sin margen para la ansiada y debida realización personal.
Es el momento, orillando el “miedo a la libertad”, de los compromisos arriesgados, hondamente meditados y por ello firmemente involucrados en llevarlos a término.
La capacidad de asumir decisiones, liberados de la mediación de agentes externos que las condicionen, es exponente máximo de la madurez y libertad.
Respecto al primer tema, ¿qué es la verdad?,  deduje en el relato una visión poliédrica, no ajena a la experiencia y perspectiva de cada uno de los personajes.
La verdad no siempre se percibe de forma unívoca.
Es cierto que lo objetivo tiene entidad en sí mismo, independientemente de juicios personales. Es una de las acepciones del término “verdad”, cuando se vincula a algo real y no ilusorio o aparente. Es el legado de la filosofía clásica griega.
Pero tanto el relato de Javier Cercas, como la experiencia cotidiana, en muy diversos ámbitos, nos revelan con frecuencia la dificultad de alcanzar la sintonía y confluencia para identificar y definir la verdad como predicado de una realidad que se transforma en calidoscopio a los ojos dispares de cada observador.
En este caso prefiero remitirme a la verdad según lo entendía el pueblo hebreo: “La verdad es primariamente la seguridad, o, mejor dicho, la confianza. La verdad de las cosas no es entonces su realidad frente a su apariencia, sino su fidelidad frente a su infidelidad. Verdadero es, pues, para el hebreo lo que es fiel, lo que cumple o cumplirá su promesa, y por eso Dios es lo único verdadero, porque es lo único fiel (…). Lo contrario de la verdad es para el hebreo la decepción; lo contrario de ella es para el griego la desilusión”.
Entre la decepción y la desilusión se mueve Ignacio Cañas, miembro fortuito y tempranero de la basca, reciclado en un brillante abogado, ante el previsible final del Zarco.
A modo de conclusión, sin miedo a la libertad, yo elijo abrir “fronteras”, permeabilizar lo que aparece compacto e impenetrable, porque ese es el camino trazado y recorrido por Aquel que “es el único fiel”.






Salvador Egea Solórzano