viernes, 7 de octubre de 2011

¡ABUELO!

¡ABUELO!
(a Lolita, a todos los abuelos)

          El 24 de febrero pasado nació Lolita. Alguien captó la imagen en que, por primera vez, acogía entre los brazos a mi nieta. Hoy, como tantas veces, dirijo mis ojos hacia la foto enmarcada, obsequio en mi reciente cumpleaños.
          Evoco aquel instante. Rememoro emociones, sentimientos… ¡Abuelo!
         ¡Qué lejanos ya los días en que había vivido la propia e inefable experiencia de paternidad!
          Tuve la convicción que, de alguna forma, mi vida tenía continuidad, me reencontraba, me reconocía, no precisamente en los rasgos físicos, en mi nieta recién nacida. Los que me rodeaban comentaban posteriormente el indefinido tiempo que mantuve mi mirada, mi atención, todas mis facultades, pendientes, dirigidas hacia Lolita.
          Tal vez sea la perspectiva de los años, las experiencias acumuladas desde tan diversos ámbitos, pero recuerdo sensaciones que afloraron entonces y de las que no soy consciente tuviera en los momentos de la paternidad.  ¡Qué extrema fragilidad entre mis brazos! ¡Qué absoluta dependencia! ¡Qué lazos tan sutiles, pero, al mismo tiempo, tan potentes, tan resistentes a cualquier contingencia vinculaban la recién nacida con los padres, pero también con cuantos adultos la acogimos expectantes y con cariño!
          Si Jesús de Nazaret atrajo hacia sí a los niños, apeló a nuestra transformación y regeneración mostrándonoslos como paradigma e instó a sus discípulos que dirigieran sus plegarias diciendo: “Padre nuestro…”, es, sin duda alguna, porque en la fragilidad y dependencia del niño descubrió encarnada nuestra indigencia y nuestra relación filial con el Padre.
          Estas reflexiones reactivaron e hicieron que reasumiese con mayor intensidad la sensación de sentirme desvalido y con la ineludible necesidad de dirigir mis ojos y elevar mis brazos al Padre.
          Por ello el nacimiento de mi nieta lo viví como experiencia de oración, no sólo de agradecimiento por el nuevo vástago en la familia, sino también porque fue ocasión de reconocer la presencia del Padre en nuestras vidas.

Salvador Egea Solórzano



2 comentarios:

Puri dijo...

Sé que te hace feliz compartir con los demás tus emociones, tu experiencia tan maravillosa de ser abuelo. Yo tengo la suerte de compartir contigo todo. Te quiero abuelo.

jegesol dijo...

Ya te diré algo.