Días tras días los recuerdos se agolpan, las imágenes se suceden como
secuencias de una película. No existe distancia entre Mérida y La Isla. Los
afectos no entienden de kilometraje. Hace unos días nos has dejado. Esperábamos
el desenlace de la enfermedad que ha precipitado tu deterioro físico y
fallecimiento. ¡Pero nunca es el momento! ¡Sólo eran setenta años cumplidos el
pasado diciembre!, me atrevo a decir hoy cuando yo me aproximo al borde de la
fatídica década. Has dejado un vacío que no imaginaba fuera tan denso.

Ignoro
por qué son precisamente los recuerdos tan lejanos de la infancia los que
afloran con más obstinación a la vanguardia de mi memoria, como si quisieran
desplazar tercamente a los más recientes.

Extremeño
de adopción, nunca olvidaste tus raíces “cañaillas”.
Residiendo yo en La Isla, eras tú, sin embargo, quien me remitías con
frecuencia archivos pps sobre eventos y geografía gaditanos. Al abrirlos hoy
recordaré siempre tu presencia.

No
quiero que estas líneas las interpretes como un panegírico póstumo, pues el
recuerdo es el único lugar en donde nunca ha de morir una persona querida.
Tú
sigues vivo y tu presencia nos reconforta hasta la llegada del reencuentro
definitivo.
¡Descansa
en paz!
Salvador Egea Solórzano
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