martes, 19 de marzo de 2013

UTOPÍA



Después de una extensa vida profesional la gran oportunidad que ofrece la jubilación, cuando se alcanza con un nivel adecuado de lucidez e inquietudes intelectuales, es la posibilidad  de organizar y distribuir el tiempo entre aquellas actividades que se han ido relegando o a las que no se les ha dedicado la atención requerida.

Entre mis ocupaciones diarias destaca singularmente la lectura.

Algún agente comercial, de entre los que periódicamente me ofrecen novedades editoriales, ha elogiado la prolija biblioteca doméstica, completada paulatinamente y que aún se va incrementando.

Conociendo mi afición y la temática preferida no es extraño recibir, aprovechando cualquier oportunidad, el obsequio de un libro. Tal es el caso de Klaled Hosseini, “Cometas en el cielo”.

Concluida la lectura, seleccioné la novela Ana Tortajada, “El grito silenciado”, cuyo argumento se desarrolla en el mismo periodo cronológico y escenario geográfico que la anteriormente citada: Afganistán, últimas dos décadas del siglo XX.

Los kilómetros marcan la distancia y alejan geográficamente pueblos y naciones. Pero no tienen la posibilidad de transmutar y camuflar las pasiones humanas. Y así lo que se vive y experimenta en un remoto lugar de la Tierra, tenemos la posibilidad de encontrarlo, con los matices pertinentes, tal vez, muy cerca de nosotros.

Por  otra parte la globalización periodística y la navegación por la red informática permiten observar, a veces sincrónicamente, los acontecimientos más aislados.

La amistad traicionada y la opresión y discriminación sexista no tienen fronteras.

Es cierto que el sistema de castas y la imposición de la interpretación coránica del régimen talibán conllevan la institucionalización de la injusticia, la vejación y la tiranía. Pero, lamentablemente, no es ocasional, sino estructural, encontrar en nuestra culta, refinada y democrática Europa, una organización económico-social que dilata las diferencias en el nivel del bienestar social entre los pueblos y ciudadanos.

La regeneración, que razonablemente exigimos para todas las instituciones y situaciones que zahieren la dignidad humana, también tiene entre nosotros su ámbito de referencia.

Sin olvidar que toda rehabilitación de la sociedad ha de comenzar en el propio individuo, los poderes públicos han de considerar escrupulosamente en su labor legislativa y ejecutiva el objetivo para el que han sido nominados: el equitativo bienestar de todos los ciudadanos.

¿Podremos algún día con la sana ambición y el esfuerzo colectivo aproximar la utopía bíblica en la que “habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor” (Is 11,6)?





            Salvador Egea Solórzano