Después de una extensa vida profesional la gran
oportunidad que ofrece la jubilación, cuando se alcanza con un nivel adecuado
de lucidez e inquietudes intelectuales, es la posibilidad de organizar y distribuir el tiempo entre
aquellas actividades que se han ido relegando o a las que no se les ha dedicado
la atención requerida.
Entre mis ocupaciones diarias destaca singularmente
la lectura.
Algún agente comercial, de entre los que
periódicamente me ofrecen novedades editoriales, ha elogiado la prolija
biblioteca doméstica, completada paulatinamente y que aún se va incrementando.
Conociendo mi afición y la temática preferida no es
extraño recibir, aprovechando cualquier oportunidad, el obsequio de un libro.
Tal es el caso de Klaled Hosseini, “Cometas en el cielo”.
Concluida la lectura, seleccioné la novela Ana Tortajada, “El grito silenciado”, cuyo
argumento se desarrolla en el mismo periodo cronológico y escenario geográfico
que la anteriormente citada: Afganistán, últimas dos décadas del siglo XX.
Los kilómetros marcan la distancia y alejan
geográficamente pueblos y naciones. Pero no tienen la posibilidad de transmutar
y camuflar las pasiones humanas. Y así lo que se vive y experimenta en un
remoto lugar de la Tierra, tenemos la posibilidad de encontrarlo, con los
matices pertinentes, tal vez, muy cerca de nosotros.
Por otra parte
la globalización periodística y la navegación por la red informática permiten
observar, a veces sincrónicamente, los acontecimientos más aislados.
La amistad traicionada y la opresión y discriminación
sexista no tienen fronteras.
Es cierto que el sistema de castas y la imposición de
la interpretación coránica del régimen talibán conllevan la
institucionalización de la injusticia, la vejación y la tiranía. Pero,
lamentablemente, no es ocasional, sino estructural, encontrar en nuestra culta,
refinada y democrática Europa, una organización económico-social que dilata las
diferencias en el nivel del bienestar social entre los pueblos y ciudadanos.
La regeneración, que razonablemente exigimos para
todas las instituciones y situaciones que zahieren la dignidad humana, también
tiene entre nosotros su ámbito de referencia.
Sin olvidar que toda rehabilitación de la sociedad ha
de comenzar en el propio individuo, los poderes públicos han de considerar
escrupulosamente en su labor legislativa y ejecutiva el objetivo para el que
han sido nominados: el equitativo bienestar de todos los ciudadanos.
¿Podremos algún día con la sana ambición y el
esfuerzo colectivo aproximar la utopía bíblica en la que “habitará el lobo con
el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán
juntos: un muchacho será su pastor” (Is 11,6)?
Salvador
Egea Solórzano