martes, 11 de octubre de 2016

PUDO OCURRIR, PERO… NO OCURRIÓ




Aconteció en Madrid, un domingo de octubre. Tal vez pudo haber sucedido en cualquier lugar, por la mañana o en horas vespertinas. Las circunstancias son intrascendentes. Fui espectador fortuito pues mi presencia allí no era habitual.
Participaba en el grupo con mayoría de adultos, en el que predominaba la tercera edad, que asistíamos a la celebración de la Eucaristía dominical.
Intempestivamente un inesperado impacto en la bancada trasera sobresaltó a todos los presentes. La asamblea giró la cabeza y las miradas confluyeron hacia una señora de avanzada edad que yacía en el suelo tras un desvanecimiento.
Enseguida fue atendida por personas próximas. El sacerdote interrumpió en aquel instante la misa. Con cortesía se disculpó ante todos los presentes y diligente descendió los escasos peldaños que resaltaban el presbiterio.
Se acercó a interesarse por la anciana a quien, ya consciente, alentó y ofertó su ayuda personal.
Desde mi posición en los primeros bancos evoqué la parábola de “El Buen Samaritano” (Lc 10,29-37). En el caso que relato el sacerdote que presidía la celebración “no pasó de largo”. Una vez convencido de que quien merecía su prioritario interés quedaba atendida y en buenas manos, continuó la celebración eucarística.
Esta es la concisa crónica cuyo desenlace nunca ocurrió. En realidad el sacerdote, algo desconcertado, sólo interrumpió momentáneamente la misa para observar el incidente, no descendió desde el altar, no se acercó a la accidentada…, terminada la celebración se encaminó hacia la sacristía. La anciana señora seguía postrada en el suelo…, cuidada por “los buenos samaritanos”.

Salvador Egea Solórzano

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