domingo, 18 de mayo de 2014

"PUENTE LAVAERA"



Un frágil entablado que se apoya en un pilar central, sin la prestancia del mítico puente “San Francisco” o el más próximo “V Centenario” sevillano figura en cabecera de mi web blog y en mis portadas de Facebook y Twitter. Es el puente “Lavaera”.
La imagen forma parte del paisaje “Parque natural de la Bahía Gaditana”. Concretamente, en el entramado de marismas, salva el curso del caño “Carrascón” que da nombre al sendero peatonal que, naciendo en el “Zaporito” y bordeando la corriente marina, concluye en la confluencia con el caño “Sancti Petri”, ya en el puerto pesquero “Gallineras”.
Es un entorno privilegiado que he recorrido en varias ocasiones. Constituye el flanco sudeste  de la “Isla de León”, al límite de los términos municipales de Chiclana y San Fernando (Cádiz). Merece la pena en primavera adentrarse serpenteando las sinuosidades del sendero y contemplar al amanecer o en la atardecida, fauna y flora autóctonas. La brisa salobre, la variedad de sonidos de las distintas especies de aves acuáticas, el susurro del agua borboteante que se desliza en pequeñas cascadas…, sensaciones que atraen y concentran todos  los sentidos.
No es la belleza del paisaje, no obstante, el motivo principal de mi elección. Por expreso deseo de mi hermano, isleño de nacimiento, extremeño de adopción, fallecido en Mérida, sus cenizas fueron esparcidas en las aguas del caño en las proximidades del puente “Lavaera”.
Hay un argumento más simbólico que motivó mi decisión de elegir el puente como imagen que facilita el acceso a mis reflexiones, relatos y comentarios.
Con frecuencia los ríos delimitan fronteras, en todo caso separan territorios. El puente une. Aun destartalado y precario permite que desde “el yo” decidamos  llegar “al otro”. “El yo” es territorio, espacio que define la propia identidad. Lo que hemos ido modelando a lo largo de los años y que aún hoy contemplamos como obra inacabada. El riesgo es que la autocomplacencia nos configure como islas en el inmenso océano.
Es necesario cruzar el puente una y mil veces. “El otro” nos espera en la orilla opuesta. No podemos defraudarlo. La aproximación, la cercanía ha de permitir apreciar el misterio de cada persona. Desde esta cercanía podremos abrazar al otro como hermano.
En una sociedad que fácilmente banaliza lo fundamental e importante y tiende hacia lo superficial y desechable, el puente cumple otra función esencial. Cruzarlo nos permite también acceder a lo más recóndito de nosotros mismos desde el flujo de actividades y acontecimientos cotidianos que se suceden, a menudo, sin ocasión de detener el proceso.
En ello nos jugamos dar sentido coherente y decisivo a nuestra presencia en el mundo.
Una tercera apreciación me sugiere el puente: enlaza el pasado y el futuro. El puente nos conduce desde lo conocido porque lo hemos ido construyendo y vivido hacia la aventura del mañana, de lo aún inexplorado y que suscita en nosotros sentimientos encontrados: esperanza, recelo, ilusión, incertidumbre…
Es preciso arriesgar. No se permite permanecer estático contemplando el curso de la corriente que discurre bajo nuestros pies. En la otra orilla irá concluyendo la historia que se proyectó cuando se iniciaron los primeros pasos hasta culminar en la meta definitiva: los brazos del Padre.
El puente “Lavaera”, vetusto y quebradizo, desvela, cuando accedo a las redes sociales, todo su singular encanto y simbolismo.

Salvador Egea Solórzano






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