La
vida discurre sorprendente y paradójica…, o más bien somos nosotros mismos sorprendentes
y paradójicos. No llegamos a conocernos del todo. La transparencia se torna
opacidad, a veces, cuando dirigimos la
mirada hacia nuestro interior. Oportuna e inoportunamente descubrimos facetas,
aspectos que ignorábamos, tanto de nosotros, como de las personas de nuestro
entorno.
En
nuestra infancia y juventud almacenamos conocimientos como si nuestro cerebro
fuera un baúl sin fondo. Cuando oteamos la vida desde la perspectiva de la
madurez los años desvelan nuestra ignorancia.
Sorprendente
y paradójico es “El vendedor de sueños.
La novela que regala ilusiones” (1). Personajes pintorescos y
extravagantes, signados por las tragedias que cada uno de ellos custodia en su
interior, deambulan tras los pasos de “El Maestro” en las vidas creadas por
Augusto Cury.
Julio
César, profesor universitario, suicida decidido y primer discípulo de “El Maestro”,
vendedor de sueños.
Bartolomé,
vagabundo, borracho, al que la bebida y el síndrome del habla compulsiva le
habían hecho merecedor del apodo “Boquita de Miel”.
“Manos
de Ángel”, Dimas de Melo, ladronzuelo de poca monta y tartamudo.
Edson,
“El Milagrero”, predicador al que su afición a promocionarse lleva a situaciones
tragicómicas.
Salomón
Salles, afectado de trastorno obsesivo compulsivo.
Mónica,
exmodelo internacional en las pasarelas de la moda. Tres intentos frustrados de
suicidio, enferma bulímica, que ingiere alimentos compulsivamente.
Jurema
Alcántara de Mello, anciana a la que la banda constituida, instintivamente
rechaza integrar en el grupo por prejuicios de lastre y decrepitud. Antropóloga,
profesora universitaria, máster en Harvard. Reconocida internacionalmente. Autora de cinco libros publicados en diversas
lenguas. “Revolucionaria” entre los jóvenes discípulos de “El Maestro”.
Bernabé,
“El Alcalde”, borracho de barra de bar, a quien le encanta pronunciar
discursos, discutir de política y dar soluciones mágicas a los problemas
sociales.
Con
ellos, junto a ellos, “El Maestro”: “Yo
no soy religioso, ni tampoco teólogo, no soy un filósofo. Soy un caminante que
trata de comprender quién es. Soy un caminante que otrora pisoteó a Dios con
sus pies, pero después de atravesar un gran desierto descubrió que Él es el
artesano de la existencia” (2).
Todos
ellos son estereotipos en nuestra sociedad en los que de alguna manera y
situaciones nos vemos reflejados. La transformación en “vendedores de sueños”
que cada uno de ellos experimenta muestra el camino para la conversión de una
sociedad egoísta, consumista, estresante, manipuladora en una comunidad
solidaria y fraterna.
Como
los personajes de la novela hemos vivido experiencias intensas, a veces
traumáticas, que dejan estela, cicatrices, huellas en nuestra historia. ¿Somos
capaces de reencontrarnos y resurgir?
Basta
soñar, transmutarnos en “vendedores de sueños”. “Sin utopías, nos transformamos en máquinas; sin esperanza, somos
esclavos; sin sueños, somos autómatas” (3).
Esta
es la convicción de Augusto Cury. Y esta es también mi propia deducción, que
emana de mi condición creyente. La utopía cristiana hace que nos empleemos a fondo en la transformación de este mundo en
el Reino que “EL MAESTRO” vino a instaurar en la Tierra. Los cristianos soñamos mientras suplicamos “venga a nosotros tu Reino”.
(1) Augusto
Cury, “El vendedor de sueños. La novela
que regala ilusiones”. Planeta, (2010), Barcelona.
(2) Página
98.
(3) Página
205.
Salvador
Egea Solórzano
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